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¿Y ahora qué?

Las consecuencias de una decisión que impulsa a las fuerzas centrífugas de Europa

¿Y ahora qué?

Sí, ¿y ahora qué? Se obligará a los británicos a votar de nuevo hasta que el resultado sea el que apetece a Bruselas? ¿No se ha hecho antes en otras partes?

Todo ha sido un puro disparate. Un disparate que costará a todos caro. A los británicos, en primer lugar, porque va a fomentar el independentismo no sólo de escoceses, sino también de otras regiones.

A la Unión Europea también porque va a alimentar las fuerzas centrífugas en el continente: lo estamos viendo ya con la reacción de muchos populistas reclamando también referendos sobre la UE en sus países.

Un desastre para todos esos británicos, muchos de ellos jubilados, que viven fuera y que han visto recortado de la noche a la mañana el poder adquisitivo de sus pensiones por la fuerte caída de la libra y que perderán de paso los derechos que tienen ahora como ciudadanos de la UE.

El gran magnate de la prensa británica, el australiano Rupert Murdoch, puede estar satisfecho. El hombre que cuando le preguntaron en cierta ocasión por qué estaba tan ferozmente opuesto a la UE dio una respuesta que no dejaba ninguna duda. "Es muy sencillo -explicó-, cuando voy a Downing Street (la residencia del primer ministro británico) hacen lo que yo digo, pero cuando voy a Bruselas nadie me hace caso".

Y es cierto que los primeros ministros británicos, ya fuesen conservadores o laboristas como Tony Blair, han hecho siempre lo imposible con tal de satisfacer al australiano.

Se dice, con todo, que Murdoch dio vía libre al director del periódico más serio de su grupo, "The times", y que ése optó por una información equilibrada al punto de publicar un editorial en el que daba una serie de razones para la permanencia en la UE.

Pero otro de sus periódicos, "The sun", el más leído del país, ha hecho una campaña salvaje a favor del Brexit explotando los más bajos instintos de los lectores con titulares como éste: "Tenemos que liberarnos de la dictatorial Bruselas".

Ese y otros tabloides populares consiguieron convencer a sus lectores, la mayoría de las clases trabajadoras, de que el origen de todos sus males estaba en Bruselas.

Era el perfecto chivo expiatorio de todas sus miserias: la carestía de la vivienda, la inseguridad en el trabajo, la inmigración que no cesa y que hace que bajen sus salarios y empeoren los servicios públicos, la brecha creciente entre ricos y pobres.

El referéndum en torno al Brexit ha sido, como señala la escritora escocesa Alison Louise Kennedy, "obra de un partido de gobierno en crisis, que ha reaccionado con una mezcla de pánico y oportunismo a una extrema derecha pequeña pero muy ladradora". Y así tenemos a alguien como el ex presidente de los tories Ian Duncan Smith, "que como ministro de Asuntos Sociales de David Cameron crucificó a pobres y minusválidos, transformado en portavoz de la campaña del Brexit, presumiendo de integridad moral y culpando a la UE de las crueldades que él mismo cometió".

Y no deja de ser un escarnio que presuma ahora de decencia la clase dirigente de un país al que el periodista y escritor italiano Roberto Saviano califica como "el más corrupto del mundo" por su papel de primera línea en la ocultación de las riquezas de toda suerte de cleptócratas.

El resultado del referéndum británico es en cualquier caso un fuerte aviso a Bruselas: un aviso de que las cosas no pueden seguir como hasta ahora, de que no se puede seguir gobernando contra los ciudadanos, recortando servicios y derechos, y supeditándolo todo a los intereses del gran capital y los mercados.

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