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Un ácaro muy activo en otoño y primavera, con escasa actividad en invierno

Alberto Espí se encarga de capturar ejemplares del medio natural arrastrando una toalla por encima de la vegetación y Ana del Cerro, de analizar en el laboratorio los patógenos que transportan los parásitos. Los investigadores explican que hay dos tipos de garrapatas: las exófilas y las endófilas. Las primeras ocupan espacios abiertos, desarrollándose en la vegetación, y son los que pican a animales domésticos y al ser humano. Mientras que las segundas habitan en el interior de las madrigueras o nidos de pequeños mamíferos, reptiles o aves, y no suponen mayor riesgo.

Los parásitos miden en su etapa adulta entre dos o tres milímetros, aunque las hembras pueden alcanzar los dos centímetros después de la toma de sangre. La producción de huevos es muy elevada. "Ponen miles, a diferencia de los insectos que producen cientos. Además puede darse el caso de que las hembras transmiten a sus descendientes la enfermedad que portaban", explican. Los períodos de mayor actividad son primavera y otoño. En verano la exposición de las personas a una picadura es mayor porque aumentan las salidas por el campo y la protección textil es menor, pero las garrapatas suelen mantenerse en zonas húmedas y bajas para protegerse del sol.

Durante el invierno, estos ácaros entran en diapausa, una especie de hibernación, para hacer el mínimo consumo metabólico posible. Las garrapatas, asegura Espí, pueden estar varios meses sin comer y son capaces de vivir bajo la nieve. Ahora bien, cuando se alimentan se pasan más de una semana enganchado a su hospedador. "Después de la toma, lo normal es que se dejen caer al suelo y muden para crecer. En la etapa adulta, los ejemplares mueren una vez que ponen los huevos. Pero ese ciclo puede tardar en completarse dos o tres años", concluye.

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