En 1948, con motivo del ingreso de Sabino Álvarez Gendín (Avilés 1895-Madrid 1983) en el Instituto de Estudios asturianos (institución de la que fue cofundador y director), éste catedrático de derecho, a la sazón, rector de la Universidad de Oviedo, centró su discurso de ingreso en la desconocida historia de la hoy desaparecida capilla de Nuestra Señora de Begoña. De la historia de este secular santuario emplazado en uno de los parajes más entrañables y hermosos de la villa de Gijón, apenas si se tenían noticias. La tradición popular atribuía su institución a los marineros vascos que arribaban en Gijón durante las costeras del bonito y la sardina, y que agradecidos por algún hecho prodigioso atribuido a la mediación de la virgen, había promovido el culto y la construcción del oratorio. Sin embargo, tal y como el dicente ratificó tras una laboriosa investigación histórica que le llevó a rastrear en el archivo del Ayuntamiento de Gijón y en el de su propia familia, la erección de la capilla se debió a un antepasado directo suyo, Gregorio Valdés Gendín, sin vínculo conocido con las tierras vascas. Parece ser que este piadoso hombre, natural del concejo de Llanera, adquirió una propiedad (casa alta y huerta) en la parte sur oriental de la villa, en la zona después conocida como alto de Begoña, donde además decidió levantar una capilla puesta bajo la advocación de la Asunción. Así pues, Gregorio Valdés Gendín, y sus descendientes se convirtieron en los patronos de la capilla, con la obligación de cumplir una misa rezada anualmente, sobre dicha casa y huerta. Según se recoge en el trabajo, parece ser que la construcción de la pequeña ermita debió materializarse entre 1650 y 1670, pues es sabido que la primera imagen que se veneró en ella fue obra del escultor de Llantones, Luis Fernández de Vega, artista muy valorado por Jovellanos, que falleció en 1674. En el texto no se aportan datos acerca del momento en el que la ermita cambió de advocación a favor de Nuestra Señora de Begoña, si bien, a lo largo del siglo XIX parece que el cambio ya estaba consolidado.

Al margen del patronato de la ermita, que, como se ha señalado, correspondía a la familia Gendín, la custodia de la misma fue cedida inicialmente al gremio o cofradía de los zapateros (que veneraban a San Crispín). El abandono del culto de éstos en 1825, motivó que la capilla fuese ocupada por el gremio de carpinteros, devotos de la Asunción de Nuestra Señora. Este hecho provocó un litigio entre ambas cofradías que se solventó en favor del gremio de carpinteros, quienes desde ese momento intentaron, con el apoyo de la alcaldía, relegar a los patronos y asumir los derechos sobre el culto y propiedad de la misma.

Tal y como señala Sabino Álvarez Gendín, en 1866, el gremio de carpinteros consiguió la cesión de un solar del Ayuntamiento para edificar un nuevo templo, junto a la antigua ermita, con arreglo a los planos del maestro de obras Cándido González, quien por aquel entonces desempeñaba las tareas propias del arquitecto municipal. Las desavenencias con los patronos motivaron que el proyecto no se llevase a término en aquellas fechas. Años más tarde, en 1873, el gremio de carpinteros, prescindiendo ya de los patronos, inició las obras para la construcción de la nueva ermita en un nuevo emplazamiento, pero los vecinos afectados protestaron y se decidió levantar el nuevo templo con frente al paseo, en el lugar que ocupó hasta su definitiva desaparición en 1975. A pesar de que el Ayuntamiento aprobó el derribo del templo primitivo ya en 1873, las obras de construcción de la nueva capilla de Begoña se dilataron en el tiempo, sin duda, por las dificultades dinerarias del gremio de carpinteros, hasta el punto de que fue abierta al culto en 1884, sin finalizar el cubrimiento interior del presbiterio.

Según relata Gendín, las dificultades económicas de la cofradía de los carpinteros y la paulatina desaparición de los cofrades les llevó a abandonar paulatinamente el culto en la ermita de Begoña, hasta 1893, año en el que con motivo de la creación de la parroquia de San Lorenzo se domiciliaron en este templo. Para no clausurar el culto se dejó éste en manos de la Comunidad de María Reparadora, religiosas que se ofrecieron además a enseñar a las niñas pobres. A comienzos de la década de 1930, las madres atemorizadas por el creciente anticlericalismo, abandonan el uso y culto de la capilla de Nuestra Señora de Begoña, circunstancia que motivó que las autoridades diocesanas solicitaran a los Padres Carmelitas asentados en Oviedo que se hiciesen cargo de la misma. Este documentado y apasionante relato sobre la capilla que dio nombre a todo un barrio, se cierra con la contestación de Ignacio Patac Pérez, en forma de un entrañable texto que gira en torno a este secular templo, que durante la etapa frentepopulista lució el irreverente letrero: Cuartel Máximo Gorki.