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Gijón en retrovisor

La red de saneamiento siempre ha sido un gran problema para la ciudad

En los años ochenta las inundaciones a causa de las lluvias eran periódicas y hasta hubo grandes precipitaciones por el verano

La plaza donde se encontraba la Fábrica de Tabacos.

Aunque entonces las aguas del río Piles bajaban sin contaminación -para demostrarlo el ingeniero municipal Guillermo Cuesta Sirgo tuvo su minuto de oro mediático al beberse un vaso delante de las cámaras- las inundaciones eran una constante periódica y aquel verano de 1983 hubo grandes tormentas que motivaron que las lluvias anegasen nuestras plazas y calles. Todavía no se hablaba entonces de eso del cambio climático, pero en aquel mes de agosto ya hubo un fenómeno atmosférico excepcional.

Aquel entrañable concejal de la etapa de Luis Cueto-Felgueroso, Ricardo Rodríguez Velázquez me sintetizó un día el panorama: el mayor problema de Gijón son las alcantarillas. Hace treinta y cinco años que Francisco Álvarez-Cascos -como portavoz del grupo popular- reclamó que se hiciese un riguroso plan de prioridades ante la ineficiente red de saneamiento, ya que Gijón se encontraba en una situación tercermundista. Con ello se trataba de erradicar las periódicas inundaciones que se padecían en los barrios de Tremañes, La Calzada, El Natahoyo, Viesques y La Arena, así como la carretera de la Costa en su confluencia con la puerta de la Villa, a causa del desbordamiento del subterráneo río Cutis.

La moción presentada al Ayuntamiento consistía en aumentar la potencia de la Estación de Bombeo del Piles para que no hubiese que cerrar colectores y así se evitasen inundaciones y se diese prioridad en los presupuestos municipales a la ampliación de la red de saneamiento de la ciudad.

El inicio de la política como oficio de supervivencia personal

Durante la etapa autárquica ni los alcaldes, ni los ediles cobraban nada de las arcas públicas. La primera Corporación Municipal democrática ya había abierto las puertas para las compensaciones económicas fijando unas dietas de nueva mil quinientas pesetas mensuales, además de pagar los descuentos que hiciesen las empresas a quienes tenían que compatibilizar los trabajos privados con los públicos. Entonces nada se sabía de las liberaciones totales, ni parciales. Pero la segunda Corporación democrática ya vulneró los acuerdos anteriores al fijar salarios para todos, debido a que la mayoría de los ediles no trabajaban, con lo que así se iniciaba la era de convertir la política en un oficio de supervivencia personal.

De todos modos, a efectos de comparaciones, no está de más recordar que la nómina mensual de gastos por compensaciones económicas a los miembros de la Corporación Municipal era de 871.125 pesetas. El alcalde cobraba 63.500 pesetas y curiosamente dos concejales Luis Aurelio Sánchez Suárez y Víctor del Busto cobraban más que él, mientras que Francisco Álvarez-Cascos que hasta entonces se había negado a hacerlo empezó también a cobrar dietas por importe de 32.125 pesetas. Solamente dos concejales: Andrés Álvarez Costales -quien trabaja de oficial de Notaría- y el jubilado Luis Fernández Roces no elevaron las compensaciones económicas fijadas por la anterior Corporación.

Todo aquello iba a llevar a un clima muy diferente en la Casa Consistorial. La luna de miel entre el PSOE y el PCA había finalizado tras haberse dado mayores competencias a los alcaldes, por lo que habían sido marginados totalmente de las decisiones más importantes. El entonces portavoz en cuestiones económicas del grupo comunista Francisco Sarasúa llevó a manifestar que el PSOE sufría una borrachera de poder.

Nunca llovió a gusto de todos, desde luego.

Gijón ya era una ciudad importante en el siglo IV

No sabemos si ya entonces se padecían las inundaciones, pero las primeras conclusiones tras las excavaciones arqueológicas realizadas por el equipo de la Universidad Autónoma de Madrid, bajo la dirección de Carmen Fernández Ochoa -quien inicialmente pensaba que la muralla era medieval, tal como declaró a los periódicos, lo que hago constar a los efectos oportunos- es que Gijón ya era en el siglo IV la ciudad amurallada más importante del Cantábrico, con lo que quedaba demostrado que tenía una categoría similar a las villas de Astorga y Lugo. De esta manera se daba la razón a las tesis del Cronista Oficial Julio Somoza quien basaba sus argumentaciones en hipótesis que fueron refrendadas por los resultados de estas excavaciones arqueológicas que cambian la historia de Gijón, al retrotraerla mucho antes de lo nadie se imaginaba por entonces. Lo que entonces no contaron es que durante las excavaciones realizadas en Cimadevilla no se encontró capa de incendio, por lo que no pudo ser allí el histórico incendio del siglo XIV con el que tanto nos machacaron los cronistas ortodoxos.

Aquel fundamental plan de excavaciones arqueológicas que había promovido el director general de Bellas Artes, el gijonés Manuel Fernández Miranda fue podido ser llevado a cabo mediante un convenio tripartito entre el Ministerio de Cultura, el Instituto Nacional de Empleo y el Ayuntamiento que tuvo un coste de ocho millones de pesetas y que fue desarrollado por un equipo constituido por tres arqueólogos y trece trabajadores.

De la Campa Torres a Cimadevilla

Tras las excavaciones realizadas en el Campa de Torres por Lauro Olmo Enciso -el hijo del famoso dramaturgo Lauro Olmo- se llegó a la conclusión de que los romanos después de su asentamiento en la explanada del cabo de Torres optaron por bajar hasta una zona mejor comunicada desde donde pudieran controlar las dos ensenadas que desde allí se vislumbraban. Ante la importancia de los vestigios de la era romana hallados en la Campa de Torres se iniciaron los trámites para que fuese declarado monumento histórico-artístico. Así se dieron los primeros pasos para crear lo que hoy es el gran parque natural arqueológico de la Campa de Torres. Y eso que solamente se ha excavado el diez por ciento, por lo que si se sigue adelante todavía se sería posible encontrar importantes vestigios de nuestros orígenes.

La rehabilitación del degradado barrio de Cimadevilla

El Ayuntamiento tenía fijada su acción política fundamental en la rehabilitación del degradado barrio de Cimadevilla, tras haber recuperado el cerro de Santa Catalina. El estudio técnico para la rehabilitación del antiguo barrio de pesquerías fue dirigido por el arquitecto Paco Pol -Premio Nacional de Urbanismo por su plan para las casas antiguas de la plaza madrileña de Cascorro- con la colaboración de otros dos magníficos arquitectos asturianos Juan González Moriyón y Fernando Nanclares. Con aquel plan se intentaba frenar los procesos de degradación del ambiente urbano al propiciar la instalación allí de pequeños comercios e industrias artesanales para su revitalización, además de estimular la rehabilitación de las viviendas deterioradas, a fin de propiciar la puesta en marcha de nuevas actividades que pudieran propiciar la recuperación de aquel entorno histórico.

Treinta y cinco años después todavía siguen algunos con la venda en los ojos sobre la gran oportunidad histórica de darle un sentido que pueda potenciarlo con la creación del gran museo de Gijón en la Fábrica de Tabacos. La verdad es que no entiendo las dudas, ya que infraestructuras de esas dimensiones cuyo mantenimiento económico es muy grande, no puede ser solamente para las ocurrencias que tengan los vecinos, con todos los respetos para sus ideas. Pero no es conveniente mirarse siempre al ombligo y practicar la política del avestruz.

En esta vida siempre hay que ser pragmáticos y los idealismos están muy bien, pero como tal como defendió en una de sus maravillosas homilías el párroco de San Pedro, Javier Gómez Cuesta -todo un lujo intelectual del que gozamos en Gijón- no se puede desperdiciar esa posibilidad que tenemos actualmente ante nosotros de poner bien los cimientos para que Cimadevilla cuente con emblemático museo en la plaza de la antigua Fábrica de Tabacos.

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