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Urnas decisivas en el país vecino

La hora de la verdad en Francia y en Europa

Macron parte hoy como claro favorito en las presidenciales galas frente a una Le Pen que, pese a fracasar en el debate, rompe todos los techos de la ultraderecha

La hora de la verdad en Francia y en Europa

Llegó la hora de disipar fantasmas en Francia. Casi 47 millones de ciudadanos están llamados hoy a las urnas para dirimir si, al igual que ocurrió en la primera vuelta del 23 de abril, las encuestas llevan razón. Si así fuera, el socioliberal Emmanuel Macron, exministro de Economía del socialista Hollande, se convertirá esta noche en el presidente galo de los próximos cinco años. Y Europa habrá superado su segunda prueba de fuego en el complejo año en el que empezará a negociar el "Brexit". La primera la dejó resuelta el 15 de marzo con la derrota del ultra Wilders en las generales holandesas.

Los últimos sondeos, divulgados anteayer, auguraron un 62% de sufragios a un Macron en ligero ascenso tras su victoria en el debate del miércoles. Sería un respiro para las tradiciones republicanas y un minuto extra para que la debilitada UE busque algún rumbo, ya que el heredero de Hollande era el más europeísta de todos los candidatos. Pero también sería, más que un toque de atención, un atronador aviso: la ultraderechista Le Pen doblará el 17,8% logrado por su padre en 2002. Todo ello en una jornada en la que uno de cada cuatro electores se quedará en casa y en la que la mitad de los votos reflejarán, más que la simpatía por un candidato, el rechazo hacia su rival. Al fin y al cabo, los dos pilares tradicionales de la V República, conservadores y socialistas, cayeron ya en la primera vuelta.

El duro debate televisivo de este miércoles dibujó con nitidez los perfiles de los contendientes. Le Pen, cuyas únicas ideas sólidas derivan de su ultranacionalismo, lleva a flor de piel el odio al inmigrante, en particular si es magrebí, que combina con un casi ancestral rencor hacia Alemania y una implacable sed justiciera contra Bruselas. Una tripleta de animadversiones que, en términos históricos, la iguala con la ultraderecha de los años 30, la misma que acabó colaborando con celo extremo con los nazis tanto a través del régimen títere de Vichy como a sus órdenes directas en la Francia ocupada.

Por algo, en plena campaña, el "rostro amable" del Frente Nacional (FN) tuvo el desliz de negar la responsabilidad del Estado en la razia de judíos que, en 1942, encerró a 13.000 franceses en el Velódromo de Invierno parisino. Aquel velódromo fue su estación de partida hacia un exterminio que el fundador del FN y padre de Marine Le Pen suele calificar de "anécdota" de la II Guerra Mundial.

Ese es el esqueleto sobre el que se construye Le Pen. El resto son tejidos gaseosos que combinan el tradicional paternalismo fascista -siempre agradecido por quienes se sienten muy castigados por la globalización y por las ayudas sociales a los inmigrantes-, la apelación a recuperar la grandeza de Francia cerrándola sobre sí misma -su gran punto de enlace con Trump- y, en el plano económico, un pisto manchego tan contradictorio y endeble que la candidata, a todas luces analfabeta en la materia, provoca más escalofríos que carcajadas cuando intenta exponerlo. De hecho, es muy posible que su incapacidad para explicar cabalmente en el debate su propuesta de someter a Francia a un régimen de doble divisa -francos en el interior, euros para las transacciones exteriores- haya alejado de su redil a cientos de miles de votantes.

En todo caso, lo anterior no es anormal. Es la marca del FN. La anomalía, que delata la grave enfermedad social que aqueja a la quinta potencia mundial, es que, montada en semejante desatino, Le Pen haya llegado a la segunda vuelta. Por suerte para Francia y Europa, el sistema mayoritario a doble vuelta debería reducir a un puñado el número de diputados del FN en las legislativas de junio.

Macron es la doliente respuesta republicana a una bestia parda que, tras 40 años de asedio, se ha colado en el sistema como ala derecha. Una respuesta producto de un doble rebote, originado en las primarias conservadoras y socialistas. Primer rebote: el hundimiento del católico conservador Fillon, ganador por sorpresa de la guerra fratricida entre el expresidente Sarkozy y el ex primer ministro Juppé. Su programa ultraliberal no garantizaba el triunfo en segunda vuelta contra Le Pen, de modo que Fillon cayó, acosado por su imputación en (pequeños) escándalos de corrupción, oportunamente filtrados a la prensa cuando lideraba las encuestas. Su naufragio provocó la retirada del centrista Bayrou (5% en las encuestas), quien sumó sus fuerzas a las de Macron.

Segundo rebote: la fractura causada en los socialistas por la victoria en primarias del candidato del ala izquierda, que se impuso al ex primer ministro Valls. Un Valls que, seguido por todo el ala derecha socialista y bajo la mirada aprobatoria de Hollande, no tardó en unirse a las huestes de Macron.

Macron es y no es una incógnita. Lo es porque estas presidenciales son sus primeras elecciones y porque su carrera política independiente comenzó cuando en agosto de 2016 renunció a la cartera de Economía, que había desempeñado durante dos años con el encargo de impulsar el giro al centro en el que Hollande depositaba las esperanzas de salvar su mandato. Pero no lo es porque, tras dos años como segundo jefe de la fontanería presidencial, su bienio como ministro dejó un balance deslucido y marcado por su muy liberal convencimiento de que la reforma laboral concebida por su colega de Trabajo -rechazada en la calle e impuesta al Parlamento por la autoritaria vía del artículo 49.3- era a todas luces insuficiente. Aunque, por otra parte, lo es de nuevo porque transmitió la impresión de que, a la sombra de Hollande, no se había empleado a fondo y más bien había utilizado su paso por Economía para darse a conocer y anudar con firmeza el tejido de relaciones que, en abril de 2016, le permitió presentar En Marcha, su partido social liberal.

De modo que no es posible afirmar con certeza cuáles serían los modos de un eventual presidente Macron, cuyas funciones excederán con mucho el ámbito económico. En cualquier caso, el debate televisivo del miércoles y la consulta de su tecnocrático programa permiten augurar que su punto de partida, en todos los órdenes de la vida francesa, será una continuidad bañada en mayores dosis de liberalismo y en un intento de estrechar la relación con Alemania para relanzar la UE.

Aunque Macron no emociona a muchos, el fantasma de Le Pen ha arremolinado en torno a él a numerosos líderes internacionales, de Obama a Merkel pasando por Rajoy, y a casi todas las fuerzas políticas francesas. La excepción han sido los izquierdistas de Francia Insumisa, cortejados por Le Pen, cuyo líder, el exsocialista Mélenchon, se ha limitado a recomendar el voto contra la neofascista y a hacer una consulta a las bases que ha arrojado un tercio de apoyos para Macron. El resto opta por el voto en blanco, el voto nulo o la abstención. Aunque, más allá de las bases (200.000), se estima que hasta un 20% de los siete millones de votantes de Mélenchon podría respaldar a Le Pen.

El desenlace de la segunda vuelta se conocerá esta noche. Se abrirá entonces la carrera de la tercera, las legislativas del 11 y el 18 de junio. Apenas hay encuestas sobre ellas pero se da por descontado que los conservadores serán al menos la segunda fuerza y que los socialistas, cuya ala derecha vive un éxodo hacia las filas de En Marcha, se verán jibarizados. Eso convertiría al partido de Macron en la primera fuerza política e implicaría una especie de refundación hacia la derecha de la socialdemocracia francesa. Justo lo contrario de lo que intentan sus homólogos alemanes. De no ser así, y de ganar hoy Macron, se abriría una nueva cohabitación. Justo lo contrario de lo que necesita la UE para doblar el cabo de las tormentas sin encallar.

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