Madrid, Modem Press

El llanisco Ricardo Duyos Mateo, al que el terremoto y el tsunami de Japón cogieron en la ciudad de Sendai, una de las más castigadas, llegó pasados algunos minutos de las siete de la mañana de ayer a la puerta de la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas. Allí le esperaban, nerviosos, sus padres, Ricardo y Mari Luz, y sus hermanas, Inmaculada y Mari Luz. Por fin, los cinco miembros de esta familia originaria de Nueva de Llanes, aunque con domicilio en Valladolid, podían abrazarse. Ricardo venía de muy lejos, casi desde el mismísimo infierno, en un viaje en el que ha invertido 58 horas y en el que ha vivido una auténtica odisea para recorrer los 13.000 kilómetros que separan España de Sendai.

Ricardo Duyos, un ingeniero químico que lleva dos años en Sendai trabajando para la multinacional americana Araca Incorporated -y nieto del conocido militar y naturalista Ricardo Duyos, ya fallecido-, aseguró que no huye del terremoto ni del tsunami posterior que arrasó la franja litoral de Sendai. «Eso ya pasó y logré salir ileso», dijo. «El peligro nuclear, la radiactividad, es lo que me ha echado de Japón», confesó, «La cosa se está poniendo muy fea», añadió.

No en vano su casa en Sendai apenas dista 80 kilómetros de la central nuclear de Fukushima y sólo 40 de otra de las instalaciones dañadas por el terremoto, la de Onagawa. Y en esas condiciones, «lo mejor era irse de allí y así me lo recomendaron el domingo desde la Embajada española, desde mi propia empresa y hasta mi padre me dijo: "¡Sal de ahí echando leches!"». El problema era cómo hacerlo.

«Era muy difícil salir de Sendai», aseguró. «De hecho yo casi no sé cómo lo hicimos», relató. «Mi amigo Gorka» -un joven estudiante vizcaíno también residente en Sendai con el que ha hecho todo el viaje de regreso-, «un matrimonio francés con su hijo de 6 meses y yo conseguimos que un taxi, lo que no era nada sencillo dado el estado de las carreteras y la restricción de gasolina, nos llevara hasta Yamagata, a 50 kilómetros de Sendai al otro lado de las montañas, y allí, ya más tranquilos, intentamos alquilar un coche, pero fue imposible. Así, logramos que otro taxista nos llevara a Nigata, una auténtica odisea, circulando por carreteras agrietadas, puentes que se cimbreaban... Y una vez en Nigata, cogimos varios trenes y logramos llegar a Osaka, a 900 kilómetros de Sendai. Un trayecto en el que tardamos casi un día. En Osaka, cuyo aeropuerto funciona con aparente normalidad, mucho mejor que el de Tokio, tomamos un avión hasta Pekín y de allí otro hasta Madrid», relató.

El viernes, a las 14.56 hora local, Duyos comenzó a sentir cómo las paredes de la cuarta planta del edificio de su empresa, donde estaba trabajando como cualquier otro día, comenzaban a moverse con fuerza inusitada. «Enseguida, en dos o tres segundos, me di cuenta de que no era un terremoto normal, como los anteriores», dijo. Dos días antes, la misma zona había sufrido otro seísmo de 7,1 grados en la escala Richter sin apenas desperfectos.

El joven llanisco contó que en esos momentos sólo se piensa en protegerse para que no le caigan a uno cosas encima, agarrarse a algo y conservar el equilibrio. «Todo se movía muchísimo», aseguró. Tras el seísmo, «había unos atascos terribles, empezó a nevar, ya había colas en los supermercados. Para entonces un devastador tsunami con olas de diez metros había arrasado ya toda la zona costera de Sendai, incluido el aeropuerto. Yo no lo vi porque estaba a siete u ocho kilómetros de la costa», comentó.

Tanto el joven de Llanes como su amigo Gorka destacaron «la tranquilidad y la disciplina de los japoneses y la aparente normalidad que hay en buena parte del país o, por ejemplo, en el centro de Sendai, con algunos desperfectos y grietas, pero tampoco mucho para la intensidad del terremoto. Está claro que están preparados para los temblores. Lo que sí fue devastador, lo que ha matado a tanta gente, ya que contra eso no se puede hacer nada, fue el tsunami... Y ahora, aunque esperemos que al final no sea tan grave, está el peligro nuclear».

«Espero estar de vuelta en tres semanas y recuperar la vida normal enseguida», aseguró. Eso sí, «el domingo iré a Asturias, visitaré a la familia y estaré en El Molinón para ver el Sporting-Almería. No me lo pierdo por nada del mundo».