La impasibilidad con la que actúan los yihadistas ha sido destacada tanto en los recientes atentados de París como en el ataque de enero a la redacción del semanario satírico "Charlie Hebdo". Una frialdad que se achaca a su experiencia en el combate, pero que, al parecer, tiene una causa añadida que lleva por nombre Captagon, un estimulante conocido en los últimos tiempos como "la droga de la yihad".

De hecho, la autopsia del terrorista que a finales de junio pasado mató a 38 personas en la playa de Susa (Túnez) revela que había consumido Captagon. Muy codiciado por algunos profesionales españoles de la mala vida en los años de la Transición, el Captagon hace desaparecer el miedo, el hambre y el cansancio, a la vez que aumenta la concentración, acelera el pensamiento y los reflejos, y desencadena un estado de euforia traducido en un aumento de la confianza en sí mismo. La consecuencia es esa pasmosa calma que desprenden los yihadistas al perpetrar sus crímenes.

En realidad, Captagon es el nombre comercial de un psicoestimulante, también comercializado como Biocapton y Fitton, cuyo nombre científico es fenitilina. La fenitilina es una combinación de dos estimulantes del sistema nervioso central, la anfetamina y la teofilina. Esta última pertenece a la familia de la cafeína y se encuentra de modo natural en el té verde, el té negro y la yerba mate.

Las informaciones más difundidas aseguran que la fenitilina fue sintetizada por primera vez en 1961y que lo hizo una empresa alemana, aunque ciertas fuentes sostienen que algunos estudiantes ya recurrían a sus efectos estimulantes a principios de la década de 1950. Durante al menos 25 años se empleó en terapias contra la hiperactividad por déficit de atención como una alternativa eficaz a las anfetaminas, frente a las que tiene la ventaja de no elevar la atención. Parece paradójico que un estimulante controle a un hiperactivo, pero no lo es. Al incrementarse la concentración, se disminuye el déficit de atención y, en consecuencia, se genera calma en el paciente. Como dato curioso, su uso parece haber estado muy extendido en el fútbol profesional en la década de 1980.

La fenitilina fue declarada ilegal en numerosos países en 1986, pese a lo cual su consumo recreativo sigue siendo muy popular en los países árabes, en particular en el golfo Pérsico, donde además circulan diferentes tipos de píldoras -a todas ellas se las suele llamar "captagones"- adulteradas con cafeína y otros derivados de las anfetaminas fáciles de producir. A menudo, se usan pastillas procedentes de China que se mezclan con otras sustancias para potenciar su efecto estimulante.

Como ejemplo del predicamento de los "captagones" entre los árabes baste decir que, sólo en Arabia Saudí, se intervinieron en 2013 unos 50 millones de comprimidos. El pasado octubre, las autoridades sanitarias saudíes informaron de que el 40% de los consumidores de drogas situados en la franja de edad entre 12 y 22 años son adictos a la fenitilina.

Los "captagones" son baratos y fáciles de producir, por lo que se fabrican localmente en los propios países árabes. Libia y Líbano fueron los principales productores hasta 2011. No es de extrañar, porque Líbano, país especialmente tolerante por su mezcla de culturas y religiones, es tanto un torbellino de tráficos de drogas como el lugar de recreo favorito de los potentados árabes, a quienes ofrece una mezcla irresistible de alcohol, drogas y prostitutas.

Desde 2011, el principal centro de producción es Siria, tanto por la proliferación de grupos yihadistas en su territorio como por haberse convertido, al diluirse la autoridad estatal, en una etapa clave de las rutas de tráfico de drogas que van de Europa al Golfo. En Siria, los yihadistas fabrican sus propias píldoras, destinadas tanto a sus combatientes como a ser vendidas a cambio de armas o dinero. Fabricar una pastilla sólo cuesta unos céntimos y, sin embargo, se vende hasta a quince euros en Arabia Saudí y otras petromonarquías del Golfo.

Un gran negocio al que no son ajenos los propios jeques petroleros. El pasado 26 de octubre, el príncipe saudí Abdel Mohsen Ibn Walid Ibn Abdelaziz, que se dirigía a Riad en su jet privado, fue detenido en el aeropuerto de Beirut en posesión de dos toneladas de Captagon. Paradójicamente, en Arabia Saudí el consumo de drogas se castiga con penas de prisión, flagelación pública o deportación, y el tráfico conlleva la pena de muerte por decapitación.