Llegó un día en que Pepa Osorio decidió comprarse unas gafas con los cristales rosas para ver el mundo de ese color. La prolija pintora y escritora gijonesa, uno de los pinceles femeninos que primero llega a la memoria de su Gijón natal, siempre rompió moldes. Era una mujer singular, rebelde en una época en la que no estaba bien visto salirse de la línea recta marcada por la sociedad, decidida y con tesón para alcanzar aquello que se proponía. Una personalidad arrolladora a la que siempre se le unió su sempiterna sonrisa.

"Soy asturiana agreste y bravía, como los Picos de Europa, llena de facetas sorprendentes". Así se definía la gran Pepa Osorio Ordóñez, que llegó al mundo en el número 13 de la calle de los Moros en 1923. Fue la segunda hija de Melchor Osorio, que en aquel inmueble regentaba una popular joyería, y de Veneranda Ordóñez. Comenzó a formarse en los colegios del Santo Ángel y San Vicente de Paul para después ingresar en el Instituto Jovellanos. Ya desde niña se sintió atraída por las artes y con siete años se entretenía diseñando tarjetas que le compraba su padre, como desvela la biografía escrita por Luis Díez Tejón. Se matriculó después en la Escuela de Comercio y al poco puso rumbo a Oviedo donde estuvo cuatro años en la Escuela de Artes y Oficios bajo la tutela de Eugenio Tamayo, su maestro y mentor.

Pepa Osorio fue un espíritu libre, de mente abierta y avanzada que no entendía de pautas. Esa personalidad la plasmó en todas sus obras, que al igual que ella tampoco podían encasillarse en un estilo concreto. Pasó por diferentes etapas, comenzó con cuadros grandes, con una técnica mixta de óleo y cera, hubo grabados, espray y tintas. También impregnó sus lienzos de críticas, dirigidos contra determinados personajes o clases sociales en la serie "Esperpentos, elaborados a mano, con tinta china sobre papel. Viajó mucho y por todo el mundo para empaparse de otras culturas y así revertirlo en su pintura. Aseguraba ella que "cuando estoy en plan de gestación, lo que me llena es ir a todos los actos culturales para luego revertirlo en mi obra". Incluso, logró descender a las profundidades de la mina, acompañada por un grupo de mineros, para pintar sobre el carbón y la minería. Tenía que conocer de primera mano aquello que pintaba.

En las artes encontró un refugio donde evadirse de los duros golpes que fue sufriendo en su vida. La pérdida de dos de sus tres hijos, una agresiva enfermedad y otros palos en las ruedas del día a día. Tras separarse se centró en su vena creativa y montó su propio estudio. Muchos la acusaron entonces, cuando casi todo era pecado, de haber puesto un piso de soltera. Fue sin duda abanderada de la independencia de las féminas en tiempos en que la mujer estaba relegada al ámbito doméstico. La pintura fue su vida. En una entrevista en este periódico, en 1997, hablaba así de su profesión. "Es mi norte, mi sur, mi este y mi oeste; la pintura la he convertido en mi chulo, ya que a mí me cuesta dinero, pero orgasmos por orgasmos, la verdad es que prefiero los de la pintura".

Su estudio era una guarida de orden caótico. Allí acudió hasta sus últimos días, nada le impedía ir a dar rienda suelta a su imaginación. "Moriré pintando, lo sé, es la consecuencia del espíritu creativo que Dios me ha dado", confesaba. Allí estaba sola, muchas veces, porque así lo necesitaba. "Necesito estar sola conmigo mismo. Pensar. Para crear necesitas mucho la soledad para hacer introversiones sobre ti. Todo lo que sea tumulto es un lío". Mas no estaba sola del todo. "Yo nunca me siento sola, siempre me digo que estoy con Pepa Osorio". Genio y figura.

La misma personalidad de sus cuadros la ponía a todo lo que hacía pues "me siento tan realizada haciendo un cuadro como haciendo mis collares, mis sortijas o mi ropa; todo lo que me pongo lo hago yo". Sus ponchos y túnicas llevaban su sello, nadie olvida sus sombreros con una gran pluma en la cúspide, su evidente maquillaje, su olor a perfume y cremas caras. Ni tampoco sus alforjas. Pepa Osorio, una vez más, dejaba claro que era mujer de contrastes.

Esta gran artista, cuya última exposición fue "El ensueño de mis sueños", recibió en 2004 la Medalla de Plata del Principado de Asturias. Utilizó con maestría el pincel pero también la pluma. Lo demostró en su primer poemario "Ensayos" y otros títulos como "Poemas de amor y muerte" y "¿La dejaremos volar?". Colaboró con LA NUEVA ESPAÑA en una serie de artículos bajo el cintillo "Pinceladas del recuerdo". Así lo hizo desde 1997 hasta 2001, donde compartió, con mucho mimo, su memoria con los lectores, recordando calles y comercios de la ciudad, en la primera etapa, y personajes ilustres o apellidos ilustres.

Pepa Osorio murió el 27 de julio de 2005 dejando un importante legado y habiendo contribuido exponencialmente a la cultura local. "Si mi obra dice algo a unas pocas personas, yo ya estoy conforme; no sé si como pintora voy a perdurar o no, pero no me preocupa porque no me voy a enterar, así que como no me voy a quedar pues no me voy a disgustar. Así que siempre hago lo que me apetece". Única e irrepetible. Como buena artista que era.