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Guerrillera de las FARC y política en Colombia

Manuela Marín: "Las muertes, de un lado y del otro, siempre han dolido; todos eran hijos del pueblo"

"Al ver a tantas personas asesinadas y desaparecidas llegas a la conclusión de que la lucha armada está justificada"

Manuela Marín, ayer, en Gijón. MARCOS LEÓN

Se hizo guerrillera de las FARC hace ya 16 años, de los que buena parte vivió en las montañas colombianas. Manuela Marín (Fusagasugá, Colombia, 1983) no se arrepiente de nada, volvería a dar los mismos pasos y se muestra orgullosa del paso que ha dado su organización hacia la paz en su país. Ayer ofreció una charla en Gijón, en el Ateneo Obrero, organizada por la asociación Soldepaz-Pachakuti.

- ¿Cómo se hizo guerrillera?

-Milité de joven en una organización de izquierdas y viví la represión que vive alguien de izquierdas en un régimen como el colombiano. Ver a mis compañeros amenazados, asesinados y desplazados me llevó a preguntarme si la lucha armada era viable, si era justa y, sobre todo, si yo era capaz de asumirla. Esa inquietud me llevó a conocer las montañas de Colombia y vi un escenario igualitario, con muchas posibilidades para crecer del que me enamoré.

- ¿Cuánto tiempo estuvo en las montañas?

-Fueron 16 años. Hice trabajo político organizativo en las ciudades, en el marco de la clandestinidad durante diez años. La vida en la montaña es muy compleja y requiere un sacrificio espiritual, sentimental y físico. Se necesita disposición y una conciencia muy firme de que eso que se está haciendo vale la pena.

- ¿Qué vio que le hizo asumir que la violencia y matar estaban justificados?

-Si se plantea así es difícil, ¿Cómo asesinar a alguien va a ser justo? Si eso se analiza fuera del contexto es difícil. Las guerrillas en Colombia nacieron de las autodefensas campesinas, liberales y comunistas, que en su momento no encontraron otra alternativa para sobrevivir y proteger sus vidas y las de sus familias. De cierta manera es igual en la insurgencia, no había otra forma de sobrevivir siendo oposición.

- Habla de Colombia como si fuera una dictadura desde hace años.

-No tiene esa imagen, pero sí en su concepción, doctrinas y comportamiento. Tiene una posición completamente leal a los intereses macroeconómicos y al imperialismo. Nos aplicaron la doctrina del enemigo interno, que implicó asesinar y reprimir a las masas populares para que las insurgencias no crecieran. Son muchas personas asesinadas y desaparecidas. En ese marco llegas a la conclusión de que la lucha armada sí está justificada. La otra alternativa era dejarte morir o morir ideológicamente, renunciando a que el país cambie. Resignarse a eso es otra forma de morirse.

- En sus años de lucha, ¿causó la muerte de alguien?

-Estuvimos en escenarios muy complejos. Vimos morir a personas de las fuerzas que nos combatían y también a camaradas. Esas muertes, de un lado y del otro, siempre han dolido, porque en el fondo sabías que quienes caían eran hijos del pueblo colombiano. Por eso, en todas las oportunidades que nos abrió el gobierno de sentarnos a negociar lo hicimos. Quienes tenían intereses en esa guerra no iban a ella, sólo la dirigían desde un escritorio en Bogotá.

- ¿Buscaron una forma no violenta de actuar?

-Tuvimos cuatro intentos. En los años 80 dialogamos, llegamos a un acuerdo y nos constituimos como organización política legal, pero la respuesta del régimen fue asesinar a los líderes uno a uno. Hasta 5.000 dirigentes asesinados. Es un capítulo dramático. Los pocos que sobrevivieron continuaron la lucha.

- ¿Cuál fue el germen del encuentro en La Habana para el acuerdo de paz actual?

-Siempre quisimos negociar. Las guerras se agotan, y en Colombia estaba agotada como opción. No ganamos la guerra, pero tampoco la perdimos. El Gobierno nunca nos ganó la guerra pese a tener un Ejército asesorado, avalado y financiado por los norteamericanos. Todo tiene un límite y, afortunadamente, llegó en un momento en que era posible hacer un acuerdo de mínimos que ayudasen a avanzar hacia una democratización del país.

- ¿Cuáles fueron sus líneas rojas?

-Una reforma rural integral en Colombia. Transformar el campo, porque de ahí partió todo, de la lucha por la tierra. Una reforma política y un compromiso del Estado de que jamás utilizará la violencia política contra la oposición. También el proceso de reincorporación.

- ¿A qué se van a dedicar ahora los guerrilleros?

-El proceso de reincorporación nos tiene altamente preocupados. Se plantea que nosotros desarrollemos unos proyectos productivos y a su vez va a haber unos subsidios del Estado que nos garanticen que podamos desarrollarlos inicialmente.

- ¿Asumen que les puedan condenar por lo que hicieron?

-Aquí no se trata de quién tiene que pagar. Aquí se trata se saber la verdad del conflicto, lo que pasó realmente, porque eso es algo que nadie sabe, ni en Colombia, ni mucho menos a nivel internacional. Nosotros nos comprometimos a aportar la verdad ante esos tribunales que serán quienes decidan hasta dónde está implicada una persona para resarcir el daño causado.

- ¿Qué países les tendieron la mano a lo largo del conflicto?

-Principalmente Cuba. También Chile y Venezuela, que son verificadores del proceso. En Europa destacó Noruega, que sigue muy comprometido en ayudar en todos los aspectos, incluso con recursos que nos ayuden a suplir las carencias que tenemos hoy.

- ¿Y España?

-Nada. Nunca ha hecho nada por el conflicto.

- Otros países los consideraban un grupo terrorista.

-Se nos llamó de muchas formas. Al inicio de las insurgencias comunistas éramos ateos sacrílegos que comíamos niños vivos. Tras el 11-S se puso de moda el terrorismo y asumimos ese apellido. Fue una maniobra de publicidad que nos afectó. Nosotros nos vimos abocados a la guerra, no la empezamos, ni hicimos bombardeos masivos, ni masacres. Si hay terroristas en Colombia son el Gobierno y las fuerzas militares.

- Semanas atrás fueron asesinados tres periodistas en la frontera con Ecuador. ¿Qué pasa con los disidentes que siguen secuestrando y matando personas?

-No son disidentes. Se autodenominan disidentes por tener un apellido y hacen cosas desastrosas como eso. Hemos apostado por la paz y la política, esos que describe no es responsabilidad de las FARC, pero la propaganda del régimen causa esas confusiones.

- ¿Ha merecido la pena ser guerrillera? ¿Volvería a dar los mismos pasos?

-Claro. No me arrepiento ni de ingresar en las FARC, ni de ninguno de los 16 años trabajando allí. Mucho menos me arrepiento de haber dado ese paso colectivo hacia la política y apostar por la paz. A pesar del reto enorme que nos espera estamos convencidos de que será la mejor opción.

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