Londres, Patricia SOUZA

El Reino Unido se preguntaba ayer por el futuro de la llamada «relación especial» con EE UU ante la inminencia de una intervención norteamericana en Siria sin el apoyo de su más tradicional aliado. Dos días después del inesperado rechazo de los Comunes a una participación británica en el ataque a Siria, el Gobierno británico insiste en defender que la relación con EE UU seguirá intacta pero que son muchas las incertidumbres, las preguntas y hasta las chanzas. Se trata de la primera vez desde 1782 que un «premier» británico ve rechazada en el Parlamento una petición de actuar militarmente.

«La relación especial murió el jueves 29 de agosto en su domicilio a causa de una enfermedad repentina, a la edad de 67 años», y será enterrada «en la Embajada de Francia», reza una esquela que publicaba ayer en primera página el diario sensacionalista «The Sun». La polémica está presente en medios de comunicación y redes sociales, y domina el debate político en el Reino Unido, con un Gobierno conservador a la defensiva y una oposición laborista que marca distancias con EE UU.

El «premier», David Cameron, habló el viernes por la noche por teléfono con el presidente Obama, para asegurarle que seguirá buscando una respuesta «contundente» a Siria en los foros internacionales, pese a renunciar a la vía militar. El presidente Obama destacó «la fortaleza, duración y profundidad de la relación especial entre nuestros dos países», dijo una portavoz de Downing Street.

Pero, mientras tanto, el secretario de Estado de EE UU, John Kerry, gratificaba desde Washington a Francia, que sigue dispuesta a batirse el cobre, con el tratamiento de «nuestro más antiguo aliado», mientras se abstenía de citar ni una sola vez a un Reino Unido que aún digiere las consecuencias del voto de los Comunes.

El ministro británico de Defensa, Philip Hammond, admitió que se va a generar «alguna tensión» entre Londres y Washington, mientras que Paddy Ashdown, ex líder del Partido Liberal Demócrata (socio del Gobierno de coalición), aseguraba que «aminora enormemente» el papel británico en el mundo. Los laboristas, conscientes de las cicatrices de la impopular guerra de Irak, defendieron que ha llegado la hora de que el Reino Unido actúe según su propia agenda y no según la de EE UU.