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La difícil hora del relevo

La limitación de mandatos aprobada por Raúl sitúa en 2018 la renovación en la cúpula del país | La posibilidad de una apertura política favorecida por Obama, por remota que fuese, se trunca con la llegada de Trump

La difícil hora del relevo

La muerte de Fidel Castro no alterará en lo sustancial el régimen cubano, pero con su fallecimiento, unido a los 85 años que ya ha cumplido su hermano Raúl -en quien delegó el poder, por fases, entre 2006 y 2011-, es hora de pensar en el relevo. Máxime cuando el actual presidente del país no podrá seguir en el cargo después de 2018.

Lo decidió él mismo cuando asumió completamente las riendas del sistema para "rejuvenecer" el régimen y abrirlo a las nuevas generaciones: dos mandatos consecutivos, es decir, diez años, y después otro.

La reforma, sin precedentes en la política de la isla caribeña, afecta a todos los cargos políticos, sin excluir a la máxima autoridad, y es una de las medidas de "actualización" del socialismo cubano decretadas por Raúl Castro, junto con la apertura, bien que controlada férreamente, a la iniciativa privada, las "microempresas" y el "cuentapropismo", un tímido ingreso en la economía capitalista cuyos resultados habrá que seguir muy de cerca.

Así las cosas, cuando dentro de dos años tenga que dejar el poder, víctima de su propia medida, Raúl deberá dejar atada y bien atada la sucesión. Él fue reelegido para el cargo en 2013, pero lo más destacado de esa elección no fue el nombre del presidente, sino el del primer vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, a quien muchos analistas y especialistas en el opaco régimen castrista ven rigiendo los destinos de la isla caribeña después de 2018.

Se trata del primero de una serie de altos dirigentes cubanos, nacidos después del triunfo de la Revolución, que están llamados a relevar a la gerontocracia de los Castro. Y no es el único nombre: bien situado en la carrera sucesoria se encuentra también otro vicepresidente, Marino Murillo, precisamente el hombre a quien Raúl Castro confió la tarea de abrir la isla a la iniciativa privada.

El ascenso de los Díaz-Canel y Murillo fue un notorio síntoma de renovación, sobre todo teniendo en cuenta que en su primer mandato, Raúl -más práctico que su hermano y quizá también menos fanático- se deshizo de algunas figuras que los "expertos" en el régimen -en el caso de Cuba y otras dictaduras impenetrables son precisas siempre las comillas- habían señalado hasta entonces como aspirantes a copar el máximo poder en la isla; así, por ejemplo, el vicepresidente Carlos Lage y el ministro de Exteriores Felipe Pérez Roque.

Todo ello ocurre, además, en el contexto del proceso de normalización de relaciones puesto en marcha por el resuelto Raúl y el presidente saliente de EE UU, Barack Obama, en diciembre de 2014. No es poca cosa que ese proceso haya permitido reabrir las respectivas embajadas, pero la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca puede acabar con él de un plumazo.

Así, al menos, lo ha prometido el magnate neoyorquino, que ayer no se privó de calificar al difunto de "dictador brutal" y avanzó que, en su mandato, que empieza el próximo 21 de enero, hará "todo lo posible para asegurar que el pueblo cubano pueda iniciar finalmente su camino hacia la prosperidad y libertad".

Todavía más contundente fue quien será su vicepresidente desde esa misma fecha, Mike Pence. El político ultraconservador llamó "tirano" al fallecido, celebró su muerte y vaticinó: "Una nueva esperanza amanece". "Defenderemos con el oprimido pueblo cubano una Cuba libre y democrática. ¡Viva Cuba Libre!", declaró, en español, para cerrar su tuit.

La sustitución de Obama por Trump deja fuera de la órbita de lo probable la posibilidad de que la tímida apertura económica de Raúl se traduzca, con su relevo por dirigentes como Díaz-Canel, en otra política. Bien la contrario, con el refuerzo del embargo y la reversión del proceso de normalización de relaciones, el castrismo no hará sino encastillarse más.

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