El todopoderoso E. J. Dionne Jr., jefe de opinión del «Washington Post», se preguntaba ayer si Obama es Adlai Stevenson -que pese a su carisma perdió en 1952 y 1956- o más bien J. F. Kennedy. La cuestión no es banal. Nunca la personalidad de un aspirante a presidente ha sido tan escrutada, analizada y diseccionada. A Obama se le critica hasta el nudo de la corbata.

Hasta cierto punto, es lógico. Se acerca la hora de la verdad. El camino a Pennsylvania Avenue (la calle de la Casa Blanca) se bifurca hoy en el estado del mismo nombre. Dentro de cuatro meses, en Denver, el Partido Demócrata debe dictar sentencia entre Hillary y Obama.

El senador no salió ayer a la dura arena de Pensylvania para ganar delegados, más bien se enfrentó a las primarias para arrebatar apoyos a su rival y compañera de filas, Hillary Clinton. Obama ha padecido seis semanas de continuo desgaste, críticas constantes e intentos de descalificación por parte de los partidarios de la mujer que se considera mucho más preparada que él para alcanzar la Presidencia de los Estados Unidos.

A Clinton no le vale hoy una victoria a medias. La ex primera dama necesita arrasar para afianzar su candidatura a las elecciones de noviembre. En cierto modo, Hillary juega en casa. En el siglo XIX su abuelo se asentó en un pueblo de Pensylvania, donde aún conserva parientes y amigos. Ésa es una de las bazas que mueve la señora Clinton; la cuestión es si será suficiente para hacer trizas la popularidad del senador por Illinois.

En Pensylvania se reparten hoy 178 delegados para el Partido Demócrata. Antes de que los colegios electorales abriesen sus puertas Clinton llevaba ganados 1.498 delegados, Obama 1617.

Según el Pew Hispanic Center, Pensylvania es el decimocuarto estado con mayor número de hispanos en el país. De los 522.000 latinos residentes en el estado, unos 261.000 pueden votar en un estado considerado históricamente demócrata, Hillary parte por delante, pero Barack Obama tiene una ventaja en delegados que Hillary no podrá remontar. Debido a la compleja mecánica y reglas de la competición, la nominación del senador de Illinois está todo menos garantizada.

El engranaje de la campaña de Obama desplegó ayer todas sus armas de persuasión. A última hora de la tarde, mediodía en la Costa Este de Estados Unidos, los responsables de la campaña del senador bombardeaban con e-mails en los que se requería la colaboración de los ciudadanos. Esa movilización de la sociedad civil es el secreto del éxito de una campaña que ya se estudia y analiza en la Universidad de Harvard. Los partidarios de Obama no invitaban a donar dinero -el candidato ha recaudado 235 millones de dólares hasta la fecha-, pedían una cadena de llamadas para convencer a nuevos votantes. Ése es otro de los empeños del jefe de la expedición, David Ploufe: atraer a los que no acuden a votar. En el debate celebrado el 17 de abril Clinton cuestionó el patriotismo del senador y su relación con miembros de grupos radicales de los años sesenta. Es cierto, Hillary parte como favorita en la tierra de su abuelo, pero en el aeropuerto de Filadelfia las camisetas con la cara de Obama se vendieron como rosquillas.