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Periodista

Palacio reivindicó a Mallada en su toma de posesión como alcalde

La Corporación municipal se convirtió en "un parlamentín" en el que hasta se solicitó la autodeterminación para el Kurdistán

La Corporación municipal se convirtió en una especie de "parlamentín".

Aquel Gijón de la década de los setenta asistía al "boom" del "footing" -la primera vez que yo lo vi fue en Tokio y pensé que aquel japonés con corbata que llevaba la chaqueta bajo el brazo llegaba tarde a la oficina-; tras tres años de obras la nueva parroquia de Nuestra Señora de Begoña abría las puertas a sus fieles, en una ceremonia presidida por el arzobispo Gabino Díaz Merchán que fue cantada por la Coral Polifónica; gran preocupación había por los vandálicos actos de asalto a las iglesias de San Pedro y del Sagrado Corazón; se lloraba la muerte de siete niños zamoranos ahogados en la playa -yo era presidente de la Asociación de la Prensa y estaba en Barcelona cuando Luis del Olmo me pidió en directo, en el "Protagonistas" de Radio Nacional de España, que definiera lo que era la resaca y la resaca era yo en persona, desde luego, tras una noche de ron y rosas en la Villa Condal; más de tres mil mujeres recorrieron las calles de la ciudad al grito de "las mujeres armadas jamás serán violadas". En marzo de 1978 se abría una gran incógnita de futuro tras la III Conferencia Regional del Partido Comunista de Asturias en Perlora -que se declaraba marxista, revolucionario y democrático- de donde se fueron un centenar de camaradas por negársele el uso de la palabra a José Ramón Herrero Merediz. Y nueve meses después fue publicado en el Boletín Oficial del Estado el decreto que regulaba la preautonomía asturiana y así se reconocía su entidad regional histórica.

Los que estábamos en la "pomada" política durante los últimos años del franquismo teníamos muy claro que los que representaban a la izquierda histórica eran el abogado laboralista José Ramón Herrero Merediz y el anarquista José Luis García Rúa. De los líderes del PSOE poco se sabía. Y luego estaban los profesionales progresistas agrupados en torno a Pedro de Silva que no acababan de llegar a acuerdos para integrarse en la casa/cosa común del PSOE. Nuestras discrepancias sobre la financiación del PSP nos llevaron a Alfredo Liñero, Jesús Cadavieco, Minervino de la Rasilla y a mí a constituir el Partido Liberal Asturiano (PLA), pero de la notaría de la plaza del Parchís no pasamos. Alfredo Liñero optó entonces por afiliarse al PSOE y advirtió a sus amigos del PSP que allí entrarían de uno en uno y con el carné de identidad entre los dientes. Pero como el PSOE no tenía cuadros utilizó a los del PSP.

La primera Corporación municipal democrática. De ahí que cuando se constituyó la primera Corporación municipal democrática -el 19 de abril de 1979- en el Ayuntamiento, a mí me causó una gran decepción personal que en los escaños no se sentasen ni los reales representantes de la izquierda, ni tampoco las familias de derechas de Gijón de toda la vida. Tengo por asumido desde entonces que la política está mal vista y mal pagada, así que suelen recurrir a ella -como medio de subsistencia- quienes no tienen oficio, ni beneficio. Toda regla tiene, claro, su excepción. Dijo entonces el nuevo alcalde, José Manuel Palacio -que había dejado su puesto en el Banco de Bilbao para dedicarse a la vida política- tras un recuerdo al alcalde anarquista Avelino González Mallada -cuya labor urbanística no hay que olvidar que se desarrolló al margen de la ley- que "el pueblo de Gijón recupera el Ayuntamiento que le habían quitado hace más de cuarenta años". Pero, claro, uno viendo al representante de Juventudes Socialistas, Francisco Villaverde -"de rigurosa etiqueta con jersey, vaquero desvaído y sandalias de San Pedro", como tan genialmente lo describió Fernando Poblet- no tenía muy claro si íbamos por el buen camino. Villaverde, no obstante demostró su versatilidad, ya que como un buen corcho ha sabido flotar en las marejadas políticas hasta convertirse en algo así como el "Suances" -el factótum del INI- del PSOE.

La austeridad de Palacio. A José Manuel Palacio costó convencerle de que tenía que utilizar el coche oficial para ir desde su domicilio en la calle de Alfredo Truán hasta la Casa Consistorial, ya que -en aquellos momentos de tensión social- la democracia no podía permitirse el lujo de que algunos vándalos de ultraderecha le vejasen. Luego, como suele pasar siempre, ya se hizo a su uso y hasta el fiel chofer Paco Gutiérrez mordisqueaba su puro mientras lo esperaba, sin perder los nervios por la tardanza, frente al café Dindurra. La primera vez que José Manuel Palacio fue como alcalde de viaje oficial a Madrid, se montó en un día muy caluroso en el coche -que no tenía aire acondicionado- y el chofer Paco aguantó con la gorra puesta hasta que no pudo más con la canícula mesetaria, por lo que pidió autorización para quitarla -que era lo que los anteriores alcaldes le decían al conductor del coche oficial nada más salir de Gijón, pero esos detalles de cortesía hay que saberlos, como es obvio- y así siguieron el viaje. Pararon a comer en Arévalo, en "La Pinilla", y mientras José Manuel Palacio pidió una sopa y una pescadilla, el simpar Paco saboreó un excelente lechazo con guarnición de ensalada y un buen habano. Tal parecía que estuviesen cambiados los papeles.

No se puede decir que José Manuel Palacio fuese un gran gastrónomo -como tampoco otros relevantes políticos de entonces, ya que Pedro de Silva solía quitar el hambre con una hamburguesa o un plato combinado- dado que se conformaba con poco-. En el "Mesón de Sancho", su secretaria Marichu Llanes y yo iniciamos a José Manuel Palacio en el complejo mundo de los vinos y también en el de las buenas viandas. Pero él comía como quien tuviera que cumplir un trámite más.

Al llegar a Madrid, el chofer le preguntó al alcalde que a qué hotel le llevaba y éste le dijo que no había reservado hotel, que le llevase al mismo que iba él, que era el Hotel Santander, en la calle de Echegaray. Pero no había habitaciones y una cosa es ser leal en el servicio a la Alcaldía y otra muy distinta compartir habitación. O sea que el poco viajado José Manuel Palacio tuvo que arreglárselas.

Autodeterminación para el Kurdistán. Unos meses después, el Ayuntamiento -convertido en "el parlamentín"- fue noticia en todos los periódicos nacionales al aprobarse por la Comisión Permanente el envío de un telegrama al embajador de Irán en España mostrando su preocupación y condena por la violación de los derechos humanos en el Kurdistán, país para el que también solicitaron la autodeterminación -ahí están las actas oficiales- con los votos de Marcelo Palacios, Carlos Zapico, Aladino Cordero, Carmen Veiga y "el virrey" Andrés Álvarez Costales, absteniéndose prudentemente Alfredo Liñero, José Luis Ortiz Hornazabal -quien era presidente de la Comisión de Cultura y siendo alcalde en funciones le llamó un día el pintor Antonio Suárez y le dijo: "¿Antonio, qué?, con lo que el universal artista gijonés dio por concluida la conversación- y Celestino de Nicolás, quienes se mofaron de tan improcedente propuesta que iba más allá de las competencias municipales.

Cuatro décadas después -lo que son las cosas y cómo da vueltas la vida- seguimos más o menos en las mismas y tampoco hemos resuelto todavía ni el problema del Kurdistán.

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