Como señala Izquierdo Vallina en el libro «La casa de mi padre», «etimológicamente el término forestal hace referencia a todo lo que está fuera del pueblo o de las tierras de cultivo, un espacio complejo donde coexisten usos, estructuras y funciones diversas (apicultura, pastoreo, madera, rozas de matorral, hábitats naturales, caza) que es preciso saber gestionar en su complejidad local. Sin embargo, la apropiación y usurpación del término forestal por la tecnocracia franquista como espacio exclusivo para la repoblación y el cultivo del arbolado, o para la expansión del bosque, es una simplificación y una equivocación, además de un grave error -que aún persiste-, pues las cabras son tan forestales y tan indispensables en determinados territorios forestales como los árboles para contribuir al equilibrio del sistema ecológico forestal».

En la actual «coyuntura ecológica», arrastrando el grave error de fondo explicado por este autor, que tiene incluso translación al diccionario de la RAE, se viene utilizando el término forestal como sinónimo de bosque, y más cuando se aplica como adjetivo a los incendios, con la mala intención de estigmatizar el fuego como herramienta de gestión ambiental y de desvalorizar la figura del ganadero como gestor territorial. Por lo tanto, cabe señalar que si bien lo que quema en Asturias son superficies forestales, rara vez lo son arboladas, es decir bosques. Lo que quema en nuestro «Paraíso Matorral» son las amplias superficies de pastizal que, por pérdida de manejos tradicionales y presión ganadera, han pasado a erial, o como decimos en mi pueblo a bardial. Hecha esta aclaración, me voy a detener en analizar cuáles son las causas de este conflicto ecológico que se nos está escapando de las manos; véase el caso del Valledor:

1) La pérdida de la capacidad de gestión de los vecinos de los pueblos sobre el espacio propio: los montes comunales.

2) La prohibición taxativa del fuego como elemento generador de pastos que ha desembocado en la formación de selvas atlánticas dominadas por especies altamente inflamables como la urcuia y el árgoma. Hasta tal punto es el desinterés de la Administración por utilizar este mecanismo y solucionar el problema, que allí donde plantea quemas controladas, paga a las cuadrillas por realizar los desbroces perimetrales y posteriormente no se realizan las quemas, tal y como ha sucedido este año en Sobrescobio y los concejos limítrofes.

3) Una política nefasta de nuestra Administración en materia de conservación, que parece centrar todos sus esfuerzos en que desaparezca la actividad humana de nuestros montes, siendo, no obstante, el ganadero el mejor aliado con el que cuentan para la conservación de los paisajes que pretenden proteger, de su flora y su fauna.

El desenlace de esta nefasta gestión es que los montes asturianos se han convertido en polvorines, expuestos irremediablemente a arder. No se olviden, señores gobernantes, de que han sido ustedes con sus nefastas políticas quienes han dejado la mecha puesta de esta auténtica bomba de relojería.

La postura más fácil para los que tienen su parcela de responsabilidad en este drama rural es cargar la culpa a los ganaderos, al eslabón último en la cadena de decisión en la gestión de los recursos naturales, con quien nunca se cuenta a la hora de poner en marcha las políticas de protección medioambiental. Los profesionales de la «farándula de la conservación», con atribuciones desde el nivel político, al técnico, pasando por el jurídico, y sus afines, caso de los ecologistas, presentan al ganadero asturiano como un demonio con mechero en mano al efecto de justificar la nefasta utilización que hacen de sus competencias y responsabilidades. Yo les pregunto, ¿qué hacen ustedes para conservar nuestros montes? La respuesta es: nada de nada, y para mas inri se dedican a acosar a los que en su día a día lo hacen, los ganaderos. Los episodios protagonizados en las últimas semanas de marzo primeras de abril por guardería, Bripas y demás «biocracia» asociada, incordiando, amedrentado e inculpando sin pruebas a compañeros y vecinos, son de vergüenza ajena. Un ganadero por el mero hecho de transitar por un monte que se está quemando ya es sospechoso y puede ser inculpado como pirómano. Señor fiscal de medio ambiente, ¿dónde queda aquí la presunción de inocencia? Mejor reservarla para personajes de la talla de Camps o Urdangarín, tan abundantes en este país de pandereta. Tal parece ser que lo que quieren es que los ganaderos no salgamos de nuestras casas, pero nosotros, por necesidad, tenemos que salir, dar de comer a nuestros animales, cerrar y limpiar los prados, mantener las cuadras y cabañas en pie y un largo etcétera de tareas que son en sí mismas el verdadero paraguas del desarrollo sostenible en el que ustedes viven atechados. Nosotros no somos tan afortunados como ustedes, que, aunque quemen los montes y se mueran las especies protegidas, siguen cobrando a fin de mes; los ganaderos, si queremos que nuestros hijos tengan que comer, debemos trabajar muy duro cada día, los 365 días del año.

Una pregunta para la reflexión: ¿dónde estaban los profesionales y afines de lo que hemos denominado «farándula de la conservación» cuando nuestros antepasados, con mimo y esmero, tallaron los paisajes que tan orgullosamente hemos encuadrado bajo diferentes categorías de protección ambiental a lo largo del siglo XX?

Para terminar, como ya he dicho en otras ocasiones en esta sección, remarcar que no estoy haciendo aquí apología del fuego como elemento generador de pastos, sino tratando de poner de manifiesto su valor como herramienta de gestión territorial, tal cual se utiliza en otros países, caso de Francia o Irlanda.

En la vertiente francesa de los Pirineos, como apunta Izquierdo Vallina, se organizan comités locales de quemas vecinales controladas donde ganaderos y Administración van de la mano en la gestión de los montes con el fuego controlado como herramienta. Mi intención última es agitar las conciencias de los que tienen poder de decisión y competencias en materia de conservación, al efecto de hacerles ver la situación de degradación agroecológica en la que se encuentran nuestros montes, el principal patrimonio con el que contamos los ganaderos asturianos que, a día de hoy, utilizando conceptos propios de la actual coyuntura de crisis económica, tenemos la sensación, sino la certeza, de tener intervenido.