La situación económica de nuestro país, llamado España, se encuentra bajo mínimos y lo preocupante es que no se vislumbra a medio plazo una salida satisfactoria a ese marasmo descontrolado. Ante esta triste y desconsolada realidad urge adaptarse con los tiempos y comenzar a trabajar en pro de la austeridad y el sentido común. Lo de apretarse el cinturón es un hecho que aquí nunca se le dio importancia y ahora vienen los problemas. Se vivieron años de bonanza, la alegría en el consumo era disparatada y todos, gobernantes y gobernados, nos lanzamos a una orgía de despilfarro que está haciendo mella actualmente en el control diario de nuestras economía domésticas.

Son momentos para pensar, para observar con reflexión que es lo está ocurriendo en los mercados bursátiles internacionales y en los de aquí. El Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero está haciendo aguas en la gestión económica y no sabe a dónde ir. Se gastó en exceso, demasiadas medidas sociales como si fuéramos un Estado cargado de millones y con una base financiera saneada. Los gobernantes socialistas han sido poco preventivos y apartados de la cruda realidad se han columpiado en el ambiente del despropósito y en la confianza de contar con las arcas públicas llenas para deleite del personal. La crisis ya estaba instalada en nuestras vidas, en una sociedad, envuelta en quimera, que seguía disfrutando del coche, la segunda residencia, el consumo relajado, la hipoteca respaldada con créditos seguros y la vida alegre en los restaurantes, las sidrerías, las tabernas, las terrazas y los disco bares. El fantasma crítico y pendenciero estaba ante nuestra realidad cotidiana, no importaba esa circunstancia. La vida es bella y el placer del consumo y la diversión eran hechos palmarios que no se podían evitar.

Sin embargo, la dura realidad ha llegado a nuestros hogares. Se ha sujeto al balcón de nuestras cotidianidad y el bolsillo pide auxilio ante una necesidad perentoria. El Gobierno ha tomado decisiones drásticas ante las llamadas de la Unión Europea y el Presidente Obama. El déficit público está hundido, los ajustes de la economía exigen reformas y la economía nacional pierde competitividad. Todo ese grupo de medidas salvadoras llegan tarde y ahora son momentos de lamentaciones. Se habla de huelga general y demás monsergas. No es momento de acciones populares que perjudicarán más a las arcas estatales, pero los sindicatos, hasta ahora dormidos en un sueño feliz, se dan cuenta de lo mal que está el país y de la nefasta gestión gubernamental, que buscan contestaciones en el trabajo y en la calle. Demasiado a destiempo y todo a contracorriente. La opinión pública está muy cansada de palabrería, pocas iniciativas y harta de políticos poco eficaces que sólo buscan su interés personal. La crisis nos atenaza, el bolsillo se resiente y la tristeza comienza a refugiarse en nuestros corazones. Y en estos rincones de Las Cuencas, la cosa está complicada. Mucho desempleo, apenas alternativas de tejido industrial, despilfarro gubernamental -la Y de Bimenes, Venturo XXI, Fondos Mineros mal distribuidos, museos sin sentido- poca conciencia de los bienes públicos y sin futuro cercano. Sólo nos queda pensar con ganas y avidez; y agarrarnos a la esperanza venidera. Algo es algo.