Envuelto en mil polémicas que se alimentan a golpe de tuits. Enfrenado a los medios en guerra a muerte. Cercado por un fiscal especial que le pisa los talones con la trama rusa. Sufriendo continuos embates judiciales a sus iniciativas legislativas. Inmerso en una guerra comercial con China, Europa y Canadá. Cada vez más distanciado de sus aliados en el seno del G-7. Alentando el populismo en un Viejo Continente del que le separa una brecha creciente. Avivando incendios en Oriente Medio. Celebrando extrañas cumbres que sólo él ve dotadas de contenido.

Podría ser un retrato del presidente de EE UU, Donald Trump, en sus 500 días de mandato.

Sin embargo, sería un retrato para el exterior que justificaría su mala imagen en las cancillerías y el momento de bajo aprecio que atraviesa la imagen de EE UU. Pero, de puertas adentro, con una discreta popularidad del 43,8%, similar a la que tenía al tomar posesión, hay un fenómeno llamativo que se ha puesto de relieve al aproximarse las elecciones legislativas de noviembre, las de "mitad mandato": Trump está modelando a su antojo el Partido republicano, que se opuso hasta el final a su nominación y le apoyó a regañadientes en las presidenciales.

Así lo están poniendo de manifiesto las primarias que en ciudades, condados y estados se celebran a lo largo de EE UU: los candidatos que no juran por Trump no tienen éxito. De igual modo que, hace dos años, la pelea -ignorando al magnate- era por ver quién estaba más alineado con las posiciones del "Tea Party", el boleto ganador es ahora mismo parecer un trumpiano de pura cepa: demagogo, oportunista, reaccionario y con tics autoritarios.

No se trata tanto, pues, de un control orgánico -los partidos de EE UU son estructuras mucho más liviana que los europeos- como de haber generado un patrón político basado en imitar las cualidades del "Jefe", un comportamiento que en Europa tiene oscuras sonoridades. El diario "The New York Times" lo expresó esta semana con nitidez: las primarias "están poniendo de relieve la profunda transformación del Partido Republicano, que ha dejado de ser una organización política para pasar a rendir culto a una persona". Por su parte, Charles Sykes, veterano analista conservador citado por "The Guardian", completaba el análisis: "La política en EE UU se ha convertido en un asunto tribal. Los republicanos están dispuestos a mirar hacia otro lado si eso les permite ganar. Todo el partido parece tener síndrome de Estocolmo. Al final, consiguió cansarlos y decidieron que era más fácil seguirle la corriente".

Sólo queda por saber si la nueva faz republicana convence a los votantes. Algo que sólo podrán revelar las urnas de noviembre.