Es extraño que la palabra metáfora no sea popular, que no tenga un significado bien claro para cualquier persona, aunque no esté acostumbrada a la lectura. Lo que quiere decir la palabra metáfora es algo que todo el mundo usa a diario. A ver si con unos ejemplos nos aclaramos. En el ámbito más popular posible, un amigo ve a otro llegar con un coche muy estropeado y le dice en tono de chanza: «¿A dónde vas con esa patata?». Ha llamado patata a un coche y los dos han entendido a qué se refiere.

No existe en castellano o en asturiano, para definir ese tipo de comparación, una palabra más conocida. Cuando entre compañeros uno le dice a otro «ten cuidado con fulano, que es un zorro», está usando una metáfora. He aquí otra: «Esta chica es un sol». Y de metáfora en metáfora podríamos analizar cualquier conversación de bar o de pescadería como un torneo de ingenio en los cimientos de nuestra lengua.

¿Por qué, entonces, la palabra metáfora parece de la categoría de palabras como epísteme, sustrato o prolegómeno, todo un ámbito de decires cultos que sobrevuelan muy lejos de los cimientos?

Antonio Machado daba a la poesía de todo el siglo veinte y más acá una lección magistral al afirmar que lenguaje poético es decir «lo que pasa en la calle», y no «los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa». Aunque para mucha gente un poeta es un ser del país de las epístemes y los prolegómenos, un ser extraño que vive en un mundo artificioso y abstruso, la verdad es que el poeta es un trabajador de base en cualquier pueblo, pues cualquier pueblo precisa de la poesía en su vivir elemental, como precisa de la metáfora. En los cantares, en los refranes, hasta en los juegos de palabras de muchos chistes, surge la chispa de la poesía. Las canciones viejas y nuevas, las infantiles y las de moda, son, en mayor o menor medida, poesía.

Hoy a las ocho, en la Casa de Encuentros de la Mujer, de Sotrondio, presenta su libro «Los montes de la lluvia» una maestra de la metáfora, Ana Rosa Fernández, una poeta honda que sigue caminando por «les mesmes calles (...) que conocieron la impaciencia d'aquella rosa, a los quince años».

La poesía no sirve para ser más cultos ni las metáforas para parecer más brillantes. La poesía sirve para ser más auténticos y para vibrar en simpatía con el gran misterio, la gran metáfora que es la vida. Ana Rosa Fernández se entiende a sí misma y entiende al mundo desde sus versos. La metáfora imprescindible en ella es la de la lluvia.

¿Merece la pena acudir a entender el por qué de una metáfora imprescindible en una poeta que de alguna manera cumple con su poesía una misión encargada tácitamente por la colectividad? Sí, merece la pena para toda aquella persona que se apasiona ante el plano encriptado de un tesoro.