La expresión recurso natural podría servir como criterio a la hora de determinar cuáles son los límites de lo que se pudiera entender por ciencia pesquera, que dependiendo del sistema desde el que se analice su interpretación bien se pudiera hacer de diferentes maneras. Sirva de ejemplo cuando hablamos desde el punto de vista de la economía, el recurso se entiende como aquello que el individuo usa para sus propios fines, mientras que si hablamos en términos de ecología, el recurso lo entendemos como algo que cualquier organismo utiliza para su propio beneficio.

Es por tanto que el hombre también es un organismo; sin embargo, la manera en que éste utiliza los recursos difiere en mucho con el resto de los organismos, ya que debido a su propia naturaleza, éste estudia y planifica el uso de sus propios recursos, todo ello al objeto de resolver sus necesidades que en la mayoría de los casos van más allá que la del propio mantenimiento y sustento como ser vivo.

Durante muchísimo tiempo se consideró que los mares eran fuente inagotable de riqueza y que su capacidad de regeneración espontánea era muy superior a nuestra demanda. Todo esto se tradujo en prácticas de pesca desordenadas y encaminadas al sobreesfuerzo en el que hoy nos encontramos. Ha sido el tiempo, y sólo el tiempo, el que nos ha hecho ser testigos de los límites de los recursos marinos y, paulatinamente, el hombre ha cobrado conciencia de que los mares constituyen uno de los recursos de propiedad común más extensos del planeta. Así, las nuevas tecnologías de explotación pesquera, el aumento de la demanda resultante del crecimiento de la población y de su poder adquisitivo, la navegación cada vez más intensa y la contaminación marina han puesto de manifiesto la necesidad de conservar y mantener los recursos pesqueros como necesidad imperiosa para mantener en el futuro la existencia de estos.

Son algunos datos como estos los que bien nos pueden acercar a la situación en la que nos encontramos en la actualidad. Así, entre 1972 y 1992 la flota pesquera mundial pasó de 750.000 barcos a 1,6 millones, y en los cinco años siguientes el número de embarcaciones continuó creciendo exponencialmente hasta alcanzar, en 1997, los 3,6 millones. Si el número de barcos se multiplicó por casi cinco en veinticinco años, mayor aún fue el crecimiento de la capacidad de capturas, por múltiples razones. Así, por ejemplo, la pesca artesanal cedió paso a los barcos de mayor tamaño, más adecuados para la pesca de altura. El tamaño y cantidad de los aparejos aumentaron considerablemente, del mismo modo que también lo hicieron la velocidad, la autonomía, la capacidad de bodegas y las tecnologías de los puentes. En resumen, el equipamiento de la industria pesquera aumentó aceleradamente tanto en términos cuantitativos como cualitativos. Sin embargo, lo más sorprendente de todo es que, a pesar de la capitalización acelerada de la industria pesquera, en los mismos 25 años, el nivel de capturas apenas aumentó de 20 a 28 millones de Toneladas de Registro Bruto (TRB). Es por tanto que en cierta manera resulte paradójico que una multiplicación por cinco en el número de barcos a la par que un acusado avance en sus tecnologías de explotación sólo se traduzca en un aumento del 40 por ciento en el volumen sostenible de capturas.

Intentando verlo con una cierta perspectiva histórica, es difícil entender tanto entusiasmo inversor en una industria que, según las cifras, resulta ser tan ruinosa. Efectivamente, las consecuencias financieras de esta capitalización tan poco efectiva son fáciles de prever. Así, según un informe de la FAO (1995), los costes anuales de mantener la flota pesquera rondan los 92.000 millones de dólares anuales, mientras que el valor de la pesca desembarcada sólo llega a los 70.000 millones; las pérdidas que esto supone se cubren, en gran parte, con subvenciones y, en última instancia, suponen un lastre y un agravio para las demás actividades económicas.

La solución desde el punto de vista económico -que al fin y al cabo es donde todo radica- consiste en obtener el máximo beneficio neto sostenible. Frente a esta solución, el libre acceso a los recursos pesqueros conducirá al agotamiento de todos los beneficios de la pesca de modo que, en definitiva, es esta circunstancia la que explica que con el paso del tiempo las pesquerías están afectadas por un exceso de capacidad, un número excesivo de pescadores viviendo en el límite de la subsistencia. Los subsidios a la pesca, que tienen como propósito garantizar niveles elevados de empleo, agravan la situación ya que, al reducir el coste de oportunidad de la pesca, conduce a una mayor disminución del stock y del nivel de capturas y eliminan los incentivos que pueden conducir a la recuperación de los caladeros.

En cierta manera podríamos decir que las pesquerías son un buen ejemplo de la tragedia de los recursos de mano común. Si no existen controles sobre los derechos de captura, cada pescador sabe que aquello que deja en la mar puede ser capturado por otro y, por lo tanto, no tiene incentivos suficientes para permitir que el valor económico de los caladeros se regenere a través del crecimiento biológico. La extracción, en consecuencia, sólo se detendrá cuando se convierta en una actividad poco rentable para cada uno de los pescadores, muy a pesar de que para la sociedad en su conjunto ésta puede ser una estrategia ruinosa.

Este concepto del máximo de renta sostenible es útil como punto de referencia en un análisis simplificado. Sin embargo, vale la pena mencionar que en él no se tienen en cuenta algunos elementos importantes de la explotación pesquera, tales como determinar el camino que debemos seguir para alcanzar este rendimiento sostenible, que necesariamente habrá de pasar por el propio recurso pesquero en lo que respecta a su biología y a la propia dinámica de las poblaciones así como a los nuevos modelos de predicción. Por otro lado y cogidas de la mano están las capturas, a las que habrá que prestar una atención en cuanto al estudio y una nueva formulación de los métodos y artes de pesca, así como del procesado de los productos y los medios de explotación, los pesqueros, bajada en el consumo de los carburantes y explotación más racionalizada. Y como no podía ser de otra manera, al final nos encontramos con la comercialización a la que será necesaria de alguna manera reinventar con nuevas fórmulas para que pescando menos se obtengan mejores beneficios. Los viejos modelos han demostrado ser en cierta manera obsoletos.