Recoge el libro los discursos pronunciados en las Cortes por el diputado del partido conservador Juan de la Cierva y Peñafiel, en 1917, relacionados con los ferrocarriles españoles. De la Cierva fue un abogado y político que tuvo un protagonismo muy destacado durante los gobiernos de la Restauración, en los que ocupó diversas carteras ministeriales: Fomento, Guerra, Instrucción Pública, Hacienda. También jugó un papel importante en la instrumentalización del caciquismo, hasta el punto de que en Murcia, región por la cual fue diputado electo, el período de mayor apogeo de este modo de control político se le conoció como el «ciervismo». En su papel como político y a juzgar por el elogioso prólogo que abre el libro firmado por Azorín, destacó por ser un orador brillante, de dilucidación reflexiva y serena, y preocupado por los asuntos y materias que afectaban a la prosperidad nacional. Según Azorín, De la Cierva no abandonaba su escaño ni un instante, ni distraía ni un minuto la atención y cuando en los momentos de laxitud de la Cámara se leía a la ligera, desde la tribuna él pedía silencio y reclamaba atención para lo que se había de aprobar.

La lectura de los siete discursos que componen el armazón del libro permite situar con bastante exactitud el panorama y características de la red ferroviaria española en los primeros decenios del pasado siglo XX. También aporta datos muy interesantes acerca de la forma en la que se acometía la construcción de este tipo de infraestructuras, de la explotación de las concesiones, del costo de algunos trazados, de la forma de financiar los proyectos constructivos, y sobre la problemática del ancho de las vías. Es en esta acumulación de datos e informaciones que brotan del texto donde radica el principal interés del libro. En realidad, los siete discursos forman parte de la argumentación del señor De la Cierva para enmendar un proyecto presentado por el Ministerio de Fomento para construir una red de caminos de hierro de carácter estratégico.

El diputado conservador era partidario de la construcción de las nuevas líneas, porque detrás del ferrocarril veía el progreso para los territorios atravesados por él, pero disentía en la forma de acometer los mismos. Así, por ejemplo, frente al dominio casi abrumador del capital extranjero en la construcción y explotación de los ferrocarriles, el diputado proponía que fuese el propio Estado quien asumiese un mayor protagonismo, para así satisfacer los intereses económicos nacionales en la fijación de tarifas y en lo relativo al tráfico en general. También planteaba, como paso previo a la aprobación del proyecto ministerial, que se discutiera la conveniencia de unificar los anchos de vía de la red existente, dejando en evidencia la falta de criterio que, a su juicio, se había seguido al establecer los distintos anchos de vía de los ferrocarriles españoles. Propone igualmente aprovechar la energía eléctrica, no sólo como medio de tracción sino para utilizarla en la construcción de los tendidos.

El libro se cierra con una reseña del primer proyecto ferroviario español. En efecto, las últimas páginas del libro se dedicaron al camino de hierro promovido (y no ejecutado), en 1830, por el empresario Marcelino Calero, para comunicar Jerez de la Frontera, el Puerto de Santa María, Rota y San Lúcar de Barrameda. Toda una curiosidad.