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Manín de la Carne Cruda

¡Manín ha muerto! Puede decirse que del Gijón antiguo sólo quedaban el barrio de Cimadevilla y Manín de la Carne Cruda. Se lo tragaba todo aquel hombre singular y admirable. En cierta ocasión se le escurrió esófago abajo una anguila viva que una vez en el estómago de Manín empezó a hacer carreras terribles dentro de aquella portentosa víscera. Acudieron los galenos y, para que Manín viviese, mataron con brebajes raros a aquel pescado dentro del estómago, y Manín hizo una tranquila digestión...

Murió octogenario el pobre Manín. Sobre su féretro colocaría yo aquel garrote en que apoyaba su inverosímil ancianidad, y con el cual corría tras los despistados chicos que le tiraban del grasiento levitón o que le daban "cates" en el sombrero que le regalara, en espantoso desuso, un magnífico señor.

Manín tenía sus parroquianos. Éste le daba una peseta cada semana, Zutano un real cada tres días, Mengano una perra gorda diaria... Vivía Manín de los gatos y de los gijoneses. Las gatas quizás le odiarían pero los vecinos de esta villa tenían a Manín como algo que era preciso conservar a todo trance. ¿Cómo iba él a resignarse a permanecer encerrado en un asilo?

Las calles de Gijón pierden una figura típica, los chicos un amigo de quien burlarse. Los gatos son los únicos que han ganado, las gatas maullarán de placer erótico. Manín fue grande porque Manín será echado de menos. No todos los hombres, al morir, dejan tras de sí un recuerdo imborrable.

Adeflor. Diario "El Comercio"

17 de octubre de 1909

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