Hay personas anónimas que sin proponérselo, siquiera sin intentarlo, probablemente sin llegar nunca a pensar en ello, dejan una huella imborrable en una ciudad. Fue el caso de Chema, del que probablemente nunca nadie en Gijón conoció apellido, un hombre que vivió de la caridad y el cariño de los gijoneses. Esta misma semana, Chema falleció. Y lo hizo igual que vivió: entre el cariño de muchos, la indiferencia de otros y el desconocimiento de la mayoría.

"Gracies" se podía leer en grandes letras verdes, manuscritas, en el cartel de cartón que siempre le acompañaba. Lo plantaba junto a él, a su lado, y se ponía a esperar. "Necesitamos la so ayuda de veres. Perdónennos poles molesties", seguía. Su cara frente al mundo, el mejor ejemplo de lo que Chema era, y como quienes le conocieron lo recordarán siempre: una persona realmente educada, a la que se le echará de menos en las calles de la ciudad.

El cartel hablaba en plural, porque en el imaginario popular gijonés Chema nunca iba solo. Todo Quijote tiene un Sancho, y el suyo era una pequeña perra negra, revoltosa de rabo e inmensamente cariñosa llamada "Maus". Raro era pararse a hablar con Chema sin que "Maus" se te subiera a las piernas, siempre queriendo jugar, siempre logrando alegrar a quien pasaba a su lado.

Ya no será lo mismo pasear por la calle Corrida a media tarde. Allí se colocaba en horario vespertino, junto a "La Casina", en la esquina con Tomás Zarracina, la misma que por las mañanas ocupa un repartidor de suerte con cierto tiento. Sentado, casi siempre sentado, apoyada la espalda en la pared, sujetando el edificio para que no cayese. Eso era Chema, un guardián de la ciudad.

Por las mañanas su ubicación era otra. Se sentaba a las puertas de un supermercado en la calle Uría. Allí esperaba, libro en mano, no solo a que una persona pasara y depositara una moneda a su vera. También a que alguien se parase a su lado, a hablar con él. Una oportunidad que pocos rehuían.

Y es que Chema deja detrás mucha gente que le echará de menos. Como las trabajadoras del supermercado, que no dudaron en colocar frente a él, donde se apostaba el joven un improvisado altar, un homenaje que refrenda la huella que Chema dejó en la ciudad. "Gracies a ti. ¡Hasta siempre Chema!", reza. Junto a él, una docena de velas y ramos de flores depositados por las trabajadoras, por quienes hablaban con él, quienes le prestaban sus libros o quienes le invitaban a desayunar cada mañana. Un homenaje que tiene su réplica también en su emplazamiento de Corrida.

Tras el fallecimiento de Chema, "Maus" ha encontrado ya un nuevo hogar. Lejos de quedar como su dueño, vagando por las calles, quedará a cargo de una de las muchas amigas que deja Chema. Gijón perdió esta semana a una de esas personas que ayudan a confeccionar la imagen onírica que todos innegablemente tenemos de la ciudad.