Tapia de Casariego, Tania CASCUDO

«¿Cómo es posible que sobreviviéramos al temporal con aquel barco?». El marinero tapiego Pepe Méndez se ha hecho esta pregunta en infinidad de ocasiones, tras sobrevivir a aquel fatídico mes de julio de 1961 en que el Cantábrico sufrió la peor galerna que se recuerda. Méndez era el patrón del «Madre Cristina», una embarcación construida en 1943, con 18,45 metros de eslora y 49 toneladas de capacidad, que se dedicaba por aquel entonces a la pesca de bonito. Fue el único barco de Tapia al que la galerna pilló en alta mar, en plena costera del bonito y sin posibilidades de regresar a casa a buscar refugio.

Los cuatro integrantes de la tripulación que aún viven son Pepe y su hermano Paco Méndez, José Manuel Rodríguez e Isidro Ron. Los cuatro recuerdan, cincuenta años después, su buena estrella: «Tuvimos mucha suerte, pero también hicimos las cosas bien».

Pepe Méndez contaba veinte años en 1961, edad que le convertía en uno de los patrones más jóvenes del Cantábrico. Aun así, tuvo la sangre fría y la capacidad de gobernar el barco y tranquilizar a la tripulación en una situación límite.

La galerna del 61, como hoy se la recuerda, comenzó a mostrar su cara el día 11 de julio. La embarcación estaba entonces a unas doscientas millas al norte de Tapia o, lo que es lo mismo, a treinta horas de navegación de Tapia en condiciones de buen tiempo.

Los cuatro marineros tapiegos recuerdan que ese día a media tarde lucía el sol y había mucho calor. Nada hacía presagiar el temporal que se avecinaba. Pero llegó y a las doce de la noche el tiempo cambió radicalmente. La primera decisión fue «capear el temporal». Así lo explican: «Decidimos ir a la capa, aguantar el rumbo y evitar que los golpes de mar dañasen el barco».

Según explican, la visibilidad era muy escasa, había mucho viento y olas impresionantes. «Estuve muchos años a la pesca y un temporal como aquel no volví a verlo nunca», precisa Pepe Méndez.

A bordo del «Madre Cristina» se vivieron momentos de mucha tensión. «Por suerte, uno de los marineros era carpintero de ribera, por lo que tenía buena maña para ir reparando las cosas que se iban estropeando. Lo recuerdo con un saco de puntas en la mano en medio del temporal», precisa Paco Méndez, que entonces sólo tenía 17 años.

Alrededor de las siete de la mañana del día 12 de julio vivieron un momento crítico pues el barco tenía demasiada agua dentro y amenazaba con irse a pique. Tomaron la decisión de romper las tablas de obra muerta que rodean al casco para dar salida al agua embalsada. Poco después otra embestida les rompió los «bordeles», es decir, el sistema de gobierno del barco, con lo que quedaron un rato a la deriva. La solución de urgencia pasó por arrojar aceite al mar para lograr calmarlo durante unos minutos, el tiempo suficiente para reparar el sistema.

El patrón también tuvo la sangre fría de subir al palo mayor para arreglar la antena del barco. La transmisión estaba dañada y sólo podían recibir señal, por lo que no pudieron enviar aviso a tierra de que seguían con vida.

El día 12 de julio cambiaron la maniobra y pasaron de ir a la capa a «correr» el temporal. «El problema era que el temporal nos arrastraba hacia Francia. Por eso paramos el motor para ir lo más despacio posible». La embarcación, que llevaba días pescando, iba cargada con unos 4.000 kilos de bonito. Para aligerar peso tiraron el hielo, pero mantuvieron el pescado: «Era lo que nos daba de comer, no podíamos perderlo».

Las horas del día 12 discurrieron lentas, solos en alta mar, sin comunicación. El día 13 por la mañana se encontraron a dos barcos de Bermeo a los que pidieron compañía. Y por fin ese día a medianoche entraron en el puerto de Santander. Cuenta el patrón que, como el Papa, lo primero que hizo al llegar a puerto fue besar el suelo: «Creo que interiormente ninguno de nosotros creyó en llegar con vida».

En la madrugada del 14 al 15 de julio el barco puso rumbo a Tapia, con el fin de llegar a la procesión de El Carmen. Estaba irreconocible pero aún navegaba. Aún tuvieron que hacer noche en el puerto de El Musel, pero el día 16 a primera hora llegaron a casa. «El puerto estaba lleno de gente para vernos entrar, el barco impresionaba. Fue un espectáculo», indica Isidro.

La aventura del «Madre Cristina» apenas consta en las crónicas de los daños del temporal en la flota asturiana. Como el barco tenía matrícula de Ferrol lo contabilizaron como un barco gallego. El temporal dejó en todo el Cantábrico 83 muertos (24 asturianos) y 21 barcos desaparecidos (5 asturianos), pero el «Madre Cristina» y toda su tripulación llegó a puerto para contar la historia más terrible de su vida en alta mar. Casualidades de la vida, el barco se fue a pique cinco años después (en 1966), en una mala maniobra en un día de calma.