Nadie sabe cuándo está a punto de dar sus últimos acordes en la vida, pero lo cierto es que el discurso de Mariano Marín Rodríguez-Rivas suena muy bien a sus 92 años. Casi un siglo de "trayectoria y búsqueda de la excelencia" que ayer fue reconocido por el Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias al concederle el premio "Castelao" en su primera edición. Sus colegas de profesión pusieron la banda sonora a un toda una vida, la de Marín, dedicada a la arquitectura que ha supuesto un enorme legado para Gijón. Prueba de ello es el edificio del Club de Tenis, donde ayer se entregó el galardón, ideado en 1963 por este veterano técnico que fue arquitecto "porque no tuvo más remedio" .

Lo de ayer sonó a homenaje y, por la gratitud de Mariano Marín en su discurso, afinaron en su composición. No sólo por ensalzar las obras arquitectónicas rubricadas por el premiado sino por los guiños continuos a la música, su otra pasión. Lo entonó bien alto Marín, al asegurar que "el entorno cultural en esta profesión puede incluso llegar a sustituir en parte muchos dones, tales como el talento, del que soy escaso, y por ello la lectura y la música me han acompañado a donde quiera que he ido". También le brindó un canto a Igor Stravinsky, el genio que proclamó la "economía de medios expresivos" del que Marín se hizo eco para librarse del exceso de opiniones ornamentales. El mismo compositor ruso del que copió que "cuando me siento a componer, no sé lo que quiero hacer, pero sí sé lo que no quiero hacer" para aplicarlo a su arquitectura.

Si la arquitectura le vino por imposición familiar, a la música se entregó por devoción. Fue gracias a que tras recibir una sobresaliente instrucción en el Instituto Jovellanos llegó sobrado a la universidad y aprovechó para bailar con otros temas. Pintura, lectura, conciertos y teatro fueron sus opciones. Mariano Marín desveló ayer cómo siendo estudiante logró una prolífica colección musical y cómo la obra musical de Stravinsky le embrujó. Tras la derrota de los nazis en la Segunda Guerra_Mundial se procedió a desmantelar por completo la embajada de Alemania en Madrid. De la noche a la mañana los discos fueron a parar al Rastro y él logró hacerse con "el total de la discoteca y se abrió ante nosotros un nuevo horizonte de gran música".

Esa sensibilidad adquirida la trasladó a la arquitectura, una profesión que ejerció con "lealtad y sentido del compromiso" por consejo diario de su madre, titulada en Bellas Artes y de su padre, también arquitecto, que le abrió las puertas del estudio de arquitectura que terminó heredando.

Sus obras desprenden música. Una melodía agradable porque, como recordó la decana del Colegio de Arquitectos, Sonia Puente Landázuri -parafraseando a Schopenhauer- "la arquitectura es música congelada". Pero ayer se derritió ante Mariano Marín y su legado.