Este Papa es inteligente, decente, sincero, humilde, tímido, respetuoso y teólogo extraordinario. Sin embargo, cumple su quinto año en la cátedra de Pedro bajo el sino de la impopularidad. Una impopularidad reciente, a causa del desastre de la pedofilia clerical, y otra anterior, derivada de asuntos como la doctrina vaticana sobre el preservativo, manifestada por Benedicto XVI durante su viaje a África. A estas iras más globales, motivo de comentario general, se unieron la ira musulmana, tras el discurso de Ratisbona; o la ira judía, tanto por la crisis del obispo lefebvriano Williamson -negacionista del Holocausto-, como por el anuncio del Pontífice de que la beatificación de Pío XII sigue su curso.

El que se anunciaba como un «Papa de transición», dada la avanzada edad de Ratzinger, ha condensado en un quinquenio sobresaltos no catalogados conjuntamente en pontificados anteriores. Perseguir la popularidad hubiera sido sencillo: en unos casos, hubiera bastado con dulcificar la doctrina; en otros, con un toque de diplomacia vaticana en los textos papales, y, en conjunto, con mirar hacia otro lado. Pero dulcificar hubiera sido engañar (lo cual no obsta para que doctrinas católicas como la referente a la moral sexual precisen de una importante revisión). En cuanto a lo de mirar para otro lado, valga algún ejemplo. El Papa podría no haber escrito la reciente carta a los irlandeses, en la que admite el grave desastre de la pederastia y los errores de la Iglesia. En su lugar, unas firmes declaraciones del portavoz hubieran cubierto el expediente, pero Benedicto XVI le entró de frente al problema. Lo mismo cabe predicar de la carta sobre el «caso Williamson»: eran las palabras de un necio, pero Ratzinger explicó que le había fallado la información al respecto y pidió disculpas por ello. Ítem más: una visita a la sinagoga suele agradar a los judíos, pero tocar cualquier cuestión concerniente al Holocausto -como beatificar al mal denominado «papa de Hitler»- siempre irrita al sionismo.

¿Y la proverbial diplomacia vaticana? Tal vez haber pulido, o matizado, alguna frase del discurso de Ratisbona hubiera evitado quebraderos de cabeza. Pero este Papa está sólo ante la curia: primero, por temperamento y experiencia negativa de décadas en el Vaticano (por ello no ha contemporizado con Maciel ni con influencias curiales similares); y, segundo, porque si algo necesita una profunda reforma en la Iglesia es su poder central y los tics que desde éste se transmiten a las diócesis, por ejemplo, el afán de carrera eclesiástica, varias veces maldecido por Ratzinger). Pero Benedicto XVI no se ve con fuerzas para esta reforma, aunque no con ella aumentaría su popularidad. Pese a este lastre, hay mucho más a favor de este Pontífice que en su contra. Un católico veterano y sincero lo decía hace un tiempo: «Cada vez que leo algo de este Papa, veo la luz».