Las elecciones presidenciales de ayer en Estados Unidos han sido, sin duda, las más escrutadas de la historia. No en vano se decidía en ellas si se sentaba por primera vez en el Despacho Oval una mujer o si, por el contrario, era un hombre sin la menor experiencia política quien recogía la sucesión de Barack Obama.

El próximo 20 de enero se iniciará un mandato presidencial que, tras los ocho agitados años de Obama, promete ser cualquier cosa menos un remanso de paz. Ni el más iluso de los observadores espera que los comicios pongan fin a la crispación destilada por la campaña electoral más áspera que se recuerda. EE UU estaba partido en dos antes de las elecciones y así seguirá durante años, de modo que la primera tarea de la nueva Presidencia será tender puentes bipartidistas para tratar de colmar la brecha entre unos republicanos tirados al monte y unos demócratas desgastados por los dos mandatos de Obama.

En política interior, la agenda está encabezada por tres asuntos: el refuerzo de la recuperación económica, la reforma migratoria y el futuro de la reforma sanitaria. Con el paro por debajo del cinco por ciento, el reto es asegurar que se pilote bien el paso a un nuevo ciclo que estará marcado, con toda probabilidad, por un progresiva subida de los tipos de interés. En cuanto a los 11,5 millones de inmigrantes condenados a la clandestinidad, ha llegado el momento de resolver una situación a la que ni Bush ni Obama han podido poner fin. La aplicación de la reforma sanitaria, por último, ha demostrado serios problemas que requieren una delicada negociación con las aseguradoras, más allá de las proclamas de campaña.

En el exterior, la primera prioridad es la guerra civil siria, con todos sus tentáculos: Estado Islámico, terrorismo yihadista, oleadas de refugiados, papel de Rusia en Oriente Medio, choque por terceros interpuestos entre las petromonarquías suníes y el Irán chiíta. Las relaciones de EE UU con sus tradicionales aliados en Europa y Asia -con Rusia, China y Corea del Norte como telón de fondo- también requieren una reformulación que difícilmente podrá hacerse con el "que se paguen su Defensa" lanzado por Trump en los mítines. Al igual que no será tan fácil gestionar el patio trasero -Cuba, pero muy en particular Venezuela- sin unas buenas dosis de mano izquierda.