Los libros nacen a veces con otro libro debajo de la solapa. Esta historia, que da noticia de las agriculturas del mundo, no viene con uno: viene con tantos como lugares existen donde poner la lupa para descubrir la forma en la que allí se manifestó la agricultura.

Se me ocurre, así a bote pronto, una historia de las agriculturas de Asturias -nuestro mundo- que nos explique, entre mil cosas, cómo aprendimos a hacer queso en Rozagás o de dónde viene la sidra. O, por qué no, una historia de las agriculturas de Oviedo y su hinterland agroalimentario; o de Pesoz o de Ponga o del valle de Saliencia. Las nuestras, las astures, son unas agriculturas consonantes, apegadas al paisaje, de andar por casa. Unas agriculturas del país, hechas a escala humana, familiares, pequeñinas y galanas a las que últimamente dimos la espalda cuando, mirando el paisaje, empezamos a hablar de naturaleza y nos olvidamos de la cultura, o mejor dicho de la agri-cultura. Cuando rendimos más culto al lobo que a la oveja o cuando pensamos que para hablar de agricultura había que tener, por lo menos, cien vacas lecheras y no sé cuantos miles litros de cuota. Cuando dejamos de hablar con los pies en la tierra y lo hicimos desde los boletines oficiales de la provincia, desde la perspectiva industrial de pensamiento único o desde la propaganda de exaltación conservacionista y salvaje. Por no hablar de la PAC.

Probablemente el mayor ejercicio de modernidad y de recuperación del sentido de la tierra, sea volver los ojos a las agriculturas que tenemos por vecinas. Las del árbol del conocimiento de las que habla la tradición sufí. Volver a mirar lo de siempre, lo de toda la vida, con el deseo y el gusto por asombrarse de su eficiencia, de su sabor, de su lógica aplastante, de su valor.

Volver a mirarlas para ver qué nos tienen que decir para orientar el futuro. Porque, si no toda la solución al abastecimiento de la ciudad, sí al menos podemos encontrar, al lado de casa, parte de la solución. Volver a mirarlas para encontrar la inspiración con la que devolverlas a la vida, y al porvenir, de una nueva sociedad asturiana que tiene la necesidad de volver a encontrarse consigo misma.

Pero para esto, para encontrar el camino ahora oculto por la maleza, hay que mirar hacia atrás, hacia las agriculturas del país, las que nos dieron de comer a los asturianos desde el nacimiento de las ciudades hasta que llegaran los economatos de Ensidesa y Hunosa. Hay que conocer la historia de nuestra agricultura y la de su hija mayor: la gastronomía. La que nos dice cómo fuimos capaces de criar cabritos y hacer quesos en los xerros de los Picos de Europa, de plantar miles y miles de castaños, de inventar el arroz con leche, la fabada, el corderu a la estaca, el chosco de Tineo,?

Esto, y alguna cosa más, es lo que me sugiere la primera lectura de la "Historia de las agriculturas del mundo", de Marcel Mazoyer y Laurence Roudart, publicada por primera vez en París en 1997 por ediciones de Seuil, y ahora publicada primorosamente por la editorial KRK, con traducción al castellano de Miguel Moro Vallina.

Al margen de esta primera reflexión que me provoca su lectura, sobre la necesidad de estudiar nuestras agriculturas locales como primer paso para buscarles acomodo en el futuro, el libro realiza tres grandes aportaciones: redescubrir el ingenio del hombre a través del cultivo de alimentos, evidenciar su ambición y situarnos ante el espejo de la crisis de la humanidad, de la que forma parte la crisis de la agricultura, y cuya solución no tiene que ver solo con seguir incorporando tecnología, sino con anteponer antes el incremento de la racionalidad y, sobre todo, el de cultura. De cultura del territorio en este caso.

El texto no deja indiferente, no solo porque hace ese repaso histórico a las agriculturas, sino porque pone el foco en muchos puntos de vista diferente. Es un tratado con un componente evidentemente agroecológico, geográfico e histórico, pero también sociológico, político, antropológico,?

Escrito con la amenidad de un ensayo, plagado de descubrimientos y curiosidades; con el rigor de un libro de texto, bien estructurado y combinando distintas ramas del conocimiento; con el entusiasmo de unos autores que conocen la materia por su profesión pero, sobre todo, por el vínculo afectivo y familiar al mundo de los campesinos, y con la minuciosidad de un buen artesano, este trabajo no dejará indiferente a nadie que esté pensando en cómo repensar la agricultura en el siglo XXI para que siga alimentando a la humanidad y contribuya al equilibrio global de la biosfera.