Hace unos días pasé por allí, aunque no entré. No precisé entrar porque a alguno de ellos les vi a la puerta y hasta por «duplicado», es decir, más de una vez. Casi siempre son los mismos, cuando realmente no suelen pasar de ese número determinado: diez. Diez son los que yo me permito hoy titularles «Los Guillermanos», evocando aquel fabuloso episodio de uno de la treintena de libros escrito por Richmal Crompton -que en mis años juveniles me dio por pensar que era un hombre: quizá entendí que una fémina no era capaz de escribir algo tan genial y tan blanco ese divertido humor-. Pero «mis Guillermanos» nada tienen que ver con los originales «proscritos» del primer libro editado por la escritora inglesa, «Travesuras de Guillermo» o, como alguno tradujo del inglés, «Guillermo el travieso» que es lo mismo. Situémonos en la realidad del momento, pasemos página y pensemos en esta «nueva orden» que de religiosa nada tiene y, me supongo, tampoco dé muestras de masónica: ¡hasta ahí pudiéramos llegar!.

Siempre me llamó la atención su heterogeneidad y no solo de carácter. Los hay dedicados a la sanidad, alguno a la telefonía -con y sin hilos, claro-, otro situado en el gremio de las grandes superficies, en tanto otros proceden de la minería, siderurgia... En número absoluto predominan los jubilados y menos en activo, aunque los primeros son tan activistas cerebralmente como los últimos.

¿Por qué «Guillermanos»? Cuando lean esto que les dedico ya veremos cómo les sienta a todos ellos. Guillermo Morales tiene, con su esposa Telvi, «Guitel» como popular y comercialmente conocemos y allí recala de manera axiomática el grupo de jóvenes -sin entrecomillar- que, formando tanto una peña como una piña, a diario charlan, discuten, forman conceyu, resuelven la vida de los demás sin que por ello remedien la suya, pelan el fútbol nacional y, seguro, arremeten contra la política internacional. Porque ellos son así de mundiales. Y como el orden de factores no altera resultado, me empeño en citar sus nombres tal y como yo les conozco: Vázquez, Camilo, Jesús, Marcelino, Avelino, Ordiales, Pepetónic, Castaño, Nito y, cerrando «la tienda», Guillermo. ¡Qué coño va a ser de todos ellos si se jubila el dueño de la parcela! «Guillermo, ni se te ocurra».

Pretendiendo no dejar nada en o por el camino, ese mismo día y a la puerta de «Guitel», mi cuñado me presentó a Jorge, quien se confesó ser lector de LA NUEVA ESPAÑA y mío que, como dicen los chavales, «eso es mucho». Pocos minutos después, el doctor Vázquez nos esperaba en la calle y, a petición mía, bendijo nuestra marcha -así como suena- y con su sencilla ceremonia llegamos felizmente de madrugada a la sierra madrileña. ¡Qué buen día, Señor!