Las primeras declaraciones hechas ayer por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, a las 24 horas de su aplastante victoria en las elecciones del domingo, fueron para anunciar que su país reducirá el gasto militar en 2018 y 2019, y que no tiene intención de lanzarse en una "carrera armamentística". Putin matizó, no obstante, que la caída del gasto militar "no provocará una reducción de la capacidad defensiva" de Rusia.

Escrutada la práctica totalidad de los votos, Putin, de 65 años, se impuso en las presidenciales con un 76,67% de los votos, el mayor porcentaje de apoyos que ha obtenido nunca. Se trata de una cifra que revela por sí sola las deficiencias del sistema democrático ruso y contrasta incluso con el ya sorprendente 63,6% de 2012.

La participación se elevó al 67,4%, un poco por debajo del 70% que buscaba el Kremlin, que se conformaba con esa misma cifra como suma del apoyo a Putin. Se presentaron unas 2.800 denuncias de irregularidades en las votaciones, lo que, en opinión de los observadores de la OSCE, no permite hablar de fraude electoral, ya que, en su conjunto, apreciaron, los comicios se desarrollaron "de un modo correcto".

Además de casos de voto doble, o de grabaciones que muestran el relleno de urnas, hubo todo tipo de artimañas para favorecer la participación, ya que una abstención elevada era el único enemigo al que temía Putin. Entre ellas, la convocatoria de referéndum locales coincidiendo con las presidenciales, la obligación en algunos distritos de votar en el lugar de trabajo o estudio, la oferta de revisiones médicas gratuitas y hasta el sorteo de un pollo entre los votantes de un colegio.

Por detrás de Putin, a una distancia también sin precedentes, se situaron el comunista Pavel Grudinin (11,79%), su antecesor logró en 2012 un 17,8%) y el ultranacionalista Jirinovski con un 5,66%. La única mujer candidata, Xenia Sobchak, se quedó en el 1,67%. La hija del ya fallecido alcalde de San Petersburgo Anatoli Sobchak, que en su día fue mentor de Putin, se dirigió a última hora del domingo a la sede del opositor Aléxei Navalni, a quien ofreció colaborar en la oposición liberal a Putin. Navalni la despidió con cajas destempladas y la acusó de haber recibido dinero de Putin para congregar y neutralizar el voto de los descontentos.