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Centroáfrica se desangra

La guerra entre los radicales islámicos "Seleka" y sus contrarios, los "Antibalaka", convierte a la República Centroafricana en un país fantasma

Centroáfrica se desangra

Nos referimos a la República Centroafricana. Y detrás de un título que podría parecer efectista, se encuentra el testimonio desgarrador del joven obispo auxiliar de Bangassou, Jesús Ruiz Molina, amigo nuestro, que describía la situación de Chad, también desoladora, en una de las últimas "Semanas solidarias" de Mieres.

Esta república no sale en los periódicos y para la mayoría de la gente es completamente desconocida. Está situada en el centro del continente, no tiene salida al Atlántico y limita con los estados de Chad, Sudán, Sudán del Sur, República del Congo y Camerún. Sobrepasa los 600.000 kilómetros cuadrados y tiene una población aproximada de 4 millones y medio de habitantes. Dos grandes ríos, el Ubangi y el Chari, son poderosas y ricas arterias que la unen al Congo y Chad. Tiene productos naturales de gran valor: uranio, petróleo, oro y diamantes, así como madera y muchas posibilidades energéticas. Con todo, es el país más pobre de la tierra. Sus habitantes no alcanzan los cincuenta años de esperanza de vida. Francia, la antigua metrópoli, se fue alejando progresivamente de la vieja colonia africana y el presidente del nuevo estado, Bozizé, miró hacia China y África del sur para ofrecerles tierras y la riqueza de su privilegiado subsuelo.

En 2012 se produce una especie de rebelión de impronta islámica, la "Seleka" (alianza), promovida por Qatar y Arabia Saudita, para consolidar los núcleos islámicos del norte del país, que también contaron con el apoyo de importantes contingentes de mercenarios de Chad y de Sudán de la misma afiliación religiosa. El fuerte ejército rebelde, más de 20.000 hombres, emprendió una campaña sin cuartel contra la población indígena no musulmana por todo el territorio, llevando consigo la desolación y la muerte a los núcleos que no fueran musulmanes, y destruyendo toda suerte de estructuras del joven estado, incluida Bangui, la capital. Los que pudieron se exiliaron y, los que no, trataron de encontrar protección en edificios de viejas instituciones públicas -el aeropuerto por ejemplo- y en las iglesias cristianas. Las familias más acomodadas buscaron la salvación en Francia. El ejército nacional, con soldados desmotivados y sin armas, se desintegró y la mayoría de sus integrantes trató de salvarse huyendo o reconvirtiéndose en civiles.

En 2013, el ex presidente Bozizé impulsó otro movimiento similar, "Antibalaka", antiislámico, desde el exilio, que volvió a causar, con la violencia y el terror, ríos de sangre por todas las latitudes de la república. En poco tiempo no quedaron apenas huellas de islamismo, al igual que habían hecho antes los "Selekas" en su marcha desde el norte. Más de un millón de emigrantes salieron de su país buscando acogida en los estados vecinos, alguno de ellos casi tan pobre y desestructurado como el suyo. "Así llevamos ya cinco años viviendo en un país fantasma: sin ejército, ni policía, ni jueces, ni funcionarios públicos", dice Ruiz Molina.

La situación caótica de República Centroafricana, producida por esos dos grupos beligerantes, no era un golpe de estado como otros africanos, sino algo mucho más grave y profundo que comenzaba a preocupar seriamente a Occidente. Francia mandó, en el 2013 ya, 2.000 soldados; Europa, EUROFOR, otro número semejante; España, 130, y la Unión Africana, un contingente mucho mayor, unos 12.000, que cambiaron enseguida la boina y su escaso salario por los de los cascos azules de la ONU. Estas fuerzas tratan de suplir las estructuras propias de una institución política que merezca de nuevo el nombre de estado, pero se mueven con excesiva lentitud y sin arriesgar demasiado para llevar adelante tareas tan urgentes como el desarme generalizado y la normal protección institucional de la población civil. Los Selekas, que habían llegado primero, se atrincheraron en el norte tratando de crear una especie de estado islámico independiente. Y los Antibalakas se han convertido paulatinamente en una horda de auténticos criminales sin escrúpulos que campean a su aire por todas partes.

La visita del papa Francisco en noviembre de 2015 trajo consigo momentos de pacificación y de cierto optimismo para un futuro inmediato. A los dos meses se celebraron elecciones democráticas y fue elegido un nuevo presidente, Touaderá. Pero las esperanzas duraron poco.

El nuevo jefe político carece de recursos económicos y administrativos y, por supuesto, de ejército estatal. Los poderosos y la gente se ríen de él diciendo que no pasa de ser un títere, una especia de alcalde de Bangui, la capital sostenida por la ONU. Más allá del ámbito de esta ciudad, eso sí, la mayor del país, carece de toda influencia.

Mientras tanto, los señores de la guerra con sus poderosas clientelas explotan los ricos yacimientos de los recursos naturales del país, en muchos sitios a cielo abierto y sin ningún tipo de restricciones, y siguen con la violencia al amparo sus kaláshnikov. A veces se enfrentan entre sí y se aniquilan, pero en muchas ocasiones pactan acuerdos convenientes para sacar adelante sus objetivos económicos, saqueando las riquezas de un país que "se esta desangrando", sin que sirvan ya unas tiritas para curar la hemorragia generalizada. Catorce de las dieciséis provincias viven en continua violencia. Cada semana, los muertos se cuentan por decenas y centenas. La amenaza de un genocidio es el horizonte más previsible de este panorama aterrador. La catedral de Bangassou, donde Jesús es obispo, está tomada por más de mil musulmanes como un baluarte defensivo frente a los Antibalakas que quieren quitarlos de en medio. Y los propios Selekas musulmanes pretenden hacer lo mismo con 12.000 refugiados en una de las diócesis vecinas.

El mismo Jesús contaba que los sacerdotes, las religiosas, y los agentes de la pastoral y de la sanidad duermen en el mismo recinto para apoyarse en caso de un ataque imprevisto: "En mi diócesis de Bangassou -asevera nuestro obispo- las doce parroquias han sido 'visitadas', dañadas y algunas arrasadas por unos o por otros de los más de catorce grupos armados de esta crisis. Iglesias, presbiterios, escuelas, liceos, dispensarios, el quirófano? Una parte muy importante de nuestra población vive en condiciones infrahumanas en el Congo, al otro lado del río. Nuestro desafío, la paz y la reconciliación, sin otra arma que el Evangelio y la fuerza de Jesús que dijo: he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia".

Leyendo este testimonio desgarrador, tan comprometido y actual al mismo tiempo, a uno, español, colmado de todo tipo de seguridades, con las necesidades más esenciales cubiertas, y disfrutando del lujo de levantarse cada mañana y sentirse bien, se le paraliza el alma al mismo tiempo que se avergüenza al comprobar que nuestro Gobierno -lo mismo que otros europeos- no haya sido capaz de acoger a 18.000 refugiados después de dos años de demanda; y que su preocupación más perentoria -me refiero también al Gobierno- sean los problemas de índole territorial planteados por la autonomía más rica y emprendedora de España, demandando maximalismos independentistas con discursos difíciles de comprender.

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