Los efectos electorales del voto protesta contra el gobernante Partido Laborista y del hastío con la clase política en general es una de las grandes incógnitas de los comicios de este jueves en el Reino Unido.

¿Se traducirá el descontento de muchos laboristas en la abstención u optarán por dar su voto al Partido Liberal Demócrata de Nick Clegg, al que convertirían en king maker (el que tiene la llave del futuro gobierno) en caso de que ni laboristas ni conservadores pudieran gobernar en solitario?.

Queda por saber si la llamada ya por algunos "cleggmanía" es un mero fenómeno de la era de la televisión, medio al que debe su súbita y arrolladora popularidad quien hasta hace poco era un político prácticamente desconocido para la gran masa de votantes.

Un sondeo divulgado hoy indicaba que casi uno de cada cinco telespectadores decidieron cambiar el sentido de su voto a consecuencia de los tres debates electorales- una novedad política en este país- con los líderes de los tres principales partidos.

Frente al apoyo masivo de la prensa conservadora al líder tory, David Cameron, que, en imitación de la campaña electoral del estadounidense Barack Obama ha hecho del "cambio" su eslogan, los periódicos de centro izquierda como The Guardian o The Independent han recomendado bien el voto a los liberaldemócratas o en cualquier caso el voto táctico para frenar a Cameron.

El partido de Clegg tiene frente a los dos mayoritarios no sólo la ventaja de un líder fotogénico, elocuente y aún poco gastado, algo de lo que podría presumir también Cameron, sino el hecho de haber sido el menos contaminado por el escándalo de los gastos de los diputados.

El abuso del dinero público para todo tipo de caprichos privados de muchos diputados de la anterior legislatura generó una profunda desconfianza del pueblo británico hacia todos los políticos y nadie ha sabido pronosticar hasta ahora cómo influirá en el nivel de abstención, que en las últimas elecciones rondó ya el 40 por ciento.

La guerra de Irak sin autorización de la ONU, que costó la vida a 179 soldados británicos y heridas a muchos miles, y el actual conflicto afgano, en el que semana tras semana siguen cayendo británicos, han alejado a muchos votantes laboristas de su partido y algunos podrían recompensar a los liberaldemócratas por haber sido los únicos que se opusieron a la invasión anglo-norteamericana de Irak.

Otros votantes del sector más liberal del partido de Gordon Brown no ocultan su irritación por el continuo recorte de las libertades civiles y el afán de control del Ejecutivo bajo el pretexto de la guerra antiterrorista y la lucha contra el crimen.

Y hay también quienes desde la izquierda reprochan al Nuevo Laborismo de Tony Blair y Gordon Brown el que aceptase la lógica del libre mercado globalizado y el neoliberalismo económico que heredaron de la primera ministra conservadora Margaret Thatcher.

La excesiva dependencia del sector financiero, potenciada por los laboristas, ha hecho crecer las desigualdades pese a los indudables avances en otros terrenos sociales como educación o sanidad, y llevó al abandono de la industria, lo que profundizó la crisis y contribuyó a aumentar el déficit financiero.

Pero lo más significativo es que el cansancio con un primer ministro que no ha dado al país el giro positivo que muchos esperaban cuando sucedió a su correligionario Blair hace casi tres años, no parezca haberse traducido, a juzgar por los sondeos, en entusiasmo hacia Cameron.

Muchos, que recuerdan los efectos de la destrucción de los servicios públicos bajo Margaret Thatcher, no acaban de fiarse de los "tories" y, sin negar que Cameron ha tratado de centrar a su partido, volviéndolo más sensible a las preocupaciones sociales, no están seguros de que, una vez conquistado el poder, logre imponerse al sector más tradicional y derechista.

Por el momento, laboristas y conservadores y la prensa derechista tratan de asustar a los electores con lo que puede pasar si Clegg se convierte realmente en el árbitro del próximo Gobierno, al apoyar bien sea a los laboristas o a los tories.

Los liberaldemócratas pondrían seguramente un precio a una eventual alianza o apoyo táctico como sería una reforma del sistema electoral, que los perjudica claramente, para hacerlo más representativo, y esto es algo que los "tories" rechazan claramente y que los laboristas aceptan sólo con matices.

Una posibilidad sería que los conservadores, si obtienen, como se espera, más escaños que los laboristas, pero no la mayoría absoluta, decidiesen gobernar en minoría, recibiendo apoyos puntuales de otros partidos, incluidos los regionales.

Es algo que funciona ya en Escocia con el gobierno minoritario del nacionalista Alex Salmond y hay quien cree que también podría funcionar en Westminster.