Pablo CASTAÑO

Tarna (Caso),

Tarna es el pueblo menos rural del concejo de Caso, al menos en apariencia. Fue bombardeado durante la guerra civil y reconstruido años después con calles trazadas con tiralíneas y casas adosadas unas iguales a las otras. Las últimas reformas han acentuado el aspecto urbano del núcleo. Las caleyas tienen ahora aceras con baldosas de colores y hay pasos de cebra por todos los rincones. Sobre ese paisaje de asfalto, destaca como un destello «Mansín», el urogallo cantábrico que durante el último año y medio se ha paseado por varios pueblos de Caso y que ahora, en plena época de celo, ha convertido el centro de Tarna en su cantadero.

El pasado jueves, Antonio Martínez, que regenta el bar del pueblo, se encontró con «un bicho grande y negro» entre la pación de su prau, situado en las proximidades de Tarna. Se acercó al animal y le pareció que era «un especie de gallo montés». Regresó al pueblo y el animal le siguió los pasos. Desde ese día el ave, que resultó ser uno de los últimos urogallos del parque natural de Redes, se ha convertido en un vecino más del pueblo y se pasa el día en la calle, entre la puerta del bar Nalón y de la capilla de San Pedro de Tarna, picoteando las hierbas que crecen junto a los bordillos, persiguiendo a los vecinos que pasan a su lado, posando ante las cámaras de los visitantes, pavoneándose con la cola abierta como un abanico, interpretando su canto ronco y repetitivo para atraer a las hembras: «Toc, toc, toc, toc...».

Por la noche, el urogallo desaparece, pero con el amanecer, vuelve a las calles del pueblo. «A primera hora de la mañana ahí estaba en medio de la calle, tan contento, es un madrugador», afirmaba ayer María García mientras contemplaba el urogallo desde la ventana del bar Nalón. «Dicen que ha bajado al pueblo a ligar, que está en celo; pero lo tiene crudo, aquí no quedan mozas», bromean al unísono Armando Posada y José Luis Fernández apoyados en la barra del bar.

En la plaza de la iglesia, Adriano Capa (84 años), José Capa (87 años), César Martínez (94 años) y Pelayo García (80 años), todos ellos viejos ganaderos, madreñeros y «de Tarna de toda la vida», conversan apoyados sobre sus cayados y muletas alrededor del urogallo. Cuando el animal se les acerca, ellos ponen el bastón de por medio y el animal se limita a picotear la goma de la cachava. «En la vida había visto un urogallo por el pueblo. Alguna vez logré ver alguno por el monte cantando, pero fue un visto y no visto», afirma Adriano Capa. «No es normal, este animal tuvo que criarse en alguna granja, no tiene miedo a la gente», añade César Martínez, el mayor de los cuatro amigos.

En la plaza suenan martillazos y baladas de «Maná». Varios obreros rehabilitan una vivienda y de vez en cuando echan un vistazo al urogallo e incluso le dan unos capotazos al pasar junto a él. «A primera hora, cuando estaba sacando la herramienta de la furgoneta, el urogallo me atacó. Vino por la espalda y a punto estuvo de darme un picotazo. Me persiguió por toda la plaza hasta que me metí en la obra», relata Moisés Zabala mientras admira el porte del animal. Un grupo de excursionistas mierenses, que se dirigían a la ruta del Tabayón, se quedan alucinados con el animal, desenfundan su cámaras digitales y lo acribillan a fotos.

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