Sí que van y vienen. Sí que son imprescindibles. Pero ni son gente oscura, ni pájaros de buena cuenta: han evolucionado y de qué forma. Hoy están integrados en la vida civil, entre los civiles. Claro, ellos nuestros Guardias Civiles, esos inconfundibles hombres de verde que, cuando visten de gala modifican totalmente su indumentaria. Pero, ¿cómo vimos años atrás a la Benemérita?. Lo recordaremos.

Cuando en los años sesenta y tantos empecé a conducir, buen cuidado tenía de no pegarme demasiado a las cunetas, porque era fácil el toparse con la clásica «pareja» de guardias que, siempre andando y rara vez bicicleta en mano, iban de pueblo en pueblo.

La estampa se nos hizo clásica y nos daba seguridad su sola presencia, sobremanera, al poder ocurrirnos «algo» cuando el tráfico de vehículos nada tenía de fluido. Siempre se dijo que eran «nuestros ángeles de la guarda» a falta de San Cristóbal. Bastante tiempo antes, mi padre me enseñó que San Rafael era el patrono de los caminantes. Pero con el tiempo, las cosas cambiaron para bien sin duda alguna.

Aquellos Guardias Civiles, cuyo cuerpo militar lo crea Isabel II para que nos defendiesen y no nos asaltasen en los caminos, tienen y realizan una función mucho más amplia, especializada, han dejado de ir a pie en caminos y carreteras, y lo hacen en vehículos de tracción mecánica y hasta electrónica. Son nuestros vigilantes del orden e, igualmente, son nuestro auxilio en diversos momentos, como el hacer de «interina» comadrona aunque no figure en su reglamento. ¡Que si han cambiado!

Por eso hoy me pregunto, fecha tan señalada y víspera de las nuevas y atragantadas medidas económicas, ¿qué le han hecho a la Guardia Civil?. ¿Ha llegado el recorte presupuestario antes que al nuestro? Si es merma de servicios, por ende de seguridad.

Por eso yo quiero volver a contarles aquella anécdota tan desconcertante, ocurrida allá por el año 1968. Iba tan ufano con mi «4-L» por la recta de la fábrica de Duro-Felguera y, justo a la altura de su puerta principal, un flaco y alto Guardia Civil me hizo la señal de pare. Así lo hice y, después de darme las «buenas tardes», me preguntó: «¿Va usted por Gargantada?». «Sí, señor», le respondí. Y, entonces, abriendo la puerta del copiloto, me dijo: «Entonces, por favor, déjeme al pasar en Pando». Bien pensé, no es por nada, que era un falso guardia, pero como a su vez iba armado con un enorme pistolón, cualquiera se negaba a decirle que no. En el trayecto, que tan largo no se hizo y sin preguntarle yo nada, me fue contando por qué iba hasta la Barriada. Era una persona mayor, agradable y educada. Al llegar, me atreví a preguntarle: «¿En qué piensa bajar hasta La Felguera?». Y me respondió: «Bueno, como es cuesta abajo, iré andando hasta el cuartel».

No tan lejano en el tiempo, hoy volví a acordarme de las restricciones del carburante en sus vehículos y, más aún con lo soñador que soy, en la posibilidad de que vuelvan a pararme y me digan: «¡Corra detrás de ese vehículo, tenemos que echarle el guante!». Y, cá, eso no, porque ya no tengo edad para semejantes trotes y no estoy para emociones.