Si para analizar cualquier problema objetivamente conviene estar libre de presiones y acontecimientos que puedan influir en las valoraciones, estar con la cabeza fría que se dice, sin duda, en Asturias el mes de junio es el ideal para reflexionar sosegadamente sobre los incendios forestales o las «quemas», como prefieren llamarlos algunos, que periódicamente afectan al territorio.

Sean incendios o sean quemas para regenerar el pasto, sus efectos negativos están ahí, más visibles cuando la existencia simultánea de estos siniestros no permite la extinción rápida y, a veces, incluso ni su atención, como el 2 de febrero de 2002 cuando se contabilizaron 203 incendios activos en un solo día en el Principado; o menos visibles, como problemas de erosión y pérdida de suelo -a pesar de su cobertura vegetal, Asturias es la cuarta región con más terreno afectado por graves problemas de erosión, según el Consejo Económico y Social, debido a la acción del binomio incendio-climatología- o desregulación hidrológica con su influencia directa en las inundaciones; o imposibilidad para el desarrollo de otros usos más sostenibles que contribuyan a diversificar y aumentar las rentas en el medio rural.

Para abordar de verdad el problema de los incendios en Asturias hay que centrar los esfuerzos en resolver la causa por la que se origina la gran mayoría de ellos, esto es, conseguir que el ganado disponga de pasto sin necesidad de quemar. A pesar de contar con el diagnóstico acertado del origen de los incendios desde hace ya unos años, se sigue considerando una amplia batería de medidas de lucha, más propia de la España seca, que no está consiguiendo ningún resultado en la tendencia de la superficie anualmente afectada. La realidad es que, a pesar de haberse incrementado considerablemente las partidas dedicadas a combatir los incendios forestales en la última década -muy buena parte en medios para la extinción-, seguimos anclados en las nueve mil hectáreas quemadas al año de promedio, lo que nos hace encabezar varias «listas negras» de las regiones con mayores problemas de incendios de toda Europa.

El origen de los incendios forestales en el noroeste de España (Galicia, Asturias, Cantabria y Zamora) es claramente diferente al del resto del Estado; así, mientras aquí la intencionalidad es la principal causa del origen de los fuegos, superando el 80% en Asturias y Galicia y el 70% en Cantabria y Zamora, en el resto de España son las negligencias y otras causas el grupo que más incendios provoca, con un valor promedio de intencionalidad que ronda el 28%. Por tanto, a todas luces procede aplicar unas u otras medidas de lucha en función de la zona de la que se trate o, cuando menos, reforzar las medidas específicas que tengan una mayor eficacia. Así, la educación ambiental, la sensibilización y un buen sistema de extinción producen mejores resultados en la España más cálida, con más negligencias y más rayos, que en el Noroeste, donde existe una intención de quemar por motivos que, al menos en Asturias, no desaparecerán con la sensibilización de la población, ni descenderá la superficie quemada por muy eficaz que sea nuestro sistema de extinción -se ha logrado disminuir la superficie media quemada por incendio: de 7,8 hectáreas en el período 1990-2003 se ha pasado a 3,8 entre 2004-2010, pero el número de incendios ha aumentado, con lo que la superficie total afectada es parecida.

Sabemos que si los pastizales no se mantienen con una carga mínima de ganado, éstos se «vuelven a monte», es decir, se ven invadidos progresivamente por el matorral y terminan siendo inaccesibles para el ganado. Sabemos también que la superficie que dispone la ganadería extensiva es muy superior a sus necesidades; por esto, el ganado no es capaz de mantener la calidad del pastizal y se tiene que recurrir a las quemas o los desbroces para evitar la matorralización. Sustituir las quemas ilegales por desbroces mecánicos es inviable económicamente. Las quemas controladas que realiza la Administración, aunque menos costosas que los desbroces, también requieren de unos trabajos de defensa que suponen un esfuerzo económico que no es asumible si se quiere atender las necesidades de toda la región y, desde luego, no está exento también de cierto impacto medioambiental. El resultado final es que la superficie anualmente desbrozada o quemada «legalmente» por la Administración del Principado no satisface ni de lejos las necesidades. Pero aunque se ideara un sistema que alcanzara el objetivo de mantener los pastizales en buenas condiciones a través únicamente del fuego, pienso que ésta no sería una buena solución.

Asturias presenta uno de los índices de productividad forestal más altos del mundo -el 48% del territorio tiene un índice igual o superior a 13 en una escala de 1 a 14 según Benavides et al. (2007)-. Someter a buena parte del territorio a periódicas quemas legales o ilegales significa renunciar al potencial de otros usos. Por muy mal que hiciéramos la gestión de esos usos, que dada la aptitud de ese terreno pienso que debería ser principalmente forestal -en sus distintas vertientes de producción de madera y leña, conservación, biomasa, turismo, recreo, etcétera-, se mejoraría enormemente la actual situación ecológica de esos pastizales degradados por las periódicas quemas: disminuiría la erosión, se incrementaría la creación de suelos, se mejoraría la regulación hidrológica, aumentaría la biodiversidad, se incrementaría la fijación de CO2 y un largo etcétera. Y, sin duda, se contribuiría a diversificar y aumentar las rentas que actualmente se obtienen en el medio rural, aportando cierta independencia de las ayudas que actualmente llegan de Europa y de las que se depende en exceso.

Pienso que tenemos un gran reto que afrontar si queremos hacer frente de verdad al problema de los incendios: idear un nuevo modelo de aprovechamiento de pastos que, a diferencia del actual, no tenga en el fuego su principal herramienta de gestión. Y para conseguirlo pienso que la mejor alternativa a utilizar es la más obvia, aunque reconozco que de difícil aplicación: que sea principalmente el ganado el que mantenga los pastizales libres de matorral a través de una carga adecuada y, para ello, no queda otra que disminuir considerablemente la superficie de pastos que actualmente dispone el ganado y dedicar el excedente a otros usos. Otro elemento que considero clave en la mejora del modelo actual, y que podría aplicarse de forma complementaria a la reducción de terreno, es la progresiva sustitución de los actuales pastizales degradados por unos sistemas silvopastorales más estables ecológicamente, donde el arbolado mantiene el pastizal en buenas condiciones de forma natural al dificultar el desarrollo del matorral por competir con éste.

Finalmente, creo que hay que reclamar a los integrantes de las juntas de pastos una actitud más cooperativa y colaboradora en la aplicación de las medidas que se adopten, ya que, como los mayores de los pueblos reconocen, ha mermado mucho desde los años de la posguerra. Y aunque la situación actual no es comparable a aquellos tiempos de extrema necesidad, debemos ser conscientes de que la asistencia externa al sector en forma de ayudas es vital para su mantenimiento, a pesar de que se cuenta con los recursos naturales suficientes para, si no eliminar, sí disminuir de forma considerable esta dependencia y, a su vez, reducir los incendios a unos niveles acordes con nuestra posición geográfica en la España húmeda.

Me pregunto, por preguntar, si veremos alguna legislatura donde los políticos responsables en esta materia tendrán no sé si la valentía, la audacia o la generosidad política o un poco de todo para abordar este complejo problema desde su origen, sabiendo que el plazo para su solución irá mucho más allá de los cuatro años que tienen de mandato.