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Prioridad a la recuperación de Cimavilla y a la demolición de todas las chabolas

El personalista alcalde José Manuel Palacio quitó todos sus cargos al concejal Carlos Zapico, que veía indigno formar parte de su candidatura

El poblado de chabolas de Villacajón. J. MANSO

Si el panorama industrial era desolador tras la cascada de cierres empresariales -en Cajastur se quiso poner punto y aparte con la sustitución como director general de José Ramón Fernández Cuevas por el que hasta entonces era director de la oficina principal de Gijón, Ángel Aznárez, por lo que aplazó el retorno de su hijo a una notaría- lo que llevó a una huelga general generalizada a la que acudieron hasta los agentes de la Policía Municipal -quienes, por cierto, ni sabían, ni podían utilizar sus armas de fuego porque al no realizar ejercicios de tiro la munición había caducado-, no menos lo era el estado en que se encontraba el antiguo barrio de pesquerías convertido en estercolero en algunos rincones y también los poblados de chabolas donde se hacinaban todavía decenas de familias por lo que la Corporación Municipal dio prioridad a resolver esos problemas que tan mala imagen daban a la ciudad. El metro cúbico de agua había subido de nueve a doce pesetas, pero la gran polémica de entonces fue aquella boutade de Camilo José Cela cuando publicó en los "Cuadernos del Norte" -una genial revista ideada por Juan Cueto Alas que financiaba Cajastur- una irreverencia contra la virgen de Covadonga.

El concejal de Turismo Luis Felipe Capellín recuperaba la tradición de la fiesta en "La peña de los Cuatro Jueces" -a la que acudirían los alcaldes de Villaviciosa, Sariego, Siero y Gijón-, en el parque de Isabel la Católica se plantaría una jacaranda en homenaje al pueblo de Brasil con su cónsul el gentleman Chicho Otero Goyanes de punta en blanco y se volvería a rendir homenaje a Jovellanos en Puerto de Vega tras la restauración de su demolido monumento. En presencia de Ignacio de la Concha, presidente del Centro de Estudios Hispánicos, José Caso recordaría que Jovellanos había mostrado "la esperanza de ver progresar a la comunidad humana hacia una situación de fraternidad sin guerras, ni odios".

Espadas en alto en los partidos ante las elecciones. Pero no afrontábamos así el futuro. Dado que las elecciones estaban a la vuelta de la esquina, las aguas iban muy revueltas y las espadas estaban en alto en los partidos políticos. Ante las buenas expectativas tras el desmoronamiento de UCD, Alianza Popular había trasladado su sede a la plaza del Instituto -conocida entonces como "zona nacional" y curiosamente al mismo edificio de hormigón blanco donde se había ubicado el gobierno de Belarmino Tomás- que fue bendecida por el jesuita Patac. La extraordinaria labor de oposición realizada por Francisco Álvarez-Cascos durante el primer mandato -quien él solo había dejado en evidencia las carencias del desunido grupo de UCD- le había reforzado dentro del partido. Solamente tuvo como oposición, cara a cara, a Alfonso Arcos Palacio -antiguo concejal durante el régimen franquistas y profesor en el Codema de la asignatura Formación del Espíritu Nacional- a quien su pasado lastró por lo que Francisco Álvarez-Cascos tuvo vía libre, gracias al apoyo de Jorge Díaz Caneja y de uno de sus primeros protectores financieros: el constructor cubano Baltasar García Parúas, a quien nombraron nuevo presidente.

Y las discrepancias hechas públicas en el grupo municipal del PSOE, con razonables críticas de personalismo en la gestión de José Manuel Palacio -tal vez en sus genes cubanos hubiese algo de dictador- motivaron que éste optase por quitarle a Carlos Zapico todos los cargos municipales, tras declarar que para él, visto lo visto, sería indigno formar parte de una candidatura presidida por José Manuel Palacio.

El detonante fue el imaginativo plan para Cimavilla. Si hay algo que nadie puede discutir es el derroche de imaginación que el equipo comandado por el urbanista Ramón Fernández-Rañada desplegó ante la oportunidad histórica de desarrollar un ejemplar Plan General de Ordenación Urbana. A Gijón vinieron a aportar ideas los mejores expertos que había en España: Gustavo Torner -creador del museo de las Casas Colgantes en Cuenca- propuso la ubicación en lo alto del cerro de Santa Catalina de una monumental piedra de carbón, como homenaje a la tradición minera asturiana. Su idea no convenció, por lo que también pasó por aquí el prestigioso arquitecto portugués Álvaro Siza, a fin de que con su afamada fama en la rehabilitación de espacios urbanísticos aportase sus renovadoras ideas.

Al final el Plan Especial de Protección y Reforma Interior del conjunto histórico-artístico de Cimadevilla y del cerro de Santa Catalina" fue encomendado a un grupo de jóvenes arquitectos asturianos encabezado por Francisco Pol -proyecto que curiosamente le entregó en mano a José Manuel Palacio en la cafetería Manila de la calle de Alcalá, en Madrid- y del que el alcalde de Gijón aseguró nada saber, aunque lo aprobaron con el voto en contra de Francisco Álvarez-Cascos, quien destacó la contradicción de dar el visto bueno antes de la pertinente aprobación definitiva del Plan General de Ordenación Urbana.

No le faltaba entonces la razón.

Z apico no aprendió la lección de Liñero. Quien fuera concejal y hombre fuerte en la Corporación Municipal, José Luis Ortiz Hornazabal, desde la distancia en el tiempo así ve ahora las cosas: "José Manuel Palacio era muy consciente de la importancia que el Urbanismo iba a tener en la consideración que los ciudadanos de Gijón tendrían a la primera Corporación democrática. Tenía mucho más conocimiento de la historia del urbanismo gijonés que el resto de la Corporación. Carlos Zapico que sustituyó al anterior presidente de la Comisión de Urbanismo, Alfredo Liñero, tras perder la confianza de José Manuel Palacio, al iniciar negociaciones con constructores gijoneses, sin su aprobación ni su conocimiento. No se trató sin duda de ningún apaño, porque Liñero estoy seguro de que lo hizo sin intención de hacer ningún favor, sino en busca de un cierto protagonismo y demostración de una independencia que José Manuel Palacio no pudo ni quiso aceptar. No sé cuál fue el papel de Zapico en esta primera batalla, aunque creo que se mostró como defensor de la posición del alcalde, sin fisuras. Pero cuando con la dimisión de Liñero que yo sentí un montón, Zapico fue nombrado presidente de la Comisión de Urbanismo no tardó, demostrando así no haber aprendido nada del incidente anterior, tal vez para afirmar su posición lastrada por su falta de formación técnica, cayó en la misma forma en el error de reafirmarse en gestor del urbanismo gijonés, al margen de la supervisión de Palacio, lo que acabó en su destitución".

Un plan para la definitiva erradicación del chabolismo. Si Gijón hasta tuvo unas setecientas familias en chabolas en nueve poblados -como La Kábila, Villacajón, La Muria, El Plano, la Picota y El Arbeyal- donde moraban en situaciones tercermundistas más de cuatro mil personas, el Ayuntamiento tenía claro que había que proceder a su erradicación total. Entre sus planes estuvo la inserción de aquellas familias en viviendas dignas integradas en los barrios urbanos. Uno de los constructores que apoyó aquella idea fue Antonio Ángel Rodríguez quien cedió un bloque de treinta y cinco viviendas para realojar temporalmente a algunas de aquellas familias, como experiencia piloto. Cuál sería la sorpresa de todos -uno de ellos fui yo como testigo que lo comprobó in situ- que tras ocupar aquellas dignas viviendas con ascensor y todo se llevaron hasta la grifería para revenderla en el rastro. La decepción fue muy grande, la verdad porque cuando no hay una mínima educación que permita la integración social, todo esfuerzo es en vano.

Pero, así y todo, el Ayuntamiento hizo gala de una gran perseverancia para seguir adelante hasta lograr pasar página y dejar atrás una historia para no recordar.

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