Lo sentimos Rick, todavía no llegas a icono cultural a lo Eastwood «alégrame el día». Pero en sentidos diferentes, Santorum y Eastwood han puesto de relieve los límites tanto de la faceta negativa de la política como del enfoque pesimista sobre el futuro de América.

La victoria de Santorum en las primarias republicanas de Minnesota, Missouri y Colorado fue un corte importante para Mitt Romney, el candidato intermitente «inevitable» que ha apoyado su campaña en los ataques vertidos casi por completo. Su principal objetivo ha sido el presidente Obama, pero Romney también ha sido implacable en sus ataques al ex presidente de la Cámara baja Newt Gingrich, quien hay que admitir le proporciona un montón de material con el que trabajar.

Lo que Romney no ha logrado hacer es dar a los electores motivos importantes para que le voten a él. Le falta lo que Richard Nixon (sí, ese Nixon) llamaba «el tirón de un sueño motriz». Y los indicios de mejoría económica están haciendo más problemática la crítica de Romney a la gestión de Obama a cada semana que pasa. En el ínterin, Santorum sigue ganando adeptos a base de mantenerse al margen de la reyerta Romney-Gingrich simplemente.

En cuanto a Eastwood, su anuncio de Chrysler en la Super Bowl llevó a muchos conservadores a revelarse como plañideras incapaces de celebrar los logros de la empresa estadounidense y la legislación pública. Parafraseando la eficaz puñalada de la profesora Jeane Kirkpatrick a los demócratas en 1984, los republicanos culpan siempre primero al Estado. Si el Estado (y que Dios nos coja confesados, si Obama) tuvo algo que ver con la reanimación de la industria automotriz estadounidense, no nos atrevamos a alegrarnos de su recuperación.

No importa que Eastwood hiciera bien en ofrecer su tributo de aprecio a la tenacidad estadounidense. «Parece que por momentos perdimos nuestro corazón», decía Eastwood. «La niebla de las divisiones, la discordia y la culpa dificultan ver lo que hay por delante. Pero después de esas pruebas, todos cerramos filas en torno a lo que era justo y actuamos como uno solo. Porque eso es lo que hacemos. Encontrar el camino en tiempos difíciles, y si no podemos encontrar un camino, entonces inventamos uno».

Esto es un mensaje partidista solamente si una de las formaciones suscribe el papel de defensor de «la división, la discordia y la culpabilidad». Y que Dios le tenga en su gloria, eso es justamente lo que decidió hacer Karl Rove, el asesor electoral de Bush. Se quejaba en Fox News de que el anuncio era «una señal de lo que sucede cuando se tiene un estilo mafioso de hacer política, y el presidente de los Estados Unidos y sus acólitos políticos, en esencia, utilizan el dinero de nuestros impuestos para comprar publicidad corporativa y la receptividad de una dirección que se ha beneficiado de recibir un buen puñado de nuestro dinero que nunca va a devolver».

Dejemos aparte que la mayoría del dinero del rescate de Chrysler ya ha sido devuelto, y que el préstamo inicial a Chrysler fuera avanzado por la Administración Bush para la que en tiempos trabajaba Rove. La intuición política de Rove, normalmente aguda, en esto le falló. ¿Por qué no celebrar el retorno del automóvil estadounidense como victoria norteamericana y pasar página?

Eso es lo que hizo el colega de Rove en la Fox Bill O'Reilly, aduciendo que Eastwood «trataba de que los americanos dijeran "hemos vuelto, nos vamos a recuperar, hemos superado malos tiempos, vamos a salir igual que hemos hecho antes"». No es mi costumbre convenir con O'Reilly, pero es estupendo por su parte reconocer que a lo mejor las cosas en América mejoran, o por lo menos que acaba una larga y oscura noche. No hay que votar a Obama para sentirse optimista.

Franklin Roosevelt, Ronald Reagan y Bill Clinton todos entendieron que los estadounidenses prefieren la esperanza y el optimismo antes que pesimistas declaraciones de catástrofes inminentes. ¿Por qué iban Romney y tantos de su formación a querer estar con los catastrofistas?

El problema de Romney es que está atrapado en un ciclo del que no parece salir. Las victorias de Santorum reflejan los actuales problemas de Romney con el ala derecha del Partido Republicano. La solución de Romney consiste en intentar ganarse voluntades conservadoras a base de criticar con virulencia a Obama de forma cada vez más enérgica. Su discurso tras la derrota lo abrió por eso con una letanía de los fracasos del presidente. Romney sólo estuvo más esperanzador hacia el final de la intervención al invocar a su padre, el ex gobernador de Michigan, que, en realidad, fue un caballero de admirar.

Pero Romney no puede movilizar la esperanza a través de su padre. Ha de ofrecerla él. Pero su estrategia parece necesitar una constante apuesta por el pesimismo visceral.

Clint Eastwood tiene mejores ideas, y también las tuvo Reagan. Romney no debería desear asociarse a los ataques contra Obama, tan revendidos y despreciables que está empezando a conjurar los recuerdos de Reagan cuando afirmaba: «Allá vamos otra vez».