Para Pilar Ríos, científica del Instituto Oceanográfico de Gijón, sumergirse en el mundo de las esponjas marinas es "como escribir una novela": "Partes de un trozo de porífero y con él tienes que desarrollar una historia por capítulos". Hasta llegar al desenlace -describir a qué especie pertenece-, pueden pasar años. Para su identificación, hace falta extraer la materia orgánica, analizar en profundidad su esqueleto y extraer su ADN. El centro de investigación de La Calzada aplica este proceso a más de 6.000 esponjas, extraídas en el último año del Cañón de Avilés y El Cachuco. De momento, los científicos han encontrado 60 especies diferentes y han constatado su importancia como zonas de puesta y protección de peces. Parte de la colección está expuesta esta semana al público.

El Instituto Oceanográfico participa en un proyecto europeo de estudio de esponjas en el Atlántico Norte, que ayer protagonizó el primer día de puertas abiertas de sus instalaciones gijonesas. Hasta el viernes, sus 35 científicos sustituirán el microscopio por la docencia. "Paramos prácticamente nuestra actividad para dedicarnos a la divulgación", subraya el director, Javier Cristobo. Por el centro pasaron el año pasado 700 personas. El objetivo de esta edición -la décima ya- es superarlo con una amplia exposición, no sólo de esponjas sino también de equipos, muestras de plancton, mandíbulas de tiburón y hasta basuras. "En sólo diez minutos sacamos el pasado viernes todo esto de Xivares", dice Cristobo, mientras señala un montón de tapones, cartones y cuerdas.

Primera pregunta a los visitantes: ¿Cuánto tiempo tarda en degradarse una colilla? 15 años. ¿Y un brick de leche? Entre 25 y 50 años. ¿Y una compresa y un pañal? Entre 20 y 100 años. Una minúscula chapa no se descompone hasta pasados 300 años; las botellas de plástico tardan entre 400 y 600; el nylon, 650; el vidrio, miles de años... "Los ejemplos más llamativos están en las playas más salvajes y más próximas a los núcleos urbanos, pero encontramos botellas, latas y hasta bicicletas a casi cualquier profundidad", asegura Javier Cristobo, que pone el acento también en los efectos que estos residuos tienen sobre los seres vivos: desde problemas digestivos hasta cortes y lesiones graves.

El Oceanográfico, dependiente del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, colabora en la primera recogida de basuras en mar abierto de Asturias, que organiza el puerto de Gijón hasta el próximo domingo. "Con todo ello queremos que la gente sepa a que nos dedicamos y en qué proyectos estamos trabajando", apunta Cristobo.

Sin duda uno de los más importantes es "Sponges", en el que participan 20 socios europeos y que consiste en identificar hasta 2020 campos de esponjas marinas. "De momento, no hemos visto ningún campo. Sí esponjas en abundancia, pero dispersas", explica Pilar Ríos, que se encarga de investigar el Cañón de Avilés y El Cachuco, ubicado a 65 kilómetros de Ribadesella. En estas dos zonas, ricas en biodiversidad, se han descubierto 60 especies diferentes. "Algunas no se habían descrito en el Cantábrico y otras son nuevas para la ciencia. Generalmente se tratan de especies muy pequeñas, que viven unidas a ramas de coral muertas", detalla Ríos.

La investigadora destaca el importante papel que cumplen los poríferos, algunos de ellos localizados a 2.000 metros de profundidad, en la protección de peces. "La mayoría tienen ósculos (boca o abertura), en la que los ejemplares se esconden", apunta. De ahí el peligro de la pesca de arrastre, que no sólo se lleva por delante ecosistemas que han tardado en formarse cientos de años, sino también un sistema de vida para muchas especies. "Aún nos queda mucho trabajo por delante, porque hasta ahora todos los estudios se han centrado en las pesquerías y no en los campos de esponja", señala Ríos. Precisamente por eso su identificación lleva "mucho tiempo". La clave es analizar su esqueleto, llamado espícula, que ayer los visitantes tuvieron la oportunidad de observar por medio del microscopio.

Al centro oceanográfico acudieron numerosos grupos de jóvenes, entre ellos los alumnos del grado superior de Química Ambiental de La Laboral, que aplaudieron la iniciativa de divulgar los avances científicos. "Creo que todos los organismos públicos deberían mostrar lo que hacen. No es lo mismo estudiarlo en clase que verlo físicamente e incluso tocarlo. Es estupendo", opinó Jennifer Hernández, de 27 años. Por su parte, su compañero Nicolás Mangas, de 20, considera un "lujo" poder conocer las instalaciones de "un futuro lugar de trabajo". Ambos participaron en un recorrido por el centro, que incluyó también un documental sobre acuicultura y la muestra de estrellas de mar, oricios y rodaballos vivos en un estanque instalado por el Acuario de Gijón.