Por centros culturales de Cajastur de Mieres, Avilés y Gijón han peregrinado estas esculturas de Alfonso Pire y Carmen Romano, que comenzaron a exponer en el año 2004. La serie de los denominados «acantilados», a base de cubos y prismas cuadrangulares construidos y organizados a la soldadura mediante chapas de acero cortén, explora volúmenes que se configuran en el espacio. Es una investigación que se parece mucho a la que practica Ernesto Knörr. El cubo (n.º 7), también en chapa, sigue las líneas planteadas por Jorge Oteiza en los años 50 del siglo XX, compartidas e interpretadas a la vez por sus contemporáneos y compañeros de estudio-taller en los Nuevos Ministerios de Madrid, Rubio Camín y Amador. El «Homenaje a Chillida (n.º 6) traduce a volumen referencias de los dibujos típicamente planos del escultor vasco.

Donde yo creo personalmente que el dúo de artistas constituido por Alfonso Pire y Carmen Romano se expresa con mayor libertad es en las estructuras arquitectónicas (n.º 3, 9, 10 y 11) de cemento blanco, con diversos toques superpuestos de color. En concreto, el «Puente de Brooklyn» (n.º 9), que alterna cemento y acero, es un buen hallazgo. También se encuentran dosis apreciables de investigación y novedad artística en las arquitecturas en negro, que combinan paredes opacas y arcadas geométricas, generando interesantes juegos espaciales de llenos y vacíos.

Luis Cueto-Felgueroso Felgueroso (Gijón, 1953) es licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Santiago de Compostela. Siempre le gustó dibujar y pintar, de modo que en sus años de estudiante se apuntaba a cursos de pintura y grabado en la Universidad. Ha seguido cultivando esta afición a lo largo de su vida. Pero nunca había dado el paso de exponer su obra a la consideración del público. Ahora lo hace por primera vez en la sala Aristas de la calle Juan XXIII, que arranca frente al número 12 de Manuel Llaneza.

Se trata de casi una veintena de obras abstractas que se apoyan en la expresividad del color. Todo está muy controlado en el proceso creativo de este pintor, que no se deja llevar por los arranques del gesto. Da la impresión de que trabaja despacio y relajadamente, aplicando con parsimonia las recetas de su particular cocina. No necesita liberar el inconsciente, ni mediante auxilios externos ni a través de una actividad frenética. Quiero decir que dentro del expresionismo abstracto americano de mediados del siglo XX, Cueto-Felgueroso está más cerca de Mark Rothko que de Jackson Pollock. Aunque todo es cuestión de tiempo, todo depende de si vemos pintar a Pollock a cámara lenta o a Rothko a cámara rápida, como esas secuencias en que se observa el despliegue de una flor. Rothko era judío letón, había estudiado el Talmud, tenía una formación en la escuela religiosa judía. Y la primera enseñanza de esta teología es la supremacía del espíritu sobre la materia, el control de la razón sobre los sentimientos.

Y digo que don Luis Cueto-Felgueroso tiene de especial y sorprendente su particular cocina. Establece la división geométrica inicial de la obra y se aplica a la superposición ordenada de colores, obteniendo notorios efectos expresivos mediante texturas y veladuras. Consigue las texturas aplicando polvo de yeso, en mayor o menor medida de espesor y volumen saliente. Las veladuras son superposiciones transparentes de color. Nuestro pintor las consigue al acrílico sobre lienzo, una pintura al agua de secado rápido, modalidad en la que pueden obtenerse muy diversas densidades de líquido pictórico. Una pintura que se aplica a veces con espátula, marcando los rectángulos. Otras veces mediante rodillo, que aporta una fluencia continua de pintura espesa y opaca o transparente y ligera.

En las obras más antiguas de esta exposición (n.º 8, 12, 13, 16 y 18) las texturas están bastante marcadas y la obra cierra mediante aplicación de un barniz, con brillante acabado. En las más recientes, la pasta textural es muy ligera y los efectos obtenidos se ofrecen con mayor delicadeza.

Estos cuadros me causan la impresión de estar asistiendo a la ordenación del caos en un medio donde se mezclan tierra y agua, o sea, en el viejo pantano mesopotámico. En la charca se acumulan restos de animales y plantas que se van ordenando y decantando suavemente. Los sedimentos espesan y fraguan, convirtiéndose con el tiempo en formaciones rocosas, geología para la historia de la tierra. Así es también la vida de los seres humanos y el fraguado de su memoria histórica. Sedimentan nuestros recuerdos, se enquista y endurece la sensibilidad, poco a poco pasamos a formar parte de la memoria geológica de la vida. Algunas veces esta memoria se hace patente a modo de palimpsesto, o documento con varias escrituras superpuestas en diversos tiempos. Tal sucede con el cuadro n.º 2 Sin Título, que parece guardar por debajo dibujos residuales de carros egipcios o de guerreros persas inmortales.

Son treinta las obras de Sabina Íñiguez que cuelgan en las paredes de la sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés, en Gijón. Todas ellas al acrílico y sobre diversos materiales, como papel, lienzo, tabla o tablilla entelada. Van también enmarcadas de distintas maneras: papel entre cristales, tablas en ligeros marcos de plástico blanco con flejes metálicos ocultos de quita y pon, y marcos a la manera tradicional de sujeción, reforzada con papel encolado.

La autora, una inquieta mujer en la treintena, dice que está reinventando su vida. Este volver a los inicios, al punto de partida, y sentarse a buscar una vida nueva, sucede después de dar «el grito» y, «recogiendo velas», ponerse a contar los «restos de un naufragio» con «rabia contenida», introducir «orden en el caos», «navegar los propios dolores» para superarlos, y entre «esferas y silencios» iniciar la «reconstrucción en marcha». Tras echar la culpa al «sistema», se examina con sosiego «la caja de corales», donde se encuentran «las raíces» de la infancia para iniciar «otra vida». Voy hilvanando los títulos de sus cuadros, que son de por sí suficientemente expresivos.

Más que con los títulos se expresa la autora con la pintura. Abundan las espirales turbulentas, los contrastes de colores, la expresión abstracta del caos. A veces la pintura se deja deslizar por gravedad, creando chorreos de trayectorias imprecisas, según la mano y el gesto del brochazo de partida. Los colores se superponen, mandando los oscuros a la superficie, en diversos grados de intensidad, según la fluidez o cantidad de agua que lleve el acrílico. En la composición que pueda parecer más abigarrada o caótica surgen espacios con auroras de colores cálidos, espacios de esperanza.

No siempre la autora se expresa con manchas de colores o mediante espirales con cierta textura, conseguida con polvo de mármol. Hay obras con alguna figuración sugerente y esquemática. Ahí están las siluetas de «Abrazo», las escaleras de «Llegaré», los telares inciertos de «Como luces de mis días» o de «Hoy me ahogas». Nuevos caminos que la autora irá explorando para comunicar cómo está reinventando su vida.