Donald Trump juró ayer como el 45º. presidente de Estados Unidos, pero a juzgar por su discurso, uno de los más cortos que se recuerdan, todavía sigue en campaña. Le bastaron 1.433 palabras -la mitad menos de las que, de media, suelen emplear los mandatarios electos del país en sus alocuciones inaugurales- para insistir en las ideas que expuso en su turbulenta contienda electoral con Hillary Clinton. Ideas que pueden reducirse a dos, ambas epítomes de la era de aislacionismo y populismo que abre su toma de posesión: "Primero EE UU" y "devolución del poder al pueblo".

La ceremonia de celebración de la democracia que había empezado en el Capitolio de Washington con la toma de juramento al vicepresidente, Mike Pence, y después al propio Trump, por dos jueces del Tribunal Supremo, se convirtió en un acto netamente partidista en cuanto el magnate se arrancó a hablar.

No obstante, empezó suave, pidiendo "unidad" y "un esfuerzo nacional" para "reconstruir el país", y agradeciendo al presidente saliente, Barack Obama, y a su esposa, Michelle, su colaboración durante el proceso de transición. "Han estado magníficos", les alabó. Pero su alocución viró enseguida hacia la grandilocuencia: "Fijaremos el rumbo de Estados Unidos y del mundo durante muchos años".

Después de esa tímida llamada a la intervención, siquiera sea imperial, en los asuntos del globo, Trump volcó su mirada hacia dentro. "Estamos transfiriendo el poder de Washington al pueblo, es vuestro momento, es vuestra celebración", arengó. Y también: "Lo que importa de verdad no es qué partido controla el Gobierno, sino si el Gobierno está controlado por el pueblo. Este día será recordado como el día en que el pueblo volvió a controlar el Gobierno".

Y dedicó esta perla la clase política de Washington: "No más conversaciones vacías, nada de políticos que no paran de quejarse pero no trabajan para encontrar soluciones".

El nuevo presidente se esforzó en presentar el comienzo de su mandato como una línea divisoria. Todo lo malo, vino a decir, acaba con su llegada a la Casa Blanca. Y con su "juramento de obediencia a todos los estadounidenses" concluye un periodo de "muchos años" en los que EE UU "ha hecho ricos a otros países, mientras la riqueza para los norteamericanos desaparecía del horizonte". "Eso es el pasado", remachó. Y en clave migratoria, otro de los grandes ejes de su programa, se quejó: "Durante años hemos defendido la frontera de otros países mientras declinábamos defender la nuestra".

A partir de ahora, "todas las decisiones que se tomen sobre impuestos, comercio y Asuntos Exteriores serán para beneficiar a los trabajadores estadounidenses", prometió, mientras pedía confianza: "Voy a luchar por vosotros, nunca os decepcionaré", y seguía con una cascada de promesas: "EE UU volverá a ganar, recuperaremos nuestros empleos, nuestras fronteras, nuestra riqueza, nuestros sueños. Construiremos carreteras, puentes, ferrocarriles, túneles". Todo menos el muro con México que ha generado tanta controversia y que no mencionó. ¿Quizá porque horas antes el país azteca había extraditado a EE UU al narcotraficante Joaquín "Chapo" Guzmán?

Mediado su discurso, el nuevo presidente de EE UU resumió su propuesta política en "dos simples reglas": "Compra americano y contrata americano". Fueron palabras, como todas las demás que pronunció, que no estaban dirigidas al conjunto de los estadounidenses, sino a sus votantes; especialmente, a la clase trabajadora blanca de estados que, como Wisconsin, Ohio, Michigan o Illinois, le dieron el triunfo el pasado 8 de noviembre, espoleados por sus mensajes contra la deslocalización de fábricas y otros efectos de la globalización.

Con la americana y el abrigo desabrochados, y el índice y el pulgar de la mano derecha siempre unidos, su gesto más característico, Trump advirtió: "Desde hoy en adelante, Estados Unidos primero ". Y reivindicó el "derecho" de un país "a poner por delante sus propios intereses". No para "imponer a nadie nuestra forma de vida", pero sí para aspirar a servir de "ejemplo".

Con todo, el magnate inmobiliario se comprometió a buscar la "amistad" de otros países. "Reforzaremos viejas alianzas y estableceremos otras nuevas". Y más importante: "Uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo radical islámico, al que erradicaremos completamente de la faz de la Tierra".

Pero "no debe haber miedo" porque "estamos protegidos por nuestras fuerzas armadas y, lo más importante, estaremos protegidos por Dios". Así que "tenemos que pensar a lo grande y soñar aún más a lo grande: en Estados Unidos entendemos que una nación solo está viva mientras sigue esforzándose".

A la finalización del discurso, Trump y su esposa, Melania, se despidieron de los Obama al pie de la escalinata del Capitolio. Un helicóptero trasladó a la pareja presidencial saliente a la base aérea de Andrews, donde celebraron un acto con personal de la Casa Blanca. Allí, Obama tuvo palabras de agradecimiento para sus seguidores, que han demostrado cuál es "el poder de la esperanza". "Sí, se puede. Sí, pudimos", concluyó, retomando y remedando su lema de campaña.

Mientras tanto, Trump firmaba sus primeros decretos presidenciales y legislativos. Así, rubricó la exención aprobada días atrás por el Senado a la ley que prohíbe que un militar retirado hace menos de siete años, caso de James Mattis, pueda dirigir el Departamento de Defensa.

De esta forma, el flamante mandatario allanó el camino para que Mattis, apodado "Perro loco", fuera confirmado como nuevo jefe del Pentágono. Trump bromeó mientras firmaba la exención de Mattis. "Pensé que era la ley sanitaria", en referencia a la reforma de Obama que se ha comprometido a derogar.

Además, el 45º. presidente de EE UU firmó otros documentos relativos a los nombramientos de su equipo presidencial y el decreto por el que hace oficial que, como manda la Constitución de 1787, el de ayer es el Día Nacional del Patriotismo en el país.