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El viaje que no hizo el pequeño Aylan

Estaciones del vía crucis de las decenas de miles de desplazados que surcan el territorio de una UE enfrentada de nuevo a su incapacidad para actuar con agilidad

El padre de Aylan, ayer, tras identificar a su hijo en la morgue. REUTERS

Aylan Kurdi, el pequeño sirio de tres años devuelto el miércoles por el mar a una playa de la turca Bodrum, vio truncado en sus inicios un viaje del que apenas era consciente. Aylan venía con su familia de Kobane, localidad kurda del norte de Siria envuelta desde hace año y medio en duras luchas con los yihadistas del Estado Islámico (EI). Como él, cuatro millones de sirios han abandonado sus hogares huyendo de la guerra civil que consume al país desde hace más de cuatro años. En torno a 1,8 millones se han dirigido a Turquía, 650.000 han emigrado a Jordania y 1,2 millones han arribado a Líbano, donde representan el equivalente al 28% de la población.

Este flujo de huidas se ha acentuado -no sólo en Siria, también en Irak- allí donde es más intensa la amenaza del EI, al igual que se ha reforzado el éxodo afgano ante el recrudecimiento de la guerra en los últimos meses. También es el miedo a los yihadistas del Sahel o de Nigeria, a los rigores de la dictadura eritrea o a las continuas conmociones de Sudán del Sur el que guía los pasos de los miles de africanos que se dirigen a Libia. En el antiguo feudo del coronel Gadafi, el colapso del Estado ha convertido la costa en terreno abonado para traficantes de hombres. Este cúmulo de circunstancias explica que en lo que va de 2015 unas 350.000 personas -un 60% más que en todo 2014- hayan llegado a las costas mediterráneas de la UE. De ellos, 235.000 lo han hecho a Grecia, desde Turquía, y unos 115.000 a Italia, desde Libia. Esta travesía es la más peligrosa y se ha cobrado el 90% de las 2.700 vidas de refugiados que se han tragado las aguas en ocho meses.

Aylan y sus compañeros de viaje intentaron salir de Turquía por su cuenta tras ser estafados dos veces por mafiosos a los que hay que pagar de 1.000 a 1.500 euros por una navegación de unos minutos hasta la isla de Kos. No consta a día de hoy que el Gobierno turco ponga trabas a estas salidas, que aligeran la presión inmigratoria que sufre el país y permiten a su líder, el islamista Erdogan, mostrar en crudo a la UE el favor que -sin aparente recompensa de una Bruselas a la que Ankara lleva décadas cortejando- le está haciendo desde 2011 en su papel de tampón frente a la hemorragia.

Si el viaje de Aylan no se hubiera interrumpido antes de empezar, el pequeño habría seguido el curso de las decenas de miles de personas que, desde el Egeo hasta el canal de La Mancha, surcan hoy las tierras de Europa en busca de un asentamiento seguro. Para empezar, habría llegado a territorio griego, pero lo habría hecho a una isla de 30.000 habitantes con escasa capacidad para soportar unas mil arribadas diarias. Esta circunstancia habría obligado al Gobierno heleno a subirlo a uno de los ferries que fleta para transportar a los refugiados hasta Atenas. Allí, Aylan habría iniciado su peregrinaje continental, probablemente rumbo a Alemania. Los maliciosos precisan que su viaje habría sido impulsado por unos gobernantes a los que está lejos de abrumar el envío que le hacen a Merkel.

Con o sin malicia, Aylan habría llegado en autobús hasta la frontera de Macedonia. En ese lugar, las autoridades habrían mirado al cielo mientras los refugiados se subían a un tren, ya conocido como "Syrian Express", que los depositaría en la frontera de Serbia. Las autoridades serbias también escrutarían las nubes mientras Aylan y los demás refugiados -una peregrinación que suma 3.000 nuevos efectivos cada día- habrían seguido, en autobús o a pie, el trazado de la principal vía férrea que conduce a la frontera con Hungría.

Aunque Grecia está integrada en el espacio comunitario de libre circulación conocido como "espacio Schengen", sus fronteras terrestres dan a Albania y Macedonia, países extracomunitarios, y a Bulgaria, miembro de la UE que aún no ha ingresado en Schengen. Por eso, la frontera húngara es la real puerta de entrada a la UE.

En Hungría gobierna el polémico derechista Orbán, cuyos modos autoritarios le han enfrentado varias veces a las autoridades comunitarias. De momento, Orbán juega con dos barajas, aunque dentro de unos días promulgará una ley que prevé cárcel para los errabundos. Por un lado, cierra con espino y cuchillas su frontera con Serbia y por otro deja un paso de ferrocarril abierto. Aylan habría seguido esa vía férrea para adentrarse en territorio húngaro, donde probablemente habría quedado atrapado en la ratonera de Keleti, la principal estación de tren de Budapest y origen de las líneas que enlazan Hungría con Austria y Alemania.

Si la familia de Aylan estuviera viajando con suficiente dinero tendría alguna posibilidad de salir rodando de Budapest. Por 500 euros llegaría en taxi a Austria. Por 800, el trayecto iría hasta Baviera. Por cantidades mayores habría podido contratar servicios mafiosos, aun a riesgo de perder por segunda vez la vida, ahora en el interior de una furgoneta o un camión herméticamente sellado para evitar a los hacinados la tentación de abrir una ventanilla o una portezuela.

Lo más probable es que la familia de Aylan hubiera sido registrada como demandante de asilo a su llegada a Hungría, lo cual debería obligar a Alemania a devolverla al país magiar, ya que la legislación comunitaria establece que el asilo se otorga en el país donde se solicita. Es probable también que, alertada por las redes sociales de ese peligro, la familia de Aylan, que habría hecho su viaje enganchada a un teléfono móvil, hubiera conseguido burlar a las autoridades húngaras y solicitar el asilo al llegar a Austria o Alemania. En cualquier caso, a él, como sirio, no le afectaría la legislación comunitaria, pues Merkel se ha comprometido a dar asilo a cuantos sirios lleguen a su territorio. De modo, que el viaje de Aylan habría terminado en el corazón económico de la UE, cuyas autoridades manejan unas previsiones de acogida, solo para 2015, de 800.000 personas, el 1% de la población alemana.

Todo lo anterior, con representar un serio desafío para la primera potencia económica europea y cuarta mundial, no es, según los observadores más pesimistas, sino el comienzo del que puede convertirse en el reto más fuerte para Europa desde la II Guerra Mundial. Una Europa a la que su situación geográfica y su prosperidad han convertido en tierra de promisión para millones de personas que sufren las consecuencias de políticas en las que ella, que quemó sus últimos cartuchos de poder global en la II Guerra Mundial, sólo desempeña el papel de comparsa de los verdaderos actores.

Empezando por unos EE UU que, protegidos por dos océanos, no recibirán ni una salpicadura asiática o africana por su papel de gendarmes mundiales. Mientras, la comparsa Europa vuelve a demostrar en esta crisis, como en otras anteriores, una lentitud e inoperancia que la colocan ante el espejo de su propia impotencia. Que, más allá de la actual avalancha de refugiados, es el auténtico problema con el que sigue teniendo que lidiar una mastodóntica Unión Europea que, sin ir más lejos, convocó el pasado 30 de agosto una reunión "de urgencia" sobre esta crisis migratoria para el próxima día 14.

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