Más de un centenar de personas, entre ellos al menos once niños, murieron ayer de madrugada en un bombardeo con supuestas armas químicas -gas cloro y gas sarín- contra la ciudad siria de Jan Sheijún, situada en la provincia de Idleb, en el norte del país, y controlada por los rebeldes del ELS. Unas 400 personas fueron heridas en el ataque a la ciudad, de 75.000 habitantes, muchos desplazados desde la vecina provincia de Hamas. Fuentes sanitarias confirmaron que los heridos presentaban síntomas de asfixia, vómitos, espasmos y algunos echaban espuma por la boca.

De hecho, fotografías y vídeos publicados por activistas muestran duras imágenes de adultos y menores atendidos en centros sanitarios y en la propia calle, donde los equipos de emergencia rociaban con agua a los afectados. Horas después del ataque, la morgue local, donde habían sido trasladadas muchas víctimas mortales, fue bombardeada, al igual que un hospital, que quedó fuera de servicio.

Tanto el régimen de Damasco como sus aliados rusos se desmarcaron de inmediato del ataque y aseguraron que sus esfuerzos se centran en la lucha contra el terrorismo y no en el asesinato de civiles. Moscú se quejó de que grandes agencias internacionales de noticias difundan "falsedades antirrusas". Sin embargo, la sospecha de que el ataque viene de esas filas caló rápidamente en las principales potencias occidentales, que convocaron de urgencia para hoy mismo al Consejo de Seguridad de la ONU.

La acusación más directa llegó de EE UU, Reino Unido -su más íntimo aliado- y Francia. La Casa Blanca hizo responsable al régimen del dictador Asad y aseguró que el ataque se debe a "la debilidad y la falta de resolución" de la administración Obama. En septiembre de 2013, el líder demócrata anunció una campaña de ataques aéreos a Siria, en represalia por el uso de armas químicas contra la población, pero luego la sustituyó por un proceso de desarme sugerido por Rusia.

La primera ministra británica, Theresa May, sostuvo que el bombardeo sería "una nueva evidencia de la barbarie del régimen sirio". El presidente francés, François Hollande, denunció que "la complicidad de sus aliados" (Rusia, a la que no citó) permite a Asad "beneficiarse de una impunidad intolerable". Su Gobierno advirtió después a Moscú, tras una conversación con el Kremlin, que el ataque no quedará impune esta vez. El Ejecutivo alemán pidió a la ONU "una posición clara si se confirma la sospecha" de que el régimen de Damasco, que habría violado los acuerdos que firmó en 2013, es el responsable.