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Viaje al corazón del "Brexit"

Con un 66% de síes, la ciudad de Hull, capital cultural europea 2017, votó a favor de la salida británica de la UE muy por encima de la media

El Museo Marítimo de la localidad inglesa de Hull. DAVID WRIGHT

Incertidumbre. Es la palabra que describe el ánimo de los residentes comunitarios en el Reino Unido. Profesionales cualificados o gente que realiza trabajos que los ingleses ya no quieren hacer. Estamos en Hull, al noreste de Inglaterra, junto al enorme estuario del río Humber, que mezcla sus aguas con las del mar del Norte. El 66% de sus más trescientos mil habitantes votaron dejar la Unión Europea en el referéndum de junio del año pasado. La media del país fue del 51,9 % frente al 48,1% que se manifestó a favor de permanecer en la UE.

Las autoridades locales lucharon con ahínco por el título de capital cultural del Reino Unido para 2017. Pero, a pesar de ese acicate, Hull, uno de los puertos europeos más importantes del siglo XIX, se recupera lentamente de su decadencia comercial y pesquera. Su esplendor, labrado a lo largo de setecientos años, tiene fiel reflejo en la literatura. El 1 de septiembre de 1651, Robinson Crusoe partió del Muelle de la Reina, según Daniel Defoe, autor del famoso libro de aventuras allende los mares. Un monumento recuerda el lugar de salida del héroe de la considerada primera novela inglesa, publicada en 1719. Hoy, gran parte de los muelles ha desaparecido por la pérdida de actividades mineras, balleneras y textiles de Inglaterra. Y esos espacios se han convertido en jardines y zonas peatonales para compras, pubs y restaurantes.

El Museo Marítimo, situado en las antiguas oficinas portuarias, explica muy bien por qué la industria pesquera de Hull perdió su importancia. En los años 70, Islandia emprendió las llamadas guerras del bacalao contra los barcos ingleses. La marina islandesa quería impedir su actividad y cortaba las redes de los pesqueros de Hull. Para el país nórdico fue vital ampliar sus aguas territoriales de doce a doscientas millas. Lo que obligó a establecer cuotas para pescar y pagar por ellas. Sin embargo, los partidarios del "Brexit" creen que la posterior entrada del Reino Unido en la Comunidad Europea fue la principal causa del práctico final de la pesca de altura de Hull.

Pasear ahora por la Marina de esta ciudad ofrece también motivos inexplicables para la eurofobia. Donde antes había barro, diques abandonados y bajeles varados, hoy hay plazas y calles restauradas, pasarelas acristaladas y hasta un anfiteatro. Y vemos carteles con la bandera azul y las estrellas doradas: "Proyecto cofinanciado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional 2007-2013". Mas los eurófobos siempre encuentran argumentos alimentados por el populismo: "Con el dinero que aportamos al presupuesto de la UE, se podrían haber pagado estas obras". Pero el hecho es que solo la política de cohesión de Bruselas, para evitar grandes diferencias entre regiones europeas, es la que impulsó la regeneración del antiguo puerto de Hull.

A lo lejos de la bahía, se divisan torres gigantescas que han traído esperanza a una de las zonas con mayor tasa de paro del Reino Unido. Es la fábrica de hélices para las grandes extensiones de molinos británicos del mar del Norte. Cuando Siemens tomó esta decisión, en 2014, los ciudadanos de Hull respiraron con alivio: la inversión más importante en décadas y, además, en energía sostenible. Sin embargo, los planes de expansión de la empresa alemana se han parado. El incremento de los costes que conllevaría la salida de la UE hace menos atractivas las inversiones extranjeras.

Negociaciones estancadas. Cuando se ha consumido la cuarta parte del tiempo de negociación entre Londres y Bruselas, los asuntos más importantes para definir la futura relación entre las dos partes se encuentran en punto muerto: garantizar los derechos de los ciudadanos procedentes de los 27 países de la UE, así como los de los británicos que residen en el continente. Y la factura del divorcio. Según la Comisión, el Reino Unido debe pagar unos 60.000 millones de euros por sus compromisos plurianuales y la mudanza de organismos con sede en Londres: la Agencia Europea del Medicamento y la Autoridad Bancaria Europea. También, uno de los proyectos culturales más exitosos de la UE, la Joven Orquesta de la Unión Europea, asimismo en la capital británica y formada por músicos de los 28 Estados miembros, ve más frágiles sus puentes con el resto de Europa.

Ante esta cantidad, el ministro británico de Asuntos Exteriores, el eurófobo Boris Johnson, dijo sobre los líderes comunitarios: "They can go whistle" (pueden ir a tomar viento); una frase nada diplomática que explica la incertidumbre que se vive ante unas negociaciones que deberían concluir en marzo de 2019. La pérdida de la mayoría absoluta de la primera ministra conservadora, Theresa May, ha debilitado su gobierno. No se descarta, según fuentes de alto nivel, que los laboristas plantearan la convocatoria de un nuevo referéndum.

Desmantelar 44 años de pertenencia al mismo club, romper lazos de confianza, revisar ochenta mil páginas de acuerdos comunitarios y desconectarse jurídicamente de las veinte mil directivas europeas es una tarea titánica que podría resultar poco rentable. Que se lo pregunten, por ejemplo, a los 700.000 británicos que han elegido España para su jubilación, y perderían su acceso a la sanidad pública.

El premiado diario "The Guardian" se preguntaba en abril si los ciudadanos de Hull no se arrepentirían de haber votado mayoritariamente a favor del "Brexit". Quizás les llegue una segunda oportunidad, como la brisa que procede del Viejo Continente con inversiones millonarias, que ahora peligran.

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