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LAURA RESTREPO | Escritora

"Sin los valores de la solidaridad y la generosidad no hay democracia"

"He escrito 'Los divinos' sacudida, al igual que Colombia, por el asesinato de aquella niña: ¿en qué tipo de sociedad vivimos?"

Laura Restrepo, ayer, con un ejemplar de su novela. MARCOS LEÓN

A Laura Restrepo (Bogotá, 1950), una de las grandes escritoras a un lado y otro del Atlántico, se la veía ayer fascinada por el atardecer gijonés y su ballet de luces. Una ciudad que conoce: ha sido figura en la Semana Negra. La autora de esa obra maestra que es "Delirio" ha vuelto con novela fresca. Acompañada por el escritor asturiano Ignacio del Valle, habló de esa historia dura en el Ateneo Jovellanos.

-Toma como punto de partida de "Los divinos" un hecho real que tuvo una gran repercusión en Colombia. ¿Por qué esa elección?

-Es una obra de ficción, aunque es cierto que el detonante fue un suceso real. Lo que me interesaba era penetrar en la mentalidad del asesino, pero convirtiéndolo en personaje de ficción. Él y sus amigos, unidos en un grupo que llamé los "tutti frutti"; y, también, sus relaciones con la vida, con las mujeres, con el placer. La curiosidad me llevó a escribir la novela desde la visión masculina.

-¿Un ejercicio difícil?

-Sí fue difícil. Lo que pasa, para volver a su pregunta anterior, es que el crimen fue muy brutal. Y aun, en un país tan acostumbrado a la guerra como es Colombia, este crimen sacó a la gente a la calle y produjo una oleada de indignación nacional. Y es que había un gran abismo entre el asesino y la víctima. Él era un muchaco de treinta y tantos años, de una familia de élite, estudiante en un colegio masculino al estilo de los "colleges" que están planeados para la clase dirigente del país; un muchacho bien plantado, arquitecto de éxito... una persona que lo tenía todo. Y la víctima, una niña de siete años de un barrio pobre, de una familia indígena desplazada por la violencia. Es imposible hallar una víctima más indefensa e inofensiva. El crimen bue brutal: la rapta, la atormenta, la viola y finalmente la mata. Me sacudió lo mismo que estaba sacudiendo al país: ¿en qué tipo de sociedad vivimos que puede suceder una cosa así?

-Sucesos como el protagonizado por "la manada" ha rearmado la crítica al patriarcado. ¿Es también su perspectiva?

-Sí. Los hechos apuntaban hacia ahí. Está el horror del crimen, el saber lo que le sucedió a la chiquita, que es una idea absolutamente insoportable. Creo que la gente que salió a la calle tenía serias dudas de que la justicia tocara al criminal, por su pertenencia a esos grupos de poder. Se amparan en una suerte de impunidad de la que son conscientes. Y eso que estaba todo grabado por cámaras de seguridad. Tengo la sensación de que la gente estaba en la calle para echar un pulso contra los aparatos del poder. Y una sentía que, si no lo condenaban, podía caer hasta el presidente. Ciertos crímenes, es cierto, son como una radiografía de los países. Y ponen en tela de juicio una estructura de poder que se revela enormemente machista. Me motivó entender qué era lo que había detrás de un muchacho así.

-Para entender esas motivaciones se necesita un amplio punto de vista...

-Lo que yo he hecho es describir un grupo de cinco muchachos que forman un grupo desde la infancia, con un pacto de fidelidad pase lo que pase: bogotanos que se llaman los "tutti frutti", con diferencias culturales entre ellos. Necesitaba un narrador que hablara en primera persona y contara las cosas desde dentro, pero que fuera distinto.

-Que mantuviera una cierta distancia.

-Exacto, alguien que tuviera una visión crítica sobre los demás y me evitara intervenir a mí como autora, con adjetivos. Quería que la historia saliera de ahí.

-¿Es fiel al relato de los hechos reales?

-No, no sé si el criminal tenía amigos o no. Todo es inventado, lo único real es la alusión al hecho, al crimen. Me ayudaron mucho mi hijo y mi sobrino, que pertenecen a esa generación.

-Sin salir de Colombia: usted participó en los años ochenta en las conversaciones de aquel otro proceso de paz con la guerrilla del M-19. ¿Cómo valora la situación tras los acuerdos con las FARC?

-A punto de que la revienten y la hagan volar por los aires.

-¿Quiénes?

-Si gana el candidato uribista (Iván Duque) es para revertir el acuerdo de paz. El proceso de paz ha tenido sus deficiencias, pero ha supuesto una mentalidad de diálogo que es fundamental. En aquel otro en el que yo participé como comisionada en los ochenta, el primero enAmérica Latina, surgió de la idea de que el Gobierno pudiera hablar con la disidencia armada. Algo que entonces era inimaginable y por lo que te podían matar. Y sólo por decir que era posible el diálogo. Pero a pesar de la guerra, el país se fue educando en la idea de que se puede dialogar con el enermigo y llegar a acuerdos. Lo que pasa es que estamos en una época en general belicista, en el planeta y no sólo en Colombia. Ha vuelto la confrontación y la tendencia del aplastamiento del adversario. Escuchamos: ¿para qué hablar y hacer concesiones?

-¿La llegada de Trump a la Casa Blanca ha exacerbado ese ánimo de confrontación?

-Está marcando la época con su prepotencia militarista. Tiene mucho que ver con la característica central de los muchachos de mi novela: pertencen a una generación narcisista, a la que le moslesta que se puedan contrariar sus deseos; se pone el ego en un altar, un ego que exige cotización.

-Un narcisismo que se cultivó en los años ochenta e incluso en los noventa, con los yuppies y otras tribus.

-Son individuos basados en una hipertrofia del ego y del individualismo. Hay que volver a una concepción social de la convivencia humana; hay que tener en cuentra al otro. Lo que ocurre es que el otro desaparece ante la hipertrofia del yo. Es una condición que se ve en el asesino y en los personjes de mi novela. Para ellos, los demás desaparecen, son invisibles. Pensaba en qué había hecho ese muchacho del que hablamos. Pues bien, desde su punto de vista no había matado a nadie. ¿Por qué? Porque para él, aquella niñita pobre no era nadie. Jamás se le hubiera ocurrido pensar que aquel crimen pudiera tener alguna repercusión, y menos contra él. La solidaridad y la generosidad son valores sin los que no hay democracia.

-En Colombia se sigue escribiendo gran literatura después de García Márquez...

-Afortunadamente, sí. ¿Es la guerra la que produce esa literatura? No, es la necesidad de ir más allá. Hice mi tesis de graduación sobre García Márquez, antes del Nobel. Mi generación tenía conciencia, ya entonces, de que éramos urbanos, politizados; el realismo mágico no nos convencía. Todo el reconocimiento a García Márquez, que era un clásico, pero teníamos la noción que las explicaciones fantásticas no iban con nosotros. Era el momento en que América Latina estaba marcada por los grandes movimientos sociales. Su figura es apabullante, pero teníamos claro que nuestro camino era otro.

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