El 1917 se produjeron, en realidad, dos revoluciones: la de los bolcheviques en Rusia y otra que, entonces, parecía más modesta pero que ha acabado por ser de más larga duración. Y es que hace cien años, el artista Marcel Duchamp (1887-1968, a él le gustaba presentarse también como ajedrecista) adquirió un urinario de una determinada marca. Una vez en su estudio, lo firmó con el nombre R. Mutt, le puso el título "Fuente" y trató de exponerlo en una muestra de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York. Con este "ready made" (objeto encontrado) acababa de nacer una de las vertientes de mayor éxito de la vanguardia artística: cualquier cosa es susceptible de convertirse en arte.

A recordar ese momento histórico, de gran fertilidad, dedica el Museo Nicanor Piñole estos días la serie de conferencias "Fascinados por un urinario". El profesor de la Autónoma de Madrid, filósofo y crítico Fernando Castro (sus conferencias gijoneses son siempre un éxito) fue el encargado ayer de abrir este ciclo, que tendrá continuidad hasta el próximo viernes. Erudito y brillante a partes iguales, eligió para su charla el título "Efluvios escatológicos. (Magia cotidiana y fetichismo de la mercancía)".