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Furor

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Teorías de la conspiración y furor tuitero. Trump siempre se supera a sí mismo. El sábado acusó a Obama (sin pruebas) de pincharle los teléfonos. Ayer dijo que el Congreso debe investigar si eso es cierto. ¿Y si no lo es, qué hacer con un presidente que ha cruzado ya más de una vez, en menos de dos meses, la línea de lo tolerable en la refriega política? Sobre todo, cuando acusa a su predecesor de incurrir en prácticas "macartistas"; él, que tuvo como mentor a Roy Cohn, el brazo derecho del estulto senador anticomunista; él, que se pasó años acusando a Obama de no haber nacido en suelo estadounidense y sentarse en el Despacho Oval sin tener derecho a hacerlo.

Uno quiere creer (mal menor) que Trump lanza estas andanadas azuzado por su estratega jefe, Steve Bannon; es decir, con una estrategia, no con el mero deseo de dañar a sus rivales sin parar mientes en lo que escribe. Sin embargo, cuanto más se sabe del nuevo presidente de EE UU, más se impone la sospecha de que actúa así sin pensárselo dos veces ni consultar con nadie (ni siquiera con un peligroso agitador ultraderechista como el exdirector de "Breitbart News" ).

Y si en su furor no es capaz de calibrar ni la dinamita con que carga los siguientes 140 caracteres, es que hay que temer que tampoco se lo pensará mucho antes de utilizar artillería de verdad para desviar la atención. Sea para tapar las escandalosas conexiones de su administración con el entrometido Kremlin o para ocultar cualquier otro negocio que tenga en mente (siempre tiene uno).

Por un lado, el comportamiento de Trump invita a la mofa y el escarnio porque es un codicioso patán disfrazado de patriota; pero, por el otro, lo que dice y hace (y lo que se intuye que puede terminar haciendo) le convierte en una bomba de relojería conectada a sus oscuras finanzas, el material que los rusos puedan tener contra él o lo que el extremista al que ha alojado en su cerebro le susurre que debe emprenderse para frenar el islamofascismo.

Por eso es de agradecer (otro mal menor) que tenga cerca al laureado general McMaster como consejero de Seguridad Nacional; un militar duro, pero no estúpido, y nada amigo de los rusos, que sabe que las guerras se ganan en el campo de batalla, no en las cervecerías donde se urden los "putsch".

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