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LUIS GALINDO | Rector del Área de Conferencias de la Universidad HAC (Nueva York)

"Los españoles nos hemos europeizado y vuelto pudorosos: nos da miedo abrazarnos"

"Para nada vendo crecepelo, el concepto de inteligencia positiva ha sido aceptado por el mundo académico"

Afirma que tiene una misión, en el sentido de que desea cumplir con el cometido de explicar la idea de inteligencia positiva. Posiblemente sea el conferenciante más activo de España; no para. A los directivos de las empresas de quince países les encantan sus charlas sobre la necesidad de vivir ilusionados; son chutes de optimismo. Luis Galindo, zaragozano de 1957 que estudió Física y Psicología, explicó ayer su teoría a responsables de la Autoridad Portuaria de Gijón; hoy, invitado también por la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD) e IT & People, volverá a conferenciar. Es rector del Área de Conferencias de la Universidad HAC de Nueva York.

- Empecemos por el tema de su conferencia: ¿qué es un líder y a qué momentos vitales se refiere?

-En la vida del directivo, del líder, hay momentos de especial repercusión en los que se la juega. Por ejemplo: un empleado tiene problemas personales y ves que el jefe no da la talla. No creerás ya en él. Y al revés, si notas que el jefe se la juega por ti, no lo olvidarás. Analizaré doce momentos de la verdad: cuando hay que decir cosas que no gustan, cuando tienes que admitir que eres vulnerable, que no sabes algo... La palabra líder me parece tan bonita que sólo la utilizó de manera positiva. De lo contrario, digo: "un jefe malo" o un "jefecillo".

-Muchos españoles echan en falta líderes creíbles, honrados, con altura de miras...

-Totalmente de acuerdo. El liderazgo tiene varias patas. Una importante es el de equipos. Hay quien lo hace bien porque en España hay grandes escuelas de negocios. Pero hay otra muy importante: el líder ejemplar, el de valores, el coherente. Es un liderazgo que escasea. Y en el mundo de la política, a lo bestia. Y mucho, también, en el mundo académico y en el empresarial.

-Al repasar su trayectoria se ve que lo llaman muchísimo los empresarios del Ibex 35 y nada los sindicatos. ¿Por qué?

-Es cierto que trabajo con treinta empresas del Ibex. Pero, por suerte para mí y lo cuento, he trabajado también para CC OO y UGT. No es tan frecuente, pero ocurrió. Y mi discurso es igual con unos y otros. Con el Deutsche Bank estaban directivos y representantes sindicales; unos y otros salieron igual de contentos.

-¿Y qué buscan unos y otros en sus palabras?

-Entrenamiento. A nadie se le ocurre nombrar a un director de informática que no sepa de la materia. Sin embargo, ponemos de jefe de servicio a alguien que puede ser bueno en lo suyo pero que no sabe dirigir equipos. De ahí el fracaso. El liderazgo también se enseña.

- Bueno, hay personas con un carisma innato...

-Hay un siete u ocho por ciento de personas que tienen esas condiciones porque en casa les dejaban responsabilidades cuando eran niños, o porque eran los mayores de ocho hermanos. Indurain daba cuarenta pulsaciones en reposo, entrenó y se salió. Hay otros que no han llegado a nada. Ahora bien, todo se aprende.

-¿Ese entrenamiento no supone un forzamiento de la personalidad?

-No. Todo se entrena, incluidas las posturas, los gestos. ¿Te gusta que los demás se sientan a gusto contigo? Pues entrena la escucha activa: mira a la cara y no a tu móvil, mantén el cuerpo hacia adelante...

-Usted ha sido pionero en España en la aplicación a las empresas y a la vida del optimismo inteligente. ¿Qué es?

-La capacidad de ver la realidad con objetividad, sin perder un minuto en lo que no va bien y trabajando para intentar mejorarlo. El padre de la criatura es Martin Seligman, catedrático de Harvard (ahora está en la Universidad de Pensilvania) que investigó durante cuarenta años la depresión.

-Lo cita con frecuencia.

-La Universidad suele despreciar estos temas relacionados con la empresa, porque pueden tener algo de demagogia o carecer de rigor científico. Pero todos los catedráticos hablan maravillas de Seligman; es riguroso. Se dijo: ya vale de estudiar sólo la enfermedad. ¿Qué tienen en común las personas más felices? Ahora hay siete cátedras de psicología positiva en Europa, una en España. Podemos definirla como la ciencia de la felicidad.

-Habrá quién vea esto de la ciencia de la felicidad como la vieja historia de los vendedores de crecepelo...

-Para nada, todo lo contrario. Se trata de ver la realidad con objetividad; el concepto de inteligencia positiva ha sido aceptado por el mundo académico. Estoy seguro de que, tanto en su vida como en la mía, hay un ochenta por ciento de cosas que van bien. Y que hay un veinte que es mejorable. ¿Qué dice la psicología positiva? Objetividad y no perder un minuto en quejarte por lo que va mal. Hay que trabajar para mejorar lo que va mal y agradecer lo que va bien. Con esto último coges fuerza emocional.

-¿No es una filosofía conformista?

-Todo lo contrario. Se trata de cambiar lo que no va bien desde lo que va bien. Nos pasamos la vida quejándonos por la rayita que nos han hecho en el coche. Y eso es pura subjetividad. Lo más maduro es ver la vida de manera global. Sólo una de cada trece personas del planeta tiene agua caliente. Trabajo en quince países y en algunos cuento la historia de la lámpara y el genio. ¿Sabe que piden en países como Perú, México o Colombia? Agua caliente en casa, que no violen a sus hijas... Aquí en España obviamos estas cosas. A veces no tenemos en cuenta, por ejemplo, que nuestra sanidad pública es envidiable. Hay que valorar todo eso y pelear por lo que no va bien.

-No se le escapa que hay 3,5 millones de desempleados...

-En estos años de crisis he sido el conferenciante más entrevistado en radio y televisión. La pregunta era: ¿cómo habla de ilusión con la que está cayendo? Pues por eso. Cuando todo va bien, el discurso de la ilusión sobra. Rafa Nadal, un tío interesante, dice que cuando está lesionado es cuando pone el doble de ilusión. Ilusionarse es difícil, jodido. La mayoría de la gente se levanta de noche, va a un trabajo que no le gusta, llega a casa y encuentra a un marido o a una mujer que ya no se parecen a la persona con la que se casó, el sueldo es una tercera parte de lo que les gustaría, los hijos pasan de ellos... Ilusionarse es jodidísimo, sí, pero la otra opción es resignarse. Balzac decía que resignarse es un suicidio cotidiano.

-Balzac, precisamente, escribió "Las ilusiones perdidas". Cuenta el proceso de la desilusión.

-Sí, ya sé que muchos grandes artistas hacen sus mejores obras en época depre. Pero estará de acuerdo conmigo en que la ilusión, no el ilusionismo, es el gran motor de la vida.

-Tiene un libro que se titula "Reilusionarse: apasiónate por la vida". El título implica una pérdida previa de la ilusión. ¿En que momento ocurrió?

-Ese título está muy pensado. Estoy harto de los conferenciantes que quieren que te transformes por una charla de una hora o por un libro. Eso no pasa; ni Superman, ni Superwoman, existen. Yo me dedico a pinchar a la gente para que saque la ilusión que tuvo en otro momento de su vida.

-Me refería al deterioro de la ilusión colectiva. ¿Cuándo se produjo?

-Es distinto en cada persona.

-¿Mucha de esa desilusión, en España y en Europa, no tiene que ver con la quiebra del pacto social alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial?

-Es la suma de muchas cosas. Hay un cierto escepticismo que va con la edad

-Muchos jóvenes están también desilusionados.

-Sí, pero el asunto es más amplio. Conozco a gente que lleva treinta años casada, tiene chalé con piscina y también está desilusionada.

-No sé si usted habla de la desilusión individual o de la colectiva.

-De la individual. Y explico que no es fácil mantener esa ilusión. Pero mi discurso trata de recordar a la gente que debe recuperar la ilusión que tenía cuando se enamoró, cuando logró el primer empleo. No es fácil, pero el mensaje es bueno y objetivo. También yo estoy harto de los vendedores de humo y soy crítico con el mundo de las conferencias de motivación. La idea es que tenemos el gen de la ilusión dentro y que debemos recuperarlo. La ilusión es buena hasta para la salud, para la vida en pareja.

-Hay algo de su discurso que me gusta: cuando dice que debemos abrazarnos más. El abrazo se ha ido perdiendo también en las sociedades mediterráneas.

-Me encanta que lo diga. Cuando era pequeño veía que mis tíos, mi primos, llegaban a casa y nos abrazábamos. Mis padres decían te quiero. Todo eso lo veo menos en España. Nos hemos europeizado y vuelto muy modernos, pero se ha perdido el contacto, la celebración. Nos hemos vuelto pudorosos: nos da miedo tocar, abrazarnos, decir te quiero.

-Pide, también, que cuidemos el jardín propio.

-Sí. Se trata de intentar dejar el mundo mejor de lo que lo encontré por la mañana, al menos en el ámbito personal.

-¿Luis Galindo es feliz?

-No hablo de felicidad. Seligman dice que el placer es bueno, pero sólo da puntas de felicidad. Hay otros dos niveles: el de utilidad y el trascendente. Es decir, qué queda cuando uno se va. Intento ser coherente con eso. Soy una persona que habitualmente tiene un alto nivel de satisfacción. Soy un adicto a la vida y a la excelencia.

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