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"El Colorao", un playu de gracia ácida, chigreru y muy hablador que lo sabía todo de Gijón

José Ramón García Rodríguez, memoria de la ciudad, fue amigo de míticos como Ladis, Garciona, Dioni Viña y Emilio Ceinos

José Ramón García Rodríguez, en 2005, en una terraza del barrio del Carmen. LNE

Pocos le identificarán por su nombre, José Ramón García Rodríguez, pero la casi totalidad de los gijoneses, hasta los foriatos, recordarán a Ramón, "el Colorao". Hombre de tertulias en históricos puntos de encuentro de la ciudad, vigía de Gijón gracias a su prodigiosa memoria que compartió durante un tiempo con los lectores de LA NUEVA ESPAÑA en su sección "Histories del Colorao". "Lengua escarlata", le renombró el añorado Ladislao de Arriba, unos de sus buenos y también míticos amigos que hicieron de la "city" una ciudad mejor. Le dio por arriba y por abajo, con gracia y tino, a los políticos, a los dirigentes del Real Sporting y a quien fuese menester. "La voz sin amo", escribió a modo de obituario Jaime Poncela. "Gijónés de pro y de siempre", le tributó a su vez Francisco Prendes Quirós.

"El Colorao" nació en el seno de una familia de indianos el 17 de abril de 1925. Lo hizo en el número 1 de la carretera de Oviedo, en la misma Puerta de la Villa. Contaba el propio "Colorao", en una entrevista en 2005, que llegó al mundo en la casa de Tuero, el padre de un chaval al que mataron donde la Iglesiona en 1930 durante una manifestación en protesta por los fusilamientos de los jefes militares que se alzaron en Jaca contra la monarquía. Pero luego se crió en la calle Asturias, donde además del domicilio familiar se ubicaba una mercería regentada por su madre. Tuvo un hermano, Manolo, y dos hermanas, Tensi y Lola García Rodríguez. Fueron ellos, según desveló en su día el irrepetible Dioni Viña, quienes le bautizaron como "el Colorao" o "Marqués del Colorado", porque siempre fueron muy de poner motes a sus allegados. Se quedó soltero porque "no tuve tiempu pa casame", "Colorao" dixit.

Fue su muerte un impacto en Gijón porque quizás fue quien más sabía de la ciudad. "De lo limpio y de lo oscuro, de lo económico y de lo amoroso", decían. Con su muerte, se iba uno de los últimos porque hacía poco que "el Colorao" había llorado también a Dioni Viña, que le definió como "crítica con gracia ácida de un playu". Quedaba Ladis para glosar su vida y lo resumió en estas páginas como "un gijonés de la carretera de Oviedo que fue bañista invernal durante años. También fumador, chigreru y hablador. Impartía doctrina paseando (como los filósofos de la Antigüedad); iba por la acera de Casa Paquet, el Campu Valdés o por Poniente buscando la solanera". Más de Gijón sería difícil.

"El Colorao" se definía como industrial jubilado aunque bien es cierto que desempeñó variadas actividades, casi siempre representaciones o como intermediario en negocios. También participó organizando los concursos de mises cuando el Jardín estaba en pleno apogeo. Organizaba las encuentros y también daba los premios junto a sus socios de la peña "La Gandallona", que se creó entre varios amigos en el Grupo Covadonga y con la que, además, organizaban partidos de fútbol en San Lorenzo en dos equipos, uno de mayores de 20 años y el otro los que todavía no llegaban a la edad. Fue en 1958 cuando hicieron el primer concurso de "Miss Jardín". Allí eligieron a una chica de Valdesoto como la más agraciada y a seis damas de honor. Como sacaron a más mujeres que bandas tenían para premiar a las participantes, le iban quitando el distintivo a una para dársela a la siguiente.

Fue amigo inseparable del sportinguista Manuel García "Garciona" -del que dijo que "tenía la lengua como el hierro de quemar el arroz con leche" por su forma de hablar sin filtro-, del arquitecto Gemar, de Emilio Ceinos, de Dioni Viña, de Turraína. Una corte de míticos de ese Gijón extinguido. También "de algunos señoritos del Corona y de muchos playos de Contrahacia, del Carmen y de La Arena", confirmó Ladis.

Sus historias se acabaron el 20 de octubre de 2008, en el Hospital Central, en Oviedo, a los 83 años, tras sucumbir a una fulminante enfermedad. Le despidieron en loor del multitudes en el tanatorio de Gijón con una celebración de la palabra. Después, tras el oficio religioso, los restos mortales del "Colorao" fueron trasladados al cementerio municipal de El Suco, en Ceares, donde recibieron cristiana sepultura. Sus historias perduran.

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