Todos los países y regiones comprenden, por su carácter, ciertas peculiaridades, inherentes a su proceder cotidiano, debido al uso del lenguaje propio, deteriorado por el modismo de las reglas idiomáticas y también por la idiosincrasia de sus habitantes, reflejadas a través de los años, incluso siglos; así, existen autonomías con fama de tacañas, otras de cazurras, con dos caras, chulescos, alegres, económicos o reservados. Respecto a la gente del Principado, son reconocidos por sus hechos y sus dialectos los de Cudillero, Candás, Mieres, Oviedo (tambor y gaita), pero sobremanera los pobladores de Gijón, con fama de «grandones», que presumen por ello y que por esa cualidad -en muchas ocasiones, negativa- se les concede la titulación de «gijonudos». Debido a esa grandeza, consideramos nominar algunos de los muchos entes existentes en la villa de Jovellanos con el aumentativo de «on» y «ona», dependiendo del género. Citaremos algunos ejemplos, los más representativos y emblemáticos que ostenta la ciudad de Gijón.

- Casinón. Debido al desarrollo industrial, el regreso de indianos de México, la Argentina y Cuba con poder dinerario, las visitas reales y el aumento de población, duplicada en pocos años, las mentes pensantes y pudientes de la villa (abril de 1850), meditaron en edificar un inmueble que alojase un casino que, por su magnificencia y grandeza, recibió por el pueblo el apelativo de Casinón, con dos salones principales -senado (socios de más edad) y congreso (los jóvenes)- adornados con cuadros de pintores, destacando los de Martínez Abades y Álvarez Sala. Se ubicaba en la calle Trinidad, 24, y un incendio en 1871 lo destruyó, siendo reedificado en 1877 computando 200 socios, y tres años más tarde construyeron el apodado «Pabellón de verano», sito en Begoña, en la demarcación ocupada por las monjas Reparadoras, con un coste de 60.000 reales. Fundado por el conde de Revillagigedo, el médico Casimiro Domínguez Gil, Morán y Rato, en el día de la festividad de la Virgen de Begoña se organizaba un baile en honor de los veraneantes que eran invitados por los afiliados. Tras la contienda civil se encontraban aposentados en la calle Corrida, en un piso sobre el café Alcázar, disponiendo verbenas en el Parque Japonés y en el Continental.

- Iglesiona. Los jesuitas se habían establecido en la villa (1889) con un colegio en la subida a Ceares, donde el primer año se matricularon 88 alumnos; también con la Fundación Revillagigedo (1929) y con la edificación del templo de la calle de Jovellanos (iniciada en 1911) que por sus dimensiones -50 metros de altura- fue bautizada con el apelativo de Iglesiona. Todo ello después de que la propietaria del terreno, en su lecho de muerte, legase el espacio a la orden de los jesuitas. La obra finalizó en 1920 y al tiempo de la inauguración se instala el denominado «santón», la efigie de Jesucristo, configurado con 32 toneladas de mármol de Carrara, creado por Serafín Basterra. Los planos de la iglesia fueron de Rubio y Bellvé (Reus, 1878), discípulo de Gaudí, y el director de la tarea el gijonés Miguel G. de la Cruz (1874-1935), autor del cementerio del Sucu, la Gota de Leche, Pescadería, la casa del Tívoli (Corrida) y la vivienda de Paquet (Fermín G. Bernardo). En 1932 los colegios de los jesuitas fueron subordinados al Estado y el de la villa albergó el Instituto de Jovellanos, especulando que en el traslado de los fondos desaparecieron legados del prócer gijonés. El alcalde Barcia (1931-1934), en el año de la Revolución de Octubre, solicita al Patronato de Incautación la cesión plena del templo, con el fin de instalar un hospitalillo en la parte de la residencia y una casa de socorro en la sección baja posterior. En 1998 toma posesión de ella el Arzobispado, comenzando la restauración. Durante la Guerra Civil se utilizó como cárcel.