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Putin teje su trama en Oriente Medio

Implicaciones en el mapa de las alianzas geopolíticas y en los mercados de petróleo de la primera visita de un rey de Arabia Saudí a Moscú

La crisis catalana dejó la semana pasada en sombras un importante movimiento geopolítico, la aproximación de Rusia y Arabia, materializada el jueves, día 5, en la primera visita de un monarca saudí al Kremlin. La visita se acompañó de la celebración en Moscú de un foro empresarial que reunió a 200 empresas de ambos países y se saldó con importantes acuerdos en los ámbitos de la energía y el armamento.

Todo indica que Moscú, máximo adversario global de EE UU, y Riad, tradicional aliado de Washington, quieren dejar atrás la larga era de desencuentros heredada de los tiempos en los que la URSS era el principal impulsor de los regímenes árabes laicos y "socialistas" que tenían entre sus mayores enemigos a las petromonarquías del Golfo. En los últimos años, pese al reestablecimiento en 1991 de las relaciones diplomáticas, a raíz de la extinción de la URSS, el enfrentamiento se venía plasmando en la denuncia rusa de los saudíes como primeros financiadores del terrorismo islámico, y en particular del que más duele en el Kremlin, el checheno. Riad veía en Rusia, por su parte, al mayor valedor del Irán chií, el máximo rival en el tablero medioriental de la Arabia Saudí que ejerce de faro del sunismo y custodio de los santos lugares del islam.

Los frentes abiertos entre ambas potencias son numerosos y los encabezan el petróleo y Siria. Mientras Arabia es la cabeza visible de los países agrupados en la OPEP, la Rusia de castigada economía es el más relevante de los productores que exportan por libre. Sin embargo, la elevada volatilidad reinante en el mercado del crudo impuso en enero la necesidad de unir esfuerzos para estabilizarlo mediante recortes de producción que impulsaron los precios al alza. La coincidencia de puntos de vista se renovó en septiembre con una declaración conjunta, impensable hace solo dos o tres años, y con la creación de una comisión bilateral para seguir el mercado. En la práctica, pues, Rusia y Arabia están ejerciendo ya un liderazgo compartido del mercado de las exportaciones de petróleo.

En Siria, el avispero que se ha convertido en el nodo central de toda la red de rivalidades que recorre Oriente Medio, Moscú y Riad han venido apoyando a bandos rivales desde el inicio de la guerra civil en 2011. Mientras Moscú ha sido, junto a Irán, el principal aliado de la dictadura de Bachar al Assad, Arabia Saudí ha funcionado como el más decidido financiador de varias facciones rebeldes. Ahora bien, la abierta intervención militar de Moscú en el conflicto en septiembre de 2015 ha inclinado la balanza hacia el campo gubernamental con tal claridad que, ahora mismo, se da por cierto que la guerra es una hoguera en vías de extinción, aunque todavía no sea posible determinar cuánto tiempo de vida le quedan a sus rescoldos. De modo, que, por primera vez, el rey saudí no exigió en Moscú el apartamiento de Assad como condición para la paz. A la vez, Putin elogió los esfuerzos saudíes para que avancen las negociaciones de Ginebra.

Más allá de los espacios concretos de fricción, la aproximación de rusos y saudíes pone de manifiesto dos cuestiones esenciales. En primer lugar, que pese a todos los intentos por anclar a EE UU en Oriente Medio, el paulatino abandono de la región iniciado en los años de Obama se consolida. Aunque Irán sigue estando presente en las invectivas diarias de Trump, quien insiste en la necesidad de renegociar el acuerdo nuclear de 2015, un somero recuento de sus tuits incendiarios hacia Corea del Norte revela que la batalla de fondo de EE UU se libra ya plenamente en el espacio geopolítico que rodea a China.

Washington está, pues, dejando en Oriente Medio vacíos crecientes que Rusia, hoy por hoy el más poderoso aliado táctico de China, intenta ocupar tanto por razones globales como de estricta vecindad geográfica. Y en ese punto juegan un papel clave las mutaciones políticas que vive Arabia Saudí desde el acceso al trono del rey Salman en 2015. El monarca está empeñado en diversificar sus fuentes de financiación y sus alianzas para reforzar su liderazgo en un orbe islámico en el que, además del enemigo iraní, lidia ahora con la irrupción de la Turquía de Erdogan. Molesto, además, por el escaso apoyo de Trump en la guerra que libra en Yemen, Salman es una de las piezas que mejor encaja en el rompecabezas que intenta armar Putin. Al fin y al cabo, el presidente ruso, dotado de la mejor máquina diplomática que conoce el planeta, sabe que la paciencia y el movimiento continuo son esenciales en un mundo en el que, como le gusta decir a menudo, "todo puede cambiar".

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