Es el cérvido europeo de menor tamaño, que puebla casi todo el continente desde las tierras escandinavas a las costas mediterráneas, y en nuestra región se encuentra en muchas zonas boscosas. En estos días de mayo llegarán las parideras pues, aunque el celo y la fecundación tienen lugar en verano, la biología del corzo presenta una pausa embrionaria en el seno de las hembras fecundadas, hasta mediado diciembre, tras la cual sigue un tiempo de embarazo de algo más de cuatro meses.

Es una especie silvestre de hábitos solitarios que sale al oscurecer y en la que el macho marca territorio con su propia ladra y una señal olfativa que imprime frotando cabeza y cuernas contra gruesos troncos de árbol u otros tallos vegetales, por lo que a veces acaba con renuevos y plantones de cultivo forestal. Es presa habitual del lobo y, aunque no es especie amenazada, dicen los expertos que el traslado incontrolado para repoblación de ejemplares podría derivar en la pérdida de marcas genéticas y ecológicas de las poblaciones ibéricas.

Actualmente se encuentra regulado como especie cinegética con claro valor en alza entre el sector y su expansión continuada, en gran parte del territorio europeo, plantea diversos problemas de gestión relacionados con los daños y perjuicios que ocasiona en cultivos y terrenos forestales, que requieren soluciones de indemnización que podrían tener buena cabida en un sistema de seguro rural y medio ambiente.

La caza del corzo se convierte en pretexto para levantarse al alba en primavera; pero no es pieza fácil de cobrar por lo poco rutinario de su vida cotidiana y la especial agudeza sensitiva que despliega, siendo una especie avezada a confundirse en el entorno. Se captura mediante dos tipos de estrategias venatorias: el rececho y la batida; en el primero, es el cazador quien debe arrimarse hasta la pieza, y, en la segunda, son las piezas las que van siendo empujadas hasta el propio cazador; pero es variedad más usada la que llaman «espera de la pieza», en la que el cazador aguarda a que ésta se vaya aproximando, sea de modo fortuito o siguiendo sus querencias naturales; si bien, en la práctica habitual, suele echarse mano de una mezcla de ambas artes combinando, con fineza, aguardo y acercamiento. Para conocer la edad de un corzo hay que examinar tres partes: rosetas, cuerna y pescuezo: el diámetro y plano que forman las rosetas con el hueso del frontal suelen variar con los años, además, aunque la cuerna del corzo no es un factor vinculado con la edad del animal, sí parece que, a partir de los 2 años, alcanza cinco o seis pulgadas de medida; sin embargo, las hechuras del pescuezo, tanto en machos como en hembras, sí que dan pistas seguras sobre su longevidad, siendo los corzos más viejos los de cuello corto y grueso. Aunque mucha tinta venatoria se ha vertido hasta el presente escribiendo sobre el corzo, no debemos terminar esta columna sin traer las impresiones que hace casi cuatro siglos nos dejara por escrito Martínez del Espinar, en su manual de monteros, sobre la especial querencia por la fronda y la espesura que siempre ha mostrado el corzo, al que tilda de medroso y huidizo, que, de agarrarlo algún perro, seguro lo devora, al carecer de defensas que no sean sus pezuñas muy ligeras y que jamás corren juntas, como ocurre con el gamo y los venados, sino con ligeros brincos, y, aún añade don Alonso, que el corzo presenta un rastro algo más caliente y vivo que el de otras reses monteras, y, por ello, los sabuesos lo rastrean con afán en jornadas venatorias.