En algunos imperios, el alumbramiento de gemelos en la corte debía resolverse eliminando al nacido en segundo lugar, en la línea del truculento titular «Da a luz a quintillizos en China, dispones de una semana para elegir». Se trataba de evitar una competencia entre iguales, literalmente hablando, que complicara la continuidad genealógica. Hoy en día, los vástagos simultáneos o sucesivos serían cuidadosamente preservados, no tanto para salvaguardar argumentos humanitarios como por disponer de un arsenal de cargos donde colocarlos sin otro aval que su apellido. La cacareada meritocracia, que no respeta cuna ni procedencia, ha sido reemplazada por la colegialidad dinástica, la apoteosis del linaje.

La pantomima sucesoria bajo apariencia democrática alcanzó su apoteosis paródica en Polonia, cuando el presidente Lech Kaczynski nombró primer ministro a su hermano gemelo Jaroslav Kaczynski. Esta decisión sería tan grotesca como si Bill Clinton hubiera maniobrado para que su esposa le sucediera un día en la Casa Blanca, o como si Bush padre hubiera pensado que alguno de sus hijos merecía la Presidencia de Estados Unidos por el mero trámite de arrastrar su apellido. A diferencia de los restantes protagonistas de este párrafo, los Kaczynski se habían labrado una carrera artística desde su más tierna infancia. Al contemplar las películas que protagonizaron a principios de los sesenta, evocan una versión por duplicado del Jackie Cooper de «La isla del tesoro», adaptado al exigente género del realismo socialista.

La escisión de los gemelos más famosos de Polonia ha sido provocada este año por una catástrofe aérea, que acabó con Lech Kaczynski cuando se cumplía su quinquenio en la Presidencia. La biografía del enemigo irreconciliable de Moscú se interrumpió cuando se encaminaba a ajustar cuentas con Rusia, que finalmente ha reconocido la autoría de la matanza de Katyn. Tras la desolación inicial, los polacos volvieron a enfrentarse sobre la procedencia de enterrar al gobernante fallecido en el panteón de sus conciudadanos más ilustres. El consenso estableció que sólo su abrupta muerte en una expedición histórica justificaba ese honor.

La extinción de Lech Kaczynski ha allanado la aplicación del axioma inexorable de la política mundial, «siempre habrá otro Kaczynski». En efecto, a Jaroslaw sólo se le puede distinguir de su hermano por su peca en la mejilla izquierda, y ha lanzado sus credenciales familiares con el mismo vigor que los Bhutto en Pakistán o los Gandhi en la India. Unidos más allá de la muerte, los hermanos intentarán culminar la exaltación del provincianismo que simboliza su partido Ley y Justicia, dos virtudes también gemelas pero que en Polonia deben interpretarse con una rigidez adicional. Ley y Orden constituiría una denominación más apropiada.

Un Kaczynski es tan ultraconservador como otro. Los Rómulo y Remo polacos se criaron a los pechos de Lech Walesa, pero hasta el tímido reformista concedía que la política del gemelo fallecido consistía en «destruir primero, y después pensar en qué construir». En comandita, programaron purgas ultraconservadoras. Su decisión de obligar a la confesión de la mínima colaboración con el comunismo implica una interpretación de la memoria histórica que desarbolaría incluso a sus más acentuados paladines españoles. Aunque Jaroslav fue sacrificado debido a la reacción de la opinión pública contra los fraternales excesos, ha anunciado su candidatura a las presidenciales de junio. Por supuesto, no admite su oportunismo al explotar una catástrofe aérea, sino que asegura sobreponerse heroicamente a una tragedia personal.

De nuevo, la tentación dinástica se apodera de la democracia, con las elecciones como aprovechamiento publicitario de la residencia en el poder. El apellido debiera descartar de antemano a Jaroslav Kaczynski para la Presidencia de Polonia, pero se convierte en un trampolín. Ya que los gemelos son más proamericanos que Washington -que ha retirado el escudo antimisiles que suspiraban por albergar en Polonia-, cabe anticipar que de aquí a unos años se insistirá en que la sucesora ideal de Barak Husein Obama es una tal Michelle Obama.